Cuando el fraude electoral no es posible

El Tribunal Supremo Electoral es probablemente el órgano del Estado más vilipendiado tanto por el poder como por el ciudadano común. Un órgano lejano, aletargado, del que solo nos acordamos cada vez que se acerca la elección; por lo que esa dinámica no ha contribuido en absoluto en su...

El Tribunal Supremo Electoral es probablemente el órgano del Estado más vilipendiado tanto por el poder como por el ciudadano común. Un órgano lejano, aletargado, del que solo nos acordamos cada vez que se acerca la elección; por lo que esa dinámica no ha contribuido en absoluto en su consolidación, sino más bien, todo lo contrario.

El sistema electoral boliviano, es hoy por hoy, uno de los más transparentes del mundo. Y a su vez, uno de los más maltratados por su propia población. En parte por la dinámica que el órgano viene asumiendo en los últimos años; en parte también por el propio desconocimiento de su funcionamiento.

La campaña del 20 de octubre está por demás polarizada y con altas dosis de extremismo. Nadie puede vaticinar un resultado y las casas de apuestas todavía mantienen restringida su tendencia; pero lo que parece evidente es que no habrá grandes mayorías absolutas como en las últimas dos elecciones. Lo que venga después es un misterio.

Por adelantado, diferentes sectores de la oposición han empezado la campaña de desprestigio del Tribunal Supremo Electoral, en base a las decisiones tomadas, pero también en un tono de medida preventiva que nada tiene que ver con la realidad.

Es cierto que el Tribunal Supremo Electoral podía haberse curado en salud haciendo la consulta al Tribunal Constitucional sobre la candidatura de Evo Morales, y que sin embargo decidió por su cuenta darle legalidad cargando el desgaste sobre sus hombros. Es cierto también que semana tras semana se registran críticas, errores y, sobre todo, renuncias de cargos de lo más controvertido. Organismos internacionales han manifestado su preocupación sobre esto, aunque es verdad que lo han manifestado menos sobre otro tipo de problemas más acuciantes.

Lo cierto es que el sistema electoral boliviano es uno de los más transparentes del mundo, pero explicarlo resulta todavía muy complejo. Sobre todo, porque ni siquiera los candidatos acaban de entender su funcionamiento y sus necesidades de votación para sacar tal o cual curul.

La elección se ha salvado sobre todo porque se ha evitado la implementación del voto electrónico, para lo que realmente no estamos preparados y hubiera generado todo tipo de susceptibilidades aún mayores a las actuales.

El sistema de conteo boliviano es público y transparente. Las ánforas selladas se abren públicamente, el conteo se hace en pizarrones y cualquiera puede meter las narices en el acta que se está firmando para remitirla como oficial. La misma foto queda expuesta en la web, al acceso de todo el universo, para que cualquiera pueda corroborar los resultados.

La oposición, claro, duda. Pero el secreto no es otro que lograr un despliegue suficiente para garantizar la observación de cada una de las mesas y poder probar ante cualquiera cualquier tipo de irregularidad.

La elección es una cuestión muy seria, y no vale de nada generar rumores y alertar debacles. El propio Tribunal, vista su conducta y sus problemas, debería alentar un seguimiento más que público y una transparencia impecable. El resto, no trae buenas sensaciones.

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