Bolivia y el horizonte
En el plano terrenal no basta solo con fe, sino que es necesario que los responsables de la cosa pública muestren resultados tangibles
Bolivia es un país constitucionalmente aconfesional, pero tradicionalmente católico. Sus ritos y celebraciones marcan el calendario social y popular, e incluso el económico aun con el avance de las Iglesias Cristianas, el creciente agnosticismo o la recuperación de simbolismos indígenas. Al final Bolivia es un crisol de civilizaciones que ha alimentado una cultura abigarrada y ecléctica capaz de sacar lo mejor de cada una para darle sentido al conjunto.
La Semana Santa es de por sí uno de los relatos épicos más importantes de la historia no solo para los católicos, sino para todos. Se trata de una epopeya histórico – religiosa de primera magnitud donde se narran los últimos días de Jesús en la tierra, desde que entra en Jerusalén en el Domingo de Ramos, hasta el Domingo de Pascua en el que resucita. En los diferentes capítulos o estaciones se consolidan los grandes pilares de la cultura occidental: la humildad, la caridad, el amor y la solidaridad, entendido como la capacidad de dar todo – en este caso la vida – por el conjunto de la humanidad. Se trata del sacrificio para el bien común, además con una promesa: la de la resurrección, la de la trascendencia, la de llegar a un lugar mejor.
En estos tiempos de pasión política resultan inevitables las comparaciones de narrativas, pues casi cada uno de los candidatos que aspiran a la presidencia se acaban presentando como “salvadores”, aunque cada vez resulta un poco más complejo escudriñar de qué sujeto a salvar hablan, pues no todos parecen tener las mismas prioridades.
Pasa lo mismo con el destino prometido, para unos la subida al monte Calvario es un trámite que se puede sobrellevar de una u otra manera por caminos más o menos cortos, para otros esa escalada puede resultar la vida misma, eterna, dura, sin paliativos de ningún tipo, sin olvidar que al Calvario se llega a morir, y que la resurrección es después.
Más allá de la política, Bolivia lleva bastantes meses en una posición tortuosa en aspectos elementales del día a día. Los ciudadanos andan padeciendo estrecheces por la escasez de productos básicos, incluyendo crisis agudas como las que provocan los combustibles, pero también por los precios de la canasta familiar y otros servicios elementales.
No son tiempos fáciles para nadie en este país al que la política no le suele ayudar demasiado y donde la demagogia campa a sus anchas. En esas vale la pena volver sobre los valores originales, sobre la necesidad de sacrificios individuales para beneficiar al conjunto, sobre la importancia de dar amor por encima de todas las cosas, y la utilidad de cumplir los compromisos hasta el final.
La promesa de la resurrección y del paraíso como recompensa establecen los pilares del mundo occidental, y aunque en el plano terrenal no basta solo con fe, sino que es necesario que los responsables de la cosa pública muestren resultados tangibles para todos, es importante recordar que hay objetivos mayores por los que hay que seguir avanzando. Bolivia merece que sigamos caminando.