LOS HOMBRES TRANSPARENTES Indígenas y militares en la guerra del Chaco (1932-1935)
Luc Capdevila, Isabelle Combés, Nicolás Richard y Pablo Barbosa
INTRODUCCIÓN
Los indígenas en la guerra del Chaco, años 1920 a 1930. Hombres, lugares, representaciones
Cuando las colonias hispanoamericanas lograron su independencia a inicios del siglo XIX, las más radicales entre las élites fundadoras de las repúblicas tenían un discurso que, en términos modernos, podría haber participado de un proyecto de descolonización. Liberales e hijos del siglo de las Luces, los patriotas americanos pensaron su modernidad a través del desmantelamiento del edificio colonial. Denunciación de la posición periférica que frenaba las economías americanas y bloqueaba su desarrollo, supresión de la sociedad de castas y de estatus, abolición de la esclavitud, reparto de las tierras indivisas para transformar “los indios” en pequeños propietarios ciudadanos: la utopía republicana que orientó los proyectos de sociedades entre 1810 y 1830 afirmaba una ruptura radical para con el arcaísmo de la colonia española. Pero la independencia fue lograda por las diversas élites criollas. De hecho, se adueñaron del proyecto colonial y lo perpetuaron en función de sus intereses.
La historia de los dos últimos siglos americanos se desarrolló renovando el proyecto colonial. Hasta los años 1930 incluso, los Estados nacionales no ahorraron esfuerzos para extenderse hacia las tierras indígenas “no sometidas” desde la conquista. Algunas repúblicas organizaron “la guerra contra el indio”: en los llanos norteamericanos, en el norte de México, en Patagonia y Tierra del Fuego. En otras partes, y a escala continental, la expansión continua de los frentes de colonización absorbió paulatinamente el mundo de los recolectores. En el mismo periodo, en el seno mismo de las repúblicas, la creación de fronteras interiores provocó el reestablecimiento de sistemas discriminatorios. A inicios del siglo XX, en pleno centro de Asunción, se prohibía a los hombres llevar poncho, y las mujeres no podían circular si vestían la manta-sábana; todavía a inicios de los años 1940 en la Paz, los “indígenas” -identificados por su manera de vestir- no podían acercarse a la céntrica plaza Murillo.
Para entender la guerra que se desarrolló en el Chaco boreal, debemos aprehenderla en el largo ciclo del colonialismo republicano. Al enfrentarse sobre tierras indígenas, en 1932-1935 Paraguay y Bolivia llevaron de hecho a cabo el proceso de la conquista americana impulsado por los europeos a finales del siglo XV y seguido luego bajo otras modalidades por las repúblicas americanas del siglo XIX. Pues, más allá de los intereses económicos y de las reivindicaciones territoriales de cada uno de los bandos, la presencia de los ejércitos nacionales desembocó, concretamente, en la tardía colonización de estas tierras.
En los años 1920, el Chaco boreal era un espacio de 300.000 km^, apretado en sus márgenes por la presión de los frentes colonizadores de Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil. Aunque Paraguay y Bolivia se disputaban el control de sus regiones más centrales, el conjunto escapaba a los controles estatales. No era fácil penetrar en estas vastas extensiones de monte y bañados. Desde el siglo XIX, todas las misiones de exploración en busca de una vía transitable entre las tierras bajas bolivianas y la ribera derecha del río Paraguay habían fracasado. No existían mapas, ni itinerarios. Los únicos conocimientos empíricos que tenían los blancos de las regiones centrales provenían de los de los márgenes. De la misma manera, ecos de la civilización occidental llegaban hasta las más remotas “tierras adentro” (Nordenskiold 2002 [1912]). Hombres, cosas, noticias y sensaciones sobre el otro mundo circulaban en este vasto territorio, donde la representación de la “frontera” se atenuaba en cuanto se acercaba de ella y se vivía una experiencia sensible. El capitán Arturo Bray, quien realizó varias largas misiones en el Chaco entre 1926 y 1932, recuerda en sus memorias que vivió entonces los “días más felices” de su carrera militar, y precisa que, mientras en Asunción circulaban rumores sobre sus “famosas guerras contra los indios”, nunca tuvo que quejarse de ellos (Bray 1981, t. 2: 21, 152).
Ilustración 1. Fotografía aérea. Sobrevuelo de reconocimiento boliviano al este de Ravelo a inicios de los años 1930. Aguadas y posible campamento indígena (Negativos AA20, Album30
Aunque térra incógnita para los colonizadores, el Chaco era el hogar de decenas de pueblos indígenas. Una estimación publicada a inicios de los años 1930 menciona entre 40.000 y 50.000 personas[1]. Los grupos más numerosos vivían en grandes aldeas a lo largo de los ríos periféricos y poblaban las zonas más húmedas. Vivían en las puertas de la frontera con los blancos. Algunos se desplazaban hacia los polos de colonización: los azucareros argentinos, las empresas madereras del alto Paraguay, las estancias paraguayas o bolivianas donde trabajaban como peones. De esta manera, su cultura y su sociedad se transformaban mediante sus relaciones con la economía occidental y el contacto con militares, misioneros, colonos e incluso antropólogos. Cientos de kilómetros más allá, alejados de los frentes colonizadores, vivían en las tierras secas del Chaco boreal grupos más reducidos de cazadores- recolectores. Algunos se acercaban a los focos de colonización, donde conseguían objetos, metales o alimentos; otros se alejaban de los amenazadores frentes de penetración, lo que solía provocar conflictos y rivalidades entre grupos indígenas por el control del espacio. En definitiva, en el Chaco de inicios del siglo XX, el mundo indígena vivía un proceso de contracción a consecuencia de la expansión del mundo occidental.
Ilustración 2. Aldea maká (Fotografía de Jehan Vellard, 1932, en Braunstein 1981)
A mediados de los años 1920, los frentes de colonización militar de Paraguay y Bolivia se encontraron en los márgenes del Chaco boreal, en el sector del río Pilcomayo. Una sucesión de desacuerdos diplomáticos y militares desembocó en la guerra, iniciada en julio de 1932[2].
Paraguayos y bolivianos se enfrentaron durante tres años en estas tierras. La guerra cobró decenas de miles de vidas en los ejércitos de los dos países más pobres de América Latina; para los contemporáneos, fue una nueva “gran guerra” después del conflicto mundial de 1914- 1918[3]. A pesar de la pobreza de los Estados, los ejércitos que combatieron en el Chaco[4] estaban mecanizados. Los oficiales del Estado Mayor paraguayo habían sido formados por una misión militar francesa, y los bolivianos por una misión alemana; en el campo de batalla, la guerra de desplazamiento alternaba con los combates de trincheras. Para las élites urbanas que habían seguido la primera guerra mundial en la prensa o incluso habían participado de ella, el conflicto se repetía en tierra americana. No disponemos de cifras sobre la sobremortalidad producida por la guerra entre las poblaciones autóctonas del Chaco: pero los estudios monográficos muestran que fue, a su escala, muy fuerte. Más que a los combates, la mortalidad se debió a causas sanitarias.
La guerra terminó oficialmente en julio de 1935. Pero más allá de los episodios estrictamente militares, la llegada de los ejércitos se tradujo concretamente en la ocupación del Chaco boreal y su control directo por parte de los Estados. Pero los relatos históricos, a menudo reducidos a un estudio militar, diplomático y/o político del conflicto, se olvidaron de los actores no nacionales, y llegaron a ocultar este hecho. Sin embargo, esta guerra internacional sólo fue uno de los episodios más relevantes de una historia que marcó todo el continente: la colonización por las repúblicas americanas de los últimos territorios indígenas libres.
★★★
Este libro quiere alimentar la reflexión y la discusión sobre el proceso de colonización del Chaco boreal en los años 1920 a 1930, correspondientes a la instalación de los militares bolivianos y paraguayos y al inicio del conflicto armado. Pocos son los análisis que existen en este sentido. La guerra del Chaco fue estudiada por los historiadores en el marco de las ideologías nacionales. Por el contrario, muchos antropólogos insistieron, en estudios monográficos, sobre su impacto en las sociedades indígenas[5]. Desde finales de la década de 1990 e inicios de los años 2000, se observa en Bolivia, y más tímidamente en Paraguay, un afán de revisión de la historia de la guerra, que toma en cuenta la presencia de los indígenas chaqueños; estos esfuerzos dieron lugar a una primera serie de investigaciones sobre las experiencias indígenas del conflicto6. El presente libro se inscribe así en este proceso de renovación de la escritura de la historia contemporánea latinoamericana.
Hemos privilegiado en estas páginas el análisis de las relaciones entre indígenas y militares. Se trata en efecto, para nosotros, de la vía más adecuada para estudiar las modalidades de la instalación del Estado en la región a través de sus representantes, de entender las relaciones que les repúblicas quisieron establecer en esta época con las poblaciones indígenas y cómo las naciones autóctonas pensaron esta relación. En el proceso de escritura, escogimos escenas que permitan observar concretamente estos procesos, a menudo desconocidos tratándose de grupos sin escritura.
El primer capítulo, que se debe a Luc Capdevila, plantea el marco histórico, político y cultural en el cual se desarrolló el conflicto. Propone desarticular el sistema de representaciones a partir del cual las sociedades nacionales percibieron y escribieron la guerra, intentando entender cómo y por qué la historiografía occidental fue llevada a olvidarse de los indígenas y ocultar la dinámica colonizadora intrínseca de este acontecimiento.
A partir de la figura del coronel Ángel Ayoroa, Isabelle Combés retrata en el capítulo siguiente a los actores en presencia -guerreros, caciques, oficiales, guías- y se interroga sobre sus relaciones durante las expediciones militares bolivianas en territorio tapíete primero, y luego en el corazón más secreto del Chaco boreal muy poco antes de la guerra, cerca del río Timanes.
En el tercer capítulo, Luc Capdevlla estudia los fortines de la frontera y de más allá. Si bien, en un primer tiempo, los fortines militares se agregaron al mundo indígena, los tratos entre vecinos se orientaron luego hacia relaciones coloniales fundamentalmente diferentes, en función de las culturas nacionales de las jerarquías militares.
Los dos últimos capítulos se interesan a las figuras indígenas del conflicto: guerreros, caciques y cautivos en las comunidades nivaclés del Pilcomayo paraguayo, y dirigentes del Isoso en las tierras bajas bolivianas. Pablo Barbosa, Isabelle Combés y Nicolás Richard interrogan en particular, a través de la trayectoria de estas figuras, tanto las tensiones entre comunidades indígenas y Estados nacionales, como los conflictos internos del mundo indígena confrontado a las crispaciones políticas y la redefinición de las fronteras nacidas de la guerra. Los autores trabajaron de manera novedosa confrontando archivos escritos y relatos orales. En este nuevo contexto político y científico, archivos indígenas se están constituyendo -lo demuestra la publicación misma del presente libro.
Las diferentes secciones permiten cubrir el conjunto del espacio chaqueño en situación de colonización en los años 1920 y 1930. Poniendo el énfasis sobre las representaciones y los lugares, privilegiando los actores, Los hombres transparentes quiere abrir una ventana sobre el Chaco como un espacio fronterizo permeable, hecho de encuentros y circulaciones. En su modesta medida, quiere contribuirá la inserción, en la trama de la historia universal, de una humanidad ignorada demasiado tiempo por las ideologías nacionales.
[1] El general Belaieff estimaba en 43.900 personas la población autóctona total del Chaco boreal (citado en “El Chaco, según un general ruso”, El Diario (La Paz), lcro de septiembre de 1932, última página.
[2] Iniciada luego de los enfrentamientos de Pitiantuta que ocurrieron entre el 15 de mayo y el 14 de julio de 1932, la guerra fue oficialmente declarada el 10 de mayo de 1933. Después de tres años de combates, Paraguay y Bolivia acordaron un armisticio el 12 de junio de 1935, firmando el tratado de paz en julio de 1938. Los trabajos de la comisión mixta de límites sólo concluyeron en abril de 2009, celebrados en un acto solemne que reunió a los presidentes Morales y Lugo en Buenos Aires, 74 años después del fin de la guerra.
[3] Ange-Fran?o¡s Casabianca da la cifra de 36.000 muertos paraguayos, es decir el 4 % de la población total, y entre 40.000 y 45.000 del lado boliviano, 1,4 % de la población total (Casabianca 2000, t. VII: 447).
[4] Paraguay movilizó un total de 160.000 a 170.000 hombres, equivalente al 19% de su población total y al 40% de la población masculina. Bolivia movilizó a 190.000 hombres, lo que corresponde a aproximadamente el 12% de su población masculina (Casabianca 2000).
5 Un libro colectivo reunió en 2008 los trabajos de los principales antropólogos que se preocuparon por este problema, y hace un balance del encuentro entre etnología e historia alrededor de la guerra del Chaco (Richard ed. 2008; este libro está disponible en Google Books). Ver también Richard 2009.
[5] Ver en particular Schuchard 1981; Riester 2005; Combés, Ortiz y Caurey 2009.