El tono de Arce

Hay un trecho entre no llamar golpistas a los opositores en general y abonar el terreno para firmar determinados Pactos de Estado que el Estado necesita, pero al menos ya hay un acercamiento

El discurso de Luis Arce por la efeméride 197 de la Independencia del país no será de esos que pase a la historia. Tampoco lo pretendía. El presidente tiene claras sus virtudes y desde luego, la oratoria no está entre ellas, por eso es más relevante lo que dijo o lo que no dijo, ya que cada palabra responde a una estrategia y no a una improvisación o a una calentura del momento.

Casi todo lo dicho era previsible. La estabilidad macroeconómica ha dominado la gestión del gobierno en los últimos 20 años y siempre ha estado presente en este tipo de citas, por lo que Arce no ha escatimado en detalles pues sabe que en ese marco tiene todo ganado, aunque sea por aburrimiento y repetición.

En esta ocasión, sin embargo, ha sido mucho más prudente que en otras ocasiones y ha advertido sobre las dificultades del contexto internacional y sobre lo que puede afectar al país. Los recursos del Estado prácticamente se destinan a subvencionar el combustible para contener la inflación y por tanto, no hay campo para mayores florituras ni promesas, que no hubo prácticamente ninguna. Lo cierto es que el tema se perdió entre la glosa gruesa, pero evidentemente el detalle no es menor, pues prácticamente desde el primer día después de asumir anunció la victoria sobre la primera ola inflacionaria y el éxito de su modelo, ahora amenazado por fueras externas.

Otros dos asuntos llamaron la atención poderosamente. El primero, las alabanzas a Evo, asimilado casi al primer pro-hombre de Bolivia, un contenido que no ha estado presente en sus anteriores alocuciones, ni en la posesión de 2020, ni en los discursos del Día del Estado Plurinacional, justo cuando se le reconocía más como un acólito del expresidente y se le criticaba por ser una suerte de “marioneta” frente a la posición equidistante de hoy en día, cuando ha decidido ser Presidente.

El último tiene que ver con la omisión consciente de las palabras “golpismo” y “de facto”, dos términos que tampoco utilizó durante su campaña electoral pero que incorporó a su discurso después, ya como presidente del país, y que esencialmente fomentaron la polarización del país en la relectura de los sucesos de aquellos días de octubre y noviembre de 2019. No utilizarlos es quitar artillería al rival, que efectivamente lo tenían anotado como la respuesta comodín.

Ciertamente hay un trecho entre no llamar golpistas a los opositores en general y abonar el terreno para firmar determinados Pactos de Estado que el Estado necesita, pero al menos ya hay un acercamiento que exigirá nuevos pasos para tratar de rebajar la tensión y sentarse en una mesa común.

Toca pues, primero, confirmar las buenas intenciones, y después, trabajar los documentos. Dos asuntos que pueden saltar por los aires con cualquier capricho o cualquier detención, o la propia incapacidad de realmente sentarse a trabajar.

Ojalá el 6 de agosto y sus vibras no se empañen demasiado pronto, pues puede haber sorpresas.


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