El timo del tren bioceánico

Aunque por lo general gusta tratar de articular planes de inversión alineados a un macroproyecto de infraestructura, lo cierto es que hay buena parte de especulación en ellos

El proyecto del tren Bioceánico se viene acomodando a los calendarios electorales de los diferentes países que conforman el continente. Lo utilizó también Evo Morales en Bolivia; lo usaron en Perú para llevar cierta ilusión al sur; lo utilizaron para aplacar las ansias en el norte de Chile y ahora lo viene utilizando Paraguay, que tiene elecciones el año que viene y cuyo presidente, Mario Abdo, viene deshojando la margarita sobre si irá a la reelección o no.

El proyecto es una de esas obras faraónicas con fondos más o menos opacos que acaban soldando voluntades a grandes transnacionales. Dices Odebrecht y tiritan. En cualquier caso, lleva tantos años de cajón en cajón que en estos tiempos de hiperinflación y turbulencias en los mercados internacionales, como que chirría. El tren bioceánico que disque va a pasar por Brasil, por Perú, por Chile, por Argentina, por Paraguay y por Bolivia parece ser a estas alturas un viejo proyecto de la colonia cuando la mayoría de los países, incluido Europa, se plantea la necesidad de producir in situ todos los insumos necesarios para la vida.

El gobierno prácticamente ha olvidado el proyecto de la vía férrea Arica – La Paz que en mayo de 2021 estaba listo para entrar en pruebas piloto por presión de los transportistas

Hasta el momento nadie ha mostrado un estudio detallado sobre los beneficios que supondría para el desarrollo de Bolivia la participación en el proyecto, pero simplemente se presupone que será bueno para las exportaciones tradicionales – las derivadas de la minería – y las no tradicionales, que serían la soya y sus derivados, además de la carne y otros productos.

Viendo al detalle, lo cierto es que hoy el mayor destino de los productos agrícolas es Colombia – para la torta de soya – y Argentina, donde se incluye en el flujo local, mientras que para la minería, por la proximidad de los centros de producción a los puertos chilenos, resulta difícil que un tren genérico sea más competitivo que uno hecho exprofeso, pero todo es posible, salvo que no lo sea.

El gobierno prácticamente ha olvidado el proyecto de la vía férrea Arica – La Paz que en mayo de 2021 estaba listo para entrar en pruebas piloto y que sin embargo tuvieron que ser canceladas ante el bloqueo y las amenazas de centenares de transportistas que viven precisamente del comercio entre las ciudades andinas y los puertos chilenos y que, además, desconfiaban de las intenciones de un proyecto contaminado políticamente impulsado con la única empresa estratégica no nacionalizada que pasó a manos de un empresario venezolano muy vinculado al poder en el anterior gobierno. Una realidad dura pero contrastada, la precariedad del sistema económico – productivo en Bolivia depende de que no se avance.

Bastó con que el presidente paraguayo, en su escenificación electoral, mentara el tema del tren y que algunos gobernadores recogieran el guante para que el Gobierno, en su habitual furibunda reacción, empiece a anunciar inversiones y proyectos contingentes que ojalá no acaben siendo un dispendio – y no mencionaremos aquí el tren de Bulo Bulo hablando de dispendios -.

Bolivia necesita organizar sus prioridades de forma autónoma desde hace tiempo, sin esperar que la Corte de La Haya nos conceda mar en alguna revisión de la sentencia o a que los mandamases de los fondos decidan el trazado del tren bioceánico. Es preciso tener claro nuestro plan sin esperar a ver de qué forma nos acomodamos a las circunstancias, porque estas nunca serán exactamente lo que necesitamos.

 


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