Un plan de acción propio contra el Covid

La vacuna no es una solución a corto plazo para los países empobrecidos como el nuestro porque la avaricia de los países hegemónicos así lo ha determinado, pero eso no quiere decir que nos debamos quedar con los brazos cruzados

Bolivia ha bajado la guardia con la pandemia y eso es una evidencia que queda reflejada en el día a día de los datos de evolución que brinda el Ministerio de Salud y donde se hace prácticamente imperceptible hablar de “olas”, como algunos modernos pretenden, cuando en realidad se mantiene una progresión constante de unos mil casos diarios desde hace muchísimos meses, solo alterado a la baja cuando el escenario electoral lo requería y al alza cuando se trataba de mostrar eficiencia, también por asuntos de índole electoral.

Ahora que ya no hay elecciones en el escenario y que el asunto de las vacunas no da para anotarse éxitos, se vuelve a imponer el mensaje desde la perspectiva del riesgo y con una voluntad clara de culpar al ciudadano y su “irresponsabilidad” del progresivo inminente alza de casos.

Los políticos han contribuido decisivamente, con sus concentraciones y frivolidades, a que el pueblo baje la guardia

Hace unas pocas semanas pasó lo mismo, pero entonces se miró hacia la famosa “cepa brasilera”, que llevaba más de tres meses dando vueltas por el mundo hasta que nos dimos cuenta en la frontera pandina, que disque se cerró inminentemente y que, unos días después y con Brasil repuntando día a día sus cifras de contagio y muerte, el Gobierno ya no ve necesidad de mantenerla clausurada.

Culpar al ciudadano suele ser un alivio para todos los Gobiernos, sobre todo aquellos que no tienen urgencias electorales, pero en Bolivia resulta especialmente grotesco pretender diluir la responsabilidad, cuando permanentemente se están alentando concentraciones y actos de ruptura de las normas básicas recomendadas por esos mismos gobiernos.

Se ha visto este fin de semana en una concentración multitudinaria en Cochabamba, como se vio en todos y cada uno de los departamentos en campaña, donde ningún partido renunció a hacer concentraciones con sus seguidores y mostrarse “cercano” a sus simpatizantes.

Lo vemos también cada día en el transporte público, en los bancos y mercados aglomerados y, más triste aún, en las filas de vacunación (con sus absurdos pre registros); se ve en parques y jardines donde se apuran los últimos días del verano y lo vemos en los barrios. La distancia social ya no se aplica y el barbijo limpio, poco, pero el mensaje de la transgresión ha llegado desde arriba.

El virus sigue matando, y no solo, pues también está dejando secuelas profundas en aquellos que lo superan, aunque de esto se hable poco. En general, la economía sigue agarrotada sin inversión de mediano plazo y calculando el gasto en las familias ante la incertidumbre de acabar perdiendo el empleo. Lo dicen los bancos, que son quienes ganan sumando depósitos y ahorro mientras cierran el grifo del crédito, por lo que pueda venir.

Un año y pico después y más allá del cambio de Gobierno, los responsables de la salud siguen sin concretar una hoja de ruta propia, con las características nacionales y las peculiaridades socioeconómicas de nuestros pueblos y barrios.

Lamentablemente, la vacuna no es una solución a corto plazo para los países empobrecidos como el nuestro porque la avaricia de los países hegemónicos así lo ha determinado, pero eso no quiere decir que nos debamos quedar con los brazos cruzados mientras vemos morir a nuestros vecinos.


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