El entorno urbano y el espíritu de Tarija
Nuestra pequeña y ya bullente ciudad, que ya tiene muchos años de historia y de vida, ha sufrido a través del tiempo una retrogradación lamentable y ostensible reflejada en esa impresión de cascarón destartalado y remendado que surge al contemplar sus calles y paseos públicos. Esa impresión se objetiva y cobra visos de decepcionante realidad ante quienes la visitan con la comprobación de su muy deficiente infraestructura urbana que la sitúa en la condición de una ciudad poco acogedora a pesar de su maravilloso entorno natural y de su clima.
Ya no es la villa que los tarijeños maduros añoramos de casonas con patios llenos de tiestos y huertas ubérrimas. Su expansión en el tiempo ha determinado su progresivo congestionamiento urbano. A Tarija le faltan o son insuficientes los lineamientos y los servicios básicos que puedan darle las condiciones de un centro urbano en que sea grato vivir y que está obligada a tenerlos como capital del Departamento y como sede administrativa a la que deben arribar los personeros y representantes de instituciones que podrían hacer viable el desarrollo económico y social de todas sus provincias, los hombres y empresarios que por muchas razones deseen vivir en ella e invertir sus capitales en la región y los turistas que, estimulados por las singulares bondades de nuestro escenario natural y humano, puedan determinar con su afluencia un importante renglón de la actividad económica de nuestro pueblo.
El elemental derecho de los habitantes de la ciudad de contar con los servicios básicos adecuados y la inaplazable urgencia de dotarle de las condiciones necesarias para hacer de ella un centro urbano acogedor, debe también conllevar un propósito hasta hoy marginado dentro de los lineamientos previstos para el desarrollo citadino y del cual deseamos señalar algunos aspectos.
Hoy, ojalá estemos equivocados, estamos tratando de vivir no como siempre habíamos sido, sino dentro de todo aquello que nos viene de una realidad convulsionada por toda clase de intereses que no se fundamentan en nuestro espíritu y en la objetividad arrinconada de nuestra región con relación al país. El triste drama de los pueblos latinoamericanos inmersos en la antinomia paradojal de su miseria y olvido, avasallados por el acoso de formas de vida para las cuales todavía no estamos preparados, se refleja absurdamente en nuestra ciudad, por ejemplo, al pretender vivir la civilización del automóvil en calles estrechas, aceras rotas y peatones hostigados.
Esta manera de actuar y la sobredimensión caótica y confusa de nuestro modesto escenario urbano nos ha hecho olvidar muchas cosas. Entre ellas que tenemos que mirar al pasado y pensar en el futuro. Ello nos daría a los tarijeños el derecho de recordar, añorar, sentir, comprender y amar lo que fue siempre nuestro y columbrar cuál podría ser el espíritu y la apariencia futura de nuestra ciudad, a la manera de cómo nosotros la pensamos.
Toda acción que promueva la superación de las deficiencias urbanas de la ciudad no debe estar dirigida sólo a satisfacer las necesidades físicas y materiales del tarijeño y de todos los que lleguen a su suelo sino también, y poniendo particular empeño en ello, prever acciones que tiendan a caracterizarla con un cimiento que asegure la preservación de todos sus valores tradicionales y artísticos, para darle ese sello de originalidad surgido de sus raíces así como de sus particulares vivencias y concuerde con esa manera de ser tan nuestra que nos tipifica claramente dentro del país.
Tendamos entonces a ser una sociedad que aspira a modernizarse con espíritu crítico buscando la preservación de nuestra manera de ser que se va perdiendo irremisiblemente y recreando lo viejo a la medida del hombre tarijeño. Sólo así actuaremos dentro del fundamento que muchos de nosotros hemos olvidados; nuestras cosas del espíritu son tan valiosas como las perfecciones materiales que nos preocupamos por conseguir.
Gran parte del hondo y hermoso misterio de las ciudades pequeñas y grandes I radica en la diferencia entre unas y otras. La nuestra, por su clima y escenario; natural puede ser muy hermosa, pero planificada como muchas de las ciudades sin corazón, valores propios ni tradiciones, sería un fiasco para el espíritu. Preguntemos a los hermanos del país el motivo que los impulsa a llegar hasta Tarija y ellos nos dirán siempre que no sólo es por su clima y entorno natural, sino también por la identidad espiritual que tipifica todavía al hombre tarijeño y a su ciudad configurando un clima humano poseedor de los más sencillos y mejores valores.
Mejorar la estructura urbana de Tarija impregnando ese empeño con el aroma de la amancaya y sus tradiciones de vida, a través de un esfuerzo colectivo desprovisto de intereses secundarios, es el desafío para preservar el derecho de nuestra ciudad y de sus habitantes de forjar su destino futuro dentro del marco de esa identidad que supo configurarla espontánea y laboriosamente en el decurso de su historia.
Sólo así tendremos la certeza de saber de qué manera debe evolucionar nuestro entorno urbano sin el riesgo del apocamiento de su espíritu y superar la tendencia de derribar lo viejo como ocurrió con la demolición del hermoso y vetusto monumento colonial que servía de local al Colegio "San Luis” y está ocurriendo con muchos edificios del casco viejo de la ciudad. La restauración de las viejas estructuras para usos nuevos tiene ya para nosotros positivos ejemplos en las remodelaciones que se hicieron en una parte del Convento de San Francisco y en la Casa Dorada. Podría hacerse igual esfuerzo con sus plazas y paseos tradicionales, con la callecita torcida que sube de la Plaza Uriondo a la Capilla de San Juan, que guarda el molino de piedra que usaron desde antaño nuestros campesinos, y con todos los lugares y construcciones que podrán seleccionarse bajo el fundamento del atesoramiento de nuestra identidad. En suma, procurar toda acción que se fundamente en el hecho de que Tarija no tiene que dejar de ser Tarija en la evolución de su infraestructura.
Modificar el espacio urbano es un desafío a la imaginación de los tarijeños que deseamos mantener la identidad que debe caracterizarnos y que dejará vivir lo que nuestros mayores y nosotros hemos creado acunados en la tierra madre.