Energía fosilizada y alternativas rezagadas
Datos del Comité Nacional de Despacho de Carga (CNDC), dan cuenta que la generación eléctrica en Bolivia se casi triplicó entre 2006 y 2018, subiendo de 750 MW a más de 2.200 MW. Sin embargo, esto se logró fundamentalmente con un aumento de la participación de las centrales...
Datos del Comité Nacional de Despacho de Carga (CNDC), dan cuenta que la generación eléctrica en Bolivia se casi triplicó entre 2006 y 2018, subiendo de 750 MW a más de 2.200 MW. Sin embargo, esto se logró fundamentalmente con un aumento de la participación de las centrales termoeléctricas y con una participación marginal de las energías alternativas como la eólica y la solar, pese a su vasto potencial en el país.
Así, el 66,16% de la capacidad se concentra en centrales termoeléctricas, el 29,72% en hidroeléctricas, mientras que las fuentes renovables llegan apenas al 2,91% en el caso de la solar y al 1,21% la eólica.
Las centrales termoeléctricas consisten en turbinas que queman combustibles para producir electricidad a través del calor generado en ese proceso, principalmente gas natural. Aunque también hay algunas centrales térmicas que queman biomasa, predominan por mucho los combustibles fósiles.
En este sentido, los expertos afirman que la matriz energética en Bolivia está altamente “fosilizada”, lo que es llamativo en un contexto donde países vecinos están concentrando esfuerzos en hacer la transición hacia energías alternativas, y en el que los precios de generación desde estas fuentes están cayendo considerablemente.
De hecho, la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA, por su sigla en inglés), observa que el costo de generación de energía de fuentes alternativas, como la solar y la eólica, sigue bajando drásticamente y considera que “es sólo cuestión de tiempo” para que sean menor al de los combustibles fósiles, lo que podría ocurrir tan pronto como el año 2020, alcanzando precios cercanos a los 3 centavos de dólar por kilowatt/hora (kw/h).
Esta drástica y sostenida reducción de los costos de las energías alternativas se debe a tres factores principales: mejoras en la tecnología, un mercado cada vez más competitivo, y desarrolladores más experimentados en la industria. Y se considera que los avances tecnológicos seguirán haciendo que estas fuentes renovables de energía sean más eficientes.
Mientras que la intermitencia de ambas fuentes, que es su punto más débil en la actualidad, puede ser optimizada con instalaciones baterías de reserva de gran escala.
Estos son datos que deben ser considerados seriamente en la elaboración de políticas energéticas en nuestro país, en un contexto de incertidumbre sobre la situación de las reservas y producción de gas.
Hasta el momento, los proyectos del gobierno boliviano para aumentar la capacidad de generación eléctrica, a fin de exportar energía a países vecinos, consisten fundamentalmente en la construcción de megahidroeléctricas. Sin embargo, se ha denunciado que éstas son costosas no solo en términos financieros y globales sino también en la generación de electricidad.
Mientras todavía hay tiempo, bien se haría en mejorar las inversiones en fuentes alternativas, que garantice seguridad y soberanía energética a precios asequibles y sostenibles para la población y sin que impliquen una subvención eterna y pesada para el Estado. Después de lograr aquello recién hablemos de exportar o morir.
Así, el 66,16% de la capacidad se concentra en centrales termoeléctricas, el 29,72% en hidroeléctricas, mientras que las fuentes renovables llegan apenas al 2,91% en el caso de la solar y al 1,21% la eólica.
Las centrales termoeléctricas consisten en turbinas que queman combustibles para producir electricidad a través del calor generado en ese proceso, principalmente gas natural. Aunque también hay algunas centrales térmicas que queman biomasa, predominan por mucho los combustibles fósiles.
En este sentido, los expertos afirman que la matriz energética en Bolivia está altamente “fosilizada”, lo que es llamativo en un contexto donde países vecinos están concentrando esfuerzos en hacer la transición hacia energías alternativas, y en el que los precios de generación desde estas fuentes están cayendo considerablemente.
De hecho, la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA, por su sigla en inglés), observa que el costo de generación de energía de fuentes alternativas, como la solar y la eólica, sigue bajando drásticamente y considera que “es sólo cuestión de tiempo” para que sean menor al de los combustibles fósiles, lo que podría ocurrir tan pronto como el año 2020, alcanzando precios cercanos a los 3 centavos de dólar por kilowatt/hora (kw/h).
Esta drástica y sostenida reducción de los costos de las energías alternativas se debe a tres factores principales: mejoras en la tecnología, un mercado cada vez más competitivo, y desarrolladores más experimentados en la industria. Y se considera que los avances tecnológicos seguirán haciendo que estas fuentes renovables de energía sean más eficientes.
Mientras que la intermitencia de ambas fuentes, que es su punto más débil en la actualidad, puede ser optimizada con instalaciones baterías de reserva de gran escala.
Estos son datos que deben ser considerados seriamente en la elaboración de políticas energéticas en nuestro país, en un contexto de incertidumbre sobre la situación de las reservas y producción de gas.
Hasta el momento, los proyectos del gobierno boliviano para aumentar la capacidad de generación eléctrica, a fin de exportar energía a países vecinos, consisten fundamentalmente en la construcción de megahidroeléctricas. Sin embargo, se ha denunciado que éstas son costosas no solo en términos financieros y globales sino también en la generación de electricidad.
Mientras todavía hay tiempo, bien se haría en mejorar las inversiones en fuentes alternativas, que garantice seguridad y soberanía energética a precios asequibles y sostenibles para la población y sin que impliquen una subvención eterna y pesada para el Estado. Después de lograr aquello recién hablemos de exportar o morir.