2020, recuperar la democracia

Hoy sí, al fin, despedimos el 2019. Un año que empezó siendo eterno, con una campaña interminable y que parecía insípida, pero que acabó desatando todos los fantasmas primero y las iras después. La política ha marcado este año por encima de cualquier otra cosa. Primero por la...

Hoy sí, al fin, despedimos el 2019. Un año que empezó siendo eterno, con una campaña interminable y que parecía insípida, pero que acabó desatando todos los fantasmas primero y las iras después.

La política ha marcado este año por encima de cualquier otra cosa. Primero por la campaña, donde no había gesto que no se interpretara en esa clave; segundo por todo lo que aprendimos de nosotros mismos en esos doce meses desde que perdimos el mar (de nuevo) y arrancaron las primarias hasta el 20 de octubre: los bolivianos somos capaces de reinventar los conceptos de democracia, de unidad y hasta de seguridad económica de acuerdo al calor del momento.

En campaña se vieron cosas increíbles: candidatos sin una triste cuenta de twitter, presidentes adoptando perros, pastores que se convertían en trending topic, octogenarios convocando a la juventud y la renovación y otros silenciados por asuntos turbios de hace quince años.

El surrealismo llegó a límites insospechados por encima de los derechos humanos, del incendio de la Chiquitanía, del oportunismo político o del triste rol del Comité Cívico tarijeño. Tal es así que muy pocos el mismo 20 de octubre a las 9.00 de la mañana daban siquiera una mínima credibilidad a que pasara nada distinto a que el MAS de Evo Morales siguiera gobernando hasta 2025.
La rápida aceptación de la intermediación de la OEA y la nula reacción ante las protestas – salvo los chistes de Morales que enardecieron aún más a los movilizados – llevaron al Gobierno a “la boca del lobo”
Todo se desató por un mal cálculo: el corte intempestivo del sistema de conteo rápido la noche de la elección al 83% con la tendencia indicando la segunda vuelta y su reposición casi 24 horas después superando ligeramente el 10% que lo hacía innecesario encendió los ánimos. Se desató la violencia en varias sedes del Tribunal Electoral, pero sobre todo, el MAS no supo jugar la carta del desgaste que tantas veces le sirvió. La rápida aceptación de la intermediación de la OEA y la nula reacción ante las protestas – salvo los chistes de Morales que enardecieron aún más a los movilizados – llevaron al Gobierno a “la boca del lobo”.

Los hechos del 10 de noviembre se han narrado hacia delante y hacia detrás. La protesta social, el motín policial y la sugerencia militar dejaron a Evo Morales - el presidente más poderoso de la historia de Bolivia - al borde del precipicio… y renunció.

Después vino la violencia, pero lejos de la consistencia que se esperaba. Los movimientos sociales calcularon demasiado y el Gobierno de Jeanine Áñez se afianzó en el poder, hasta el punto de que el mantra inicial: convocar elecciones rápidamente, quedó en un segundo plano y a la fecha no hay ni calendario. Mientras tanto, el Gobierno toma decisiones de corto y de largo plazo, y hasta se enfrasca en intrincados conflictos diplomáticos.

La palabra del año es sin duda “Democracia”, pero no por su ejercicio, sino por su déficit. Lo hubo cuando unos se saltaron la voluntad popular del referéndum de 2016, y lo hay cuando se abusa del pensamiento único o se cuestiona la libertad de expresión.

En 2019 lo “importante” se ha puesto sobre la mesa; en 2020 es el tiempo de definir qué dirección quieren los bolivianos que tome el Estado, sin más trampas ni jugarretas.

 

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