La Asamblea y cómo poner de acuerdo a los tarijeños

La Asamblea de Tarija todavía no tiene un perfil definido, pues en sus tres legislaturas ha sufrido mutaciones de personalidad demasiado diferentes y por ende, nadie sabe de verdad para qué sirve

Como lo del presidencialismo se ha exacerbado tanto y vivimos en tiempos populistas en los que el caudillismo parece estar de moda, es demasiado habitual pensar que el poder legislativo no sirve para nada. Es habitual que en Sudamérica y en Bolivia se escuche pedir el cierre de los parlamentos, así sin más reflexión, arguyendo que no ayudan al ejecutivo.

Claro que en demasiadas ocasiones los legisladores ayudan a que su imagen sea tan pobre. Sucede bien porque son parlamentos con mayoría absoluta que se limitan a hacer lo que el ejecutivo dicta, sin iniciativa y sin atender los problemas reales de la gente, como sucede en Bolivia, o bien porque están tan fragmentados que se pasan las semanas peleando y tratando de transar cosas que al final no pasan, o no interesan, o ya han superado la fase de urgencia. Hay otros como el de Perú, que parecen ideados solo para extorsionar al Presidente con una moción de vacancia y otros como el de Estados Unidos, donde los votos se venden a cambio de inversiones en sus circunscripciones sin mayores aspavientos.

La Asamblea de Tarija todavía no tiene un perfil definido, pues en sus tres legislaturas ha sufrido mutaciones de personalidad importantes. La primera se conformó con el objetivo de sacar al gobernador electo, Mario Cossío, y tardaron poco más de seis meses en colocar a un interino. Los otros cuatro años se pasaron en debates sobre su existencialismo y negociando si se podía volver a sacar o no al gobernador.

La segunda, con Adrián Oliva electo gobernador, tenía una mayoría opositora tan abrumadora que se convirtió en una máquina de negar y buscar mecanismos para acorralar al ejecutivo.

La tercera es la actual, donde las fuerzas están más equilibradas, sobre todo porque los indígenas del Chaco han roto su alineación con el MAS, por lo que la conformación se presta a la negociación y al acuerdo de leyes y planes que vayan en beneficio de la población. Sin embargo, en toda la legislatura se ha aprobado una ley y todo lo demás, orgánico.

La Asamblea Legislativa Departamental de Tarija nació con vocación de ser el faro de la Autonomía Departamental. Así se concibió en el Estatuto. Huelga decir que nunca se consiguió. Más bien todo lo contrario. Su tamaño – 30 asambleístas titulares y 30 suplentes – y su costo – 30 millones de bolivianos desde el inicio – la convirtieron en la más fastuosa, siendo Tarija el departamento territorialmente más pequeño del país y el quinto en tanto a población. Esto fue motivo de queja y crítica de la gente, que nunca ha percibido que la Asamblea haga nada por cambiarles la vida.

Tarija lleva seis años en recesión y los cambios de gobierno y gobernación no han servido para arreglar nada. Siempre fue así. Tarija funciona en tanto sus gentes son capaces de ponerse de acuerdo y se tranca cuando se queda esperando que alguien de fuera venga a ayudar. Toca que la Asamblea sea ese lugar donde los tarijeños se pongan de acuerdo, donde se construyan ideas para ayudar al crecimiento y al bienestar. ¿Será posible? De momento no parece.


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