Exportar o morir, reloaded
Después de casi década y media de proceso, los avances más prometedores se han ido diluyendo. Y el proyecto político en el poder ha pasado de representar una esperanza transformadora a contentarse con ser el gobierno que, simplemente, “mejor gestiona” el capitalismo boliviano, incluyendo...
Después de casi década y media de proceso, los avances más prometedores se han ido diluyendo. Y el proyecto político en el poder ha pasado de representar una esperanza transformadora a contentarse con ser el gobierno que, simplemente, “mejor gestiona” el capitalismo boliviano, incluyendo su componente primario-exportador, que sigue siendo la gallina de unos magros “huevos de oro”.
Hace años, el exprefecto interino de Cochabamba y también exviceministro en la primera gestión de Evo Morales, Rafael Puente, ya lo notaba con claridad.
“El plan gubernamental de deforestación no apunta al cultivo de arroz, maíz y chía para nuestra alimentación; apunta a sembrar para exportar (que no es lo mismo que producir alimentos), ¿no es eso lo mismo que el ‘exportar o morir’ de los gobiernos neoliberales? ¿Realmente vale la pena acabar con nuestros bosques para beneficio de los grandes empresarios del Oriente? ¿De verdad puede creer alguien que con un país deforestado podremos alimentar a nuestra gente?”.
Así cuestionaba Puente el notorio viraje del gobierno en favor de los poderosos de siempre y en detrimento de los vulnerables de siempre.
La ciega priorización del proyecto latifundista-soyero-ganadero-alcoholero primario-exportador en las tierras bajas del país son un incontestable ejemplo de ello.
El “exportar o morir”, lema gonista y banzerista de la década de 1990, no cambió ni dejó de aplicarse en los casi 14 años de masismo. En ciertos aspectos, se profundizó.
El “modelo económico social comunitario productivo”, que según el ministro Luis Arce Catacora, debiera trasladar los excedentes generados por esos sectores tradicionales hacia los generadores de empleo e ingreso (manufactura, el turismo, la vivienda y el desarrollo agropecuario), lo hizo sólo de manera parcial y sesgada.
En realidad, los excedentes se han gastado en parte en alguna infraestructura útil (caminos, puentes, y cierta base industrial incipiente), pero también se ha mal utilizado en infraestructura inútil y pomposa (aeropuertos sin pasajeros, estadios sin espectadores, sedes millonarias, aviones, vehículos, palacios, museos, prebendas, etc.).
Lo cierto es que hoy por hoy no son palpables los resultados de este supuesto viraje productivo. Y la ciega priorización del proyecto latifundista-soyero-ganadero-alcoholero primario-exportador en las tierras bajas del país son un incontestable ejemplo de ello.
Lejos estamos de ser el país que queremos, aunque tal parece que tampoco tenemos claro qué país queremos ser. Convive en nosotros el anhelo de modernización depredadora y consumista a lo yanki (cuya máxima expresión está encarnada hoy en el gobierno antiimperialista), con el de preservación ambiental y el respeto a los derechos indígenas (cuyas expresiones extremas coinciden con intereses también foráneos). ¿Hay un equilibrio saludable entre ambos extremos? Claro que sí, pero para encontrarlo hay que debatir, no reprimir.
Como decía Sergio Almaraz Paz hace más de 50 años: “No queremos que Bolivia se convierta en un país petrolero, como en el pasado los bolivianos honestos no quisieron un país estañífero”. Ahora tampoco queremos ser la república unida de la soya, la carne o los agrocombustibles. “No queremos un país cuyo dilema vital se exprese en la formula ‘exportar o morir’”. Queremos ser Bolivia para rato.
Hace años, el exprefecto interino de Cochabamba y también exviceministro en la primera gestión de Evo Morales, Rafael Puente, ya lo notaba con claridad.
“El plan gubernamental de deforestación no apunta al cultivo de arroz, maíz y chía para nuestra alimentación; apunta a sembrar para exportar (que no es lo mismo que producir alimentos), ¿no es eso lo mismo que el ‘exportar o morir’ de los gobiernos neoliberales? ¿Realmente vale la pena acabar con nuestros bosques para beneficio de los grandes empresarios del Oriente? ¿De verdad puede creer alguien que con un país deforestado podremos alimentar a nuestra gente?”.
Así cuestionaba Puente el notorio viraje del gobierno en favor de los poderosos de siempre y en detrimento de los vulnerables de siempre.
La ciega priorización del proyecto latifundista-soyero-ganadero-alcoholero primario-exportador en las tierras bajas del país son un incontestable ejemplo de ello.
El “exportar o morir”, lema gonista y banzerista de la década de 1990, no cambió ni dejó de aplicarse en los casi 14 años de masismo. En ciertos aspectos, se profundizó.
El “modelo económico social comunitario productivo”, que según el ministro Luis Arce Catacora, debiera trasladar los excedentes generados por esos sectores tradicionales hacia los generadores de empleo e ingreso (manufactura, el turismo, la vivienda y el desarrollo agropecuario), lo hizo sólo de manera parcial y sesgada.
En realidad, los excedentes se han gastado en parte en alguna infraestructura útil (caminos, puentes, y cierta base industrial incipiente), pero también se ha mal utilizado en infraestructura inútil y pomposa (aeropuertos sin pasajeros, estadios sin espectadores, sedes millonarias, aviones, vehículos, palacios, museos, prebendas, etc.).
Lo cierto es que hoy por hoy no son palpables los resultados de este supuesto viraje productivo. Y la ciega priorización del proyecto latifundista-soyero-ganadero-alcoholero primario-exportador en las tierras bajas del país son un incontestable ejemplo de ello.
Lejos estamos de ser el país que queremos, aunque tal parece que tampoco tenemos claro qué país queremos ser. Convive en nosotros el anhelo de modernización depredadora y consumista a lo yanki (cuya máxima expresión está encarnada hoy en el gobierno antiimperialista), con el de preservación ambiental y el respeto a los derechos indígenas (cuyas expresiones extremas coinciden con intereses también foráneos). ¿Hay un equilibrio saludable entre ambos extremos? Claro que sí, pero para encontrarlo hay que debatir, no reprimir.
Como decía Sergio Almaraz Paz hace más de 50 años: “No queremos que Bolivia se convierta en un país petrolero, como en el pasado los bolivianos honestos no quisieron un país estañífero”. Ahora tampoco queremos ser la república unida de la soya, la carne o los agrocombustibles. “No queremos un país cuyo dilema vital se exprese en la formula ‘exportar o morir’”. Queremos ser Bolivia para rato.