La “Promesa” de todo tarijeño
En todos los tiempos del acontecer chapaco, ayer, hoy y siempre, el tarijeño que vive en su tierra o los que emigraron en busca de fuentes de trabajo hacia la Argentina o sus descendientes, renuevan y cumplen todos los años su promesa a la virgencita de Chaguaya.
Un verdadero enjambre humano que se manifiesta en una interminable columna de miles de creyentes, entre el quince de agosto y el seis de septiembre, inicia su caminata desde la ciudad, pertrechados sus integrantes con una mochila o un bolso con provisiones, una frazada y calzados u ojotas ya "domados" por el uso, dispuesto a enfrentar el largo y agotador recorrido de sesenta kilómetros.
La larga estela de devoción y de fe trepa, baja y se pierde entre los vericuetos del valle chapaco cercados de molles, churquis y sauces, caminando toda la noche para acercar su esperanza y su promesa hasta el santuario que cobija a la pequeña y dulce imagen.
La agotadora experiencia física se diluye y se retempla al amanecer o en las horas de la mañana del siguiente día, cuando los exhaustos caminantes perciben desde lejos el tañir de las campanas del santuario y al llegar hasta él con el alma henchida de gozo, las fuerzas agotadas y los pies lacerados, para escuchar la misa y hacerse "pisar" con la virgen del valle.
Esa es la promesa de todos los tarijeños, desprovista de todo otro interés. Incluso de todos aquellos que por su edad o condición física llegan a Chaguaya utilizando cualquier medio de transporte.
Es sólo el espíritu de un pueblo bueno, el fervor católico amasado en el sano ajetreo de sus tradiciones y el condicionamiento humano prendido a una identidad de vida siempre respetada, lo que sigue haciendo posible esta hermosa expresión de fervor desvinculada de todo aderezo vacuo que signa al mundo de hoy.