Defender el parlamentarismo

La política se está convirtiendo en una sucesión interminable de caudillos que aspiran al poder total mientras se desprecia el debate político en sede parlamentaria

Es el signo de los tiempos. La política se está convirtiendo en una sucesión interminable de caudillos que aspiran al poder total, que arman relatos épicos para explicar su trayectoria y plantean sus batallas como duelos a vida o muerte y que están más preocupados por su imagen que por el bienestar. Son los rockstar de la política, ligados a los conceptos de moda extendidos por las redes sociales. Y no es muy diferente a lo que sucedió hace más o menos un siglo que acabó conduciendo a la mayor deflagración bélica de la historia.

Las víctimas de estos políticos infalibles, construidos en medio de empalagosas adulaciones que acaban reforzando los egos superlativos, son los ciudadanos de a pie, que a menudo acaban confundiendo roles o pidiendo el poder total para x o y.

Por lo general, los órganos legislativos son entendidos como una prolongación del poder total del nuevo líder, que por otro lado no duda en tratarlo como tal. El vínculo entre el poder ejecutivo y el legislativo es estrecho, pero nadie debería dudar de que la sede de la soberanía popular reside en el parlamento, donde están representados todos los sentimientos políticos, y no en el ejecutivo, que normalmente es el representante de la mayoría y debe aspirar a gobernarlos a todos. En los sistemas presidencialistas como el boliviano el asunto se presta a confusión y peor cuando el Vicepresidente se convierte en presidente nato de la Asamblea Plurinacional.

El legislativo es el poder popular y es donde se negocian las leyes y resoluciones que afectan a todos, bien sea a propuesta del gobierno, de una iniciativa popular o de la propia cámara. Debatir es la clave de la democracia porque es lo que permite acumular argumentos y llegar a acuerdos, pero por alguna extraña razón, de repente negociar es cuestión de los débiles.

Hay Asambleas que se han ganado a pulso su estigma. Las que nacieron demasiado caras, las que no tienen objeto y sobre todo, aquellas que se conformaron con dos tercios, pero aún así, no dejan de ser la esencia de la democracia y el poder más fundamental del Estado.

Con demasiada frecuencia se escuchan argumentos a favor del cierre de los parlamentos basados en el autoritarismo y en el desconocimiento, tendencias que son de alto riesgo en el futuro. La pluralidad es imprescindible.

Bolivia empieza a vivir una nueva etapa democrática donde las mayorías se van desterrando. No es seguro que el MAS acabe partido en dos corrientes como tampoco lo es que vaya a seguir siendo la mayoritaria así en su indefinición si no es capaz de formularse para los jóvenes. Lo propio sucede en los parlamentos regionales y concejos municipales, donde nada es para siempre y las promesas se quiebran.

En tiempos sin recursos económicos, como los actuales, el parlamentarismo es la clave para prender la mecha de la ilusión. Esta vez no va de prometer obras ni bonos, sino de hacer cambios estructurales que mejoren la vida de la gente. Ojalá todos se apliquen en ese camino y no se enreden demasiado en sus ganancias a corto.

DESTACADO.- En tiempos sin recursos económicos, como los actuales, el parlamentarismo es la clave para prender la mecha de la ilusión.


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