Chile rechazó Constitución: lecciones para la izquierda

Una Constitución no es un plan de gobierno, y ganar un gobierno – sobre todo con voto prestado en segunda vuelta -, no es sinónimo de ser infalible

En el mundo de la postverdad, un resultado como el del domingo en Chile, sin duda, se presta a numerosas interpretaciones, pero lo cierto es que el pueblo chileno ha dado una lección de democracia al mundo por aquello de votar sin miedo, porque las cosas no siempre son a vida o muerte.

El proceso constituyente fue la salida a una crisis social desatada en Chile en la última década entre marchas estudiantiles y protestas indígenas, que tuvo su colofón en 2019, cuando la represión policial contra unos jóvenes que se colaron en el metro derivó en masivas marchas exigiendo un cambio. Aquella fuerza social se canalizó hacia la Constituyente y también hacia el gobierno de Gabriel Boric, pero una vez más la sabiduría del pueblo muestra que el miedo no gana credibilidades.

Chile tendrá que reabrir su proceso constituyente y componer una Convención seguramente mucho más moderada y por ende, representativa de la sociedad chilena

El 75 por ciento de los chilenos votó por iniciar el proceso constituyente, con lo que el deseo de cambio es muy mayoritario. Chile vive hoy en día con un texto constitucional dictado, nunca mejor dicho, por el dictador Augusto Pinochet en los 90, que si bien ha sido modificada hasta en 60 ocasiones, nunca ha modificado su espíritu dictatorial y su concepción de un Estado botín al servicio de los más ricos. De hecho, considerar aquel texto una Constitución no deja de ser una anomalía, pues la Constitución es el marco del Estado de Derecho y el Estado de Derecho existe no para controlar a los ciudadanos, que al fin y al cabo cumplen las normas en dictadura y en democracia, por conciencia o por temor a las sanciones, sino a los Gobiernos, y un gobierno emanado de un Golpe de Estado difícilmente puede establecer un marco constitucional.

Como sea, el 62 por ciento de los chilenos que ha votado por el rechazo ha dicho que no quiere aprobar el nuevo texto constitucional tal y como está redactado. El resultado no quiere decir, ni de lejos, que el 62 por ciento de los chilenos haya avalado la Constitución de Pinochet con sus instituciones subordinadas al mercado y su Estado “subsidiario”. Conviene precisar este punto para evitar derivas autoritarias o nuevos aparecidos al estilo José Antonio Kast.

También es evidente que el golpe es contundente para el gobierno Boric, porque no solo ambos fenómenos han emergido de la protesta social, sino que casi todos los Ministros habían comprometido su accionar a la nueva Constitución, y entre todos se dieron alas precisamente para acabar redactando un texto muy progresista que no ha encajado en los planteamientos de la sociedad chilena en su conjunto. No vale escudarse solo en la “desinformación” y en las campañas sucias para no hacer autocrítica.

Cuando Boric quiso maniobrar solo hizo acelerar el proceso. Primero señaló que de ganar el Rechazo, se volvería a redactar una nueva Constitución en otro proceso constituyente, pero que costaría más tiempo. Su ministro estrella remachó que la mayoría de sus planes de gobierno no podrían aplicarse con la Constitución vigente. Blanco y en botella para aquellos que recelan de las intenciones del joven gobierno. Después, ya en agosto con la derrota más que cantada, los partidos de gobierno acordaron una serie de modificaciones específicas al texto, que venía a ser un reconocimiento de los errores, y que harían inmediatamente ganara el Apruebo. Y perdió.

Efectivamente, Chile tendrá que reabrir su proceso constituyente y componer una Convención seguramente mucho más moderada y por ende, representativa de la sociedad chilena, que elabore un nuevo texto que tenga un objetivo más claro y que sea aprobable por el conjunto del pueblo. Una Constitución no es un plan de gobierno, y ganar un gobierno – sobre todo con voto prestado en segunda vuelta -, no es sinónimo de ser infalible, ni todopoderoso, ni intocable. Boric, como otros de los líderes recientemente aparecidos, y toda la izquierda continental debe hacer una reflexión profunda de hacia dónde va el mundo y cuál es el rol que debe desempeñar. Hablar con todos es imprescindible.


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