El déficit de las bodegas
La cadena de uva, vino y singani es la más importante del departamento en términos económicos, pero lleva demasiado tiempo siendo una potencialidad que no acaba de desarrollarse
Llegó el momento de la verdad, la temporada de cosecha de uva llega a su fin y es hora de los negocios gruesos, de los que van más allá del consumo estacional, es decir, de los que tienen que ver con el vino y el singani. Es el tiempo de las bodegas.
Los productores advierten que no ha sido el mejor de los años porque las condiciones climáticas de finales de 2022 han reducido el volumen producido por planta, algo que se ha notado con la uva de mesa y que seguramente, se notará también en el resto de la cadena. Ahora, los expertos siguen asegurando la calidad del producto, que al fin y al cabo, es la base del negocio y del éxito, pero que no se está aprovechando como se debiera.
En Tarija, cuatro bodegas son las que controlan prácticamente todo el mercado del vino tanto a nivel departamental como nacional y son, por ende, las que absorben todos los beneficios de posicionamiento que instituciones públicas y privadas hacen del vino y del resto de bondades de esta tierra, pero su aporte al terruño, sin embargo, lleva años en entredicho.
El resultado son vinos caros para el mercado local, tanto el común como los varietales, que superan incluso Reservas europeos
Las bodegas tarijeñas son las grandes beneficiarias de las gestiones que se realizan para abrir mercados y también de las campañas que exigen más control de las fronteras para evitar el contrabando que tanto daño hace a la industria nacional, su marca gana con el posicionamiento de la Ruta del Vino como principal atractivo turístico o sobre ese esfuerzo comunicacional que ha posicionado al vino como parte de la sofisticación intelectual y no de la borrachera convencional. También de todo lo que se calla.
Los productores de uva vienen años lamentando que no hay cómo colocar más producto al mismo tiempo que se resignan tierras que podrían servir para multiplicar la producción por ese preciso motivo. Los más imprudentes incluso han llegado a acusar a los más poderosos de traficar mostos desde Argentina.
Y es que, por lo general, las inversiones en las bodegas han sido limitadas tal vez guiados por una estrategia comercial particular: lejos de masificar la producción, casi todas han apostado por embotellar ediciones limitadas de vinos de “alta calidad”. El resultado son vinos caros para el mercado local, tanto el común como los varietales, que aun siendo del año alcanzan precios superiores a grandes reservas europeos.
Alguna vez se propuso la creación de una bodega pública que pudiera absorber los excedentes sin generar pérdidas ni competencias desleales entre los productores al tiempo que ayudaba en la masificación de las ventas y la educación del consumidor: En Bolivia apenas se consumen 4 litros de vino por persona al año mientras en los vecinos Chile, Argentina y Uruguay superan los 20, sin embargo, no hay emprendimiento que crezca y triunfe dándole la espalda a su base, a su lugar, a su semilla.
La cadena de uva, vino y singani es la más importante del departamento en términos económicos, pero lleva demasiado tiempo siendo una potencialidad que no acaba de desarrollarse, tal vez porque alguien está confundiendo los roles. Quizá sea tiempo de cambiar de estrategia.