Ucrania y los extraños amigos

Si de algo debe servir esta guerra es para abrir los ojos al pueblo llano de por donde se mueven los nuevos intereses multinacionales y de cómo se opera esa diplomacia de palabras gruesas y moral distraída

Hace tiempo que las guerras no son solo operaciones armadas, sino que una parte importante del resultado se juega en la opinión pública. En algún momento, la prensa de los países en contienda hacía precisamente de veedores críticos que contenían los excesos de su propio gobierno, hoy, al menos lo que se ve desde un territorio esencialmente neutral como el nuestro en esa guerra que libran Rusia y la OTAN con Ucrania como escenario, es que los medios mayoritariamente se alinean a los intereses de sus gobiernos y sostienen sus argumentarios oficiales, aunque en ocasiones deban hacer verdaderos escorzos para mantenerse.

Así, nadie en Rusia ni en los países OTAN cuestiona de forma real la legitimidad de sus operaciones, que a estas alturas ya han quedado bastante evidenciadas por uno y por otro lado, pero sí empiezan a explorar las vías de salida.

Lo que sucede estos días en la prensa española - que por compartir idioma es más accesible para todos pero que es similar a lo que sucede y sucederá en los otros países europeos a medida que llegue el invierno -, pone en evidencia la fragilidad del discurso de respaldo a Ucrania: aquellos que estaban “dispuestos a todo” por defender a los ucranianos son incapaces ahora mismo de aceptar poner el aire acondicionado (sí, el aire acondicionado) a 27 grados centígrados para ahorrar y evitar así seguir comprando gas a Rusia y que esta financie sus operaciones en el Donbás.

Todo apunta a que en septiembre – octubre una “ola pacifista” recorrerá Europa y rebajará la tensión con Rusia… para comprar gas

En términos generales, las operaciones bélicas como tal han desaparecido de las portadas y los editoriales de los principales medios occidentales, involucrados con el conflicto y que contribuyeron como nadie a erigir y dar forma y sentido al “tirano Putin” a la vez que obviaban las agresiones OTAN a las fronteras rusas con hasta seis ampliaciones en 30 años desde que dijeron que no lo harían. La preocupación hoy es la inflación derivada del incremento de la energía y la falta de grano de la que alegremente se culpa a Rusia pero que tiene un origen mucho más ladino, en las entrañas de lo sucedido en la pandemia donde las cadenas de distribución se vieron adulteradas precisamente por la codicia de las economías más poderosas del planeta.

Todo apunta a que en septiembre – octubre una “ola pacifista” recorrerá Europa y rebajará la tensión con Rusia, aunque sus propias normas de embargo especifican que se puede seguir comprando gas ruso si se necesita – o encender sus muy contaminantes y vetadas en todo el mundo termoeléctricas de carbón -, y que Ucrania quedará dividida y humillada si quiere mantener un asiento independiente en Naciones Unidas. Nadie apuesta en este caso por desenlace épico ni una gesta bélica ni tampoco una clemencia magnánima, sino más bien todo lo contrario: decisión salomónica cortando por lo sano.

Si de algo debe servir esta guerra es para abrir los ojos al pueblo llano de por donde se mueven los nuevos intereses multinacionales y de cómo se opera esa diplomacia de palabras gruesas y moral distraída. De cómo los amigos y aliados se convierten en mercancía de cambio cuando se amenazan los privilegios, de cómo lo “irreversible” se revierte cuando sube el precio del gas y el cambio climático queda como cosa de pobres y de cómo nadie vela por los intereses de nadie, mucho menos el mercado. A tomar nota.


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