El colapso del Fassil y la responsabilidad

La aplicación práctica de las estrategias de crédito fácil y activos inflados consolidan modelos de crecimiento acelerado que entran en problemas al mínimo resfrío, y lo acabamos pagando todos

Cada información que va trascendiendo sobre la gestión del banco Fassil, antes y después de su quiebra, aunque esta palabra esté prohibida en la jerga oficial, va confirmando el fin de una época, lo que puede acabar haciendo daño a la estabilidad y la economía nacional por mucho que se intente regionalizar.

El intento de mantener una calculada normalidad se va complicando por momentos, pero a más, va a poner en cuestión el propio sistema. El proceso concursal ya está dejando en evidencia que los bancos no son ni mucho menos hermanitas de la caridad y que ninguno va a aceptar ni activos tóxicos ni depósitos dolosos, por lo que al final, con toda probabilidad, será el Estado el que acabe pagando la fiesta de unos cuantos “respetables empresarios privados” que ¿lograron engañar? al regulador.

Los problemas son múltiples, el más cercano o popular es el de los depósitos en dólares, que efectivamente no se van a devolver en dólares porque no había dólares en las bóvedas del banco Fassil como dice el director de la ASFI, pero sobre todo porque ninguno de los nueve bancos que han participado del reparto de la torta de depósitos los quiere aceptar. El resultado, la constitución de un fideicomiso a cargo del Fondo de Protección del Ahorrista y todo el desgaste político para el gobierno y sus operadores.

De momento no se habla, o no tan abiertamente, del que parece ser el gran problema de fondo: una cartera de activos completamente sobrevaluada, con precios muy por encima del precio del mercado. El asunto es similar al que provocó la gran crisis de las hipotecas “subprime” de 2008 que contaminó los sistemas financieros de medio mundo arrastrando después las deudas públicas de esos mismos países. La mayoría optó por crear un “banco malo” público que asumió esos activos tóxicos sobrevaluados y que fueron revendidos a fondos buitre o que recién salen al mercado. No hay muchas pistas sobre lo que quiere hacer el Ministerio de Economía con estos activos, pero con total seguridad ningún banco asumirá hipotecas de alto riesgo o inmuebles con valores inflados que alteren sus balances.

El asunto, como no podía ser de otra manera en esta Bolivia tan nuestra, ha trascendido a lo político con todo tipo de rumores a su alrededor. La pugna en cualquier caso enfrenta a los que señalan al banco privado como un conjunto de estafadores que debe rendir cuentas y cuestionan el sistema liberal – capitalista por permitir estas cosas y los que quieren culpar al supervisor de no hacer su tarea mientras se exculpa a la cúpula del banco, tesis que entra en colisión por cierto con el ala más libertaria que pide siempre menos control del Estado.

Lo cierto es que la aplicación práctica de las estrategias de crédito fácil y activos inflados consolidan modelos de crecimiento acelerado que entran en problemas al mínimo resfrío. La caída del Fassil es una voladura a uno de los pilares del “exitoso modelo cruceño” que tiene muchas mas taras de las que nadie quiere reconocer en público.

Los usuarios hoy quieren recuperar su dinero y los inversores mantener el valor de sus apuestas, pero no se puede tardar mucho en depurar responsabilidades, tanto si hubo una estafa como si hubo connivencia o corrupción. El Fassil no es el primer banco que colapsa en Bolivia, lo que no es posible es que, como en el pasado, acabe no pasando nada.


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