ALGO SOBRE LA ADOLESCENCIA DE GABO
Gabriel García Márquez nació en 1928 en Aracataca, pueblito de la costa atlántica colombiana, donde fue criado por sus abuelos maternos. Murió el 17 de abril de 2014, en su casa de México a sus 87 años de edad. Veamos algunos rasgos de su vida. En su época de colegial el popular Gabo...



Gabriel García Márquez nació en 1928 en Aracataca, pueblito de la costa atlántica colombiana, donde fue criado por sus abuelos maternos. Murió el 17 de abril de 2014, en su casa de México a sus 87 años de edad. Veamos algunos rasgos de su vida.
En su época de colegial el popular Gabo no logró integrarse a la clase de matemáticas y escribe: “Solía decirse entonces que las vocaciones poéticas interferían con las matemáticas, y uno terminaba no sólo por creerlo, sino por naufragar en ellas”. Reconoce, además, que nunca pudo memorizar las tablas del 7 y del 9.
Y si tal entuerto le afectaba al pretender estudiar las ciencias exactas, otro tanto le ocurría a tiempo de enfrentarse a lo que él denomina ‘drama personal con la ortografía’. En su libro Vivir para contarla comenta: “Nunca pude entender por qué se admiten letras mudas o dos letras distintas con el mismo sonido, y tantas otras normas ociosas”.
Más allá de estos tópicos anecdóticos en su formación estudiantil, refiero otros nacidos al interior de su familia. Tuvo muchos hermanos. Es posible que cuando conversaba con su madre, más que con su progenitor que andaba de viaje y de parranda, y Gabo retornaba a su hogar de Barranquilla después de alguna ausencia por el trabajo tenía secretamente miedo de preguntar: ¿qué de nuevo?
Sin ir lejos recuerdo que en una ciudad de Bolivia, cuyo nombre prefiero obviar, una noticia circulaba con alarmante frecuencia: Carmiña otra vez espera, ¿y qué espera? ¿El tren? ¡No, qué va si no hay! Hasta que el cántaro de tanto ir a la fuente se rompió no sólo dos, ni tres, ni cuatro, ni ocho, y sí catorce veces… La única explicación, la fe religiosa. Ella no planificó nada, aparte de llevar su cantarito a proveerse del chorro de la vertiente, no consultó a su médico acerca de métodos anticonceptivos y de control, y tan solo, confesándose ante su almohada, dijo: que vengan tantos niños como Dios quiera…
En la actualidad del mundo, pleno de artefactos y de cibernética, de publicidad, miedo y vergüenza por los políticos, entre una multitud de traumas que afectan al cerebro, si a alguna desprevenida dama le pasara lo sucedido a Carmiña la gente diría sin maldad alguna: no tiene televisión y no ve novelas ni noticiosos plenos de crónica roja, por eso engendra críos.
Quizás debido a estas situaciones de vida intrafamiliar lo inverosímil es contado con gracia sin par por Gabo y recibido inicialmente con incredulidad por los lectores, que los tiene en todo el mundo y en todos los idiomas, y luego se digiere como algo muy natural que acontece en el calor infernal del Caribe, o mejor en Macondo. La febril imaginación que despliega Gabo en sus libros es a todas luces incomparable y fascinante.
“Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia”. Pasados unos años idealizó tanto que produjo secuencias literarias, algunas llevadas a la pantalla grande, pocas veces imaginables. Rompió con todo esquema.
Volvamos a sus gustos y disgustos. Gabo asistía a una sala de lectura donde había música, pero algún momento se descompuso el sistema y él fue a leer en silencio. Apunta: “Tardé varios días en darme cuenta de que el remedio de mi ansiedad no era el silencio de la sala sino el ámbito de la música, que desde entonces se me convirtió en una pasión casi secreta y para siempre”. Fue así que nunca dejó de ser un empedernido oyente de música, que vivifica y restaura el espíritu. Actualmente con los aparatos inalámbricos se puede llevar música a la oficina, a la cochera o al baño; lo que jamás me atrajo es usar audífonos que inhiben tan especial atractivo y el sonido pareciera cortarse y no expandirse. Todo en la vida es cuestión de preferencias y costumbre; sin que sea correcto afirmar que acerca de gustos y colores no han escrito los autores. ¡Nada tan falso!
Aquí un paréntesis muy elocuente. El musicólogo Mario Estenssoro Vásquez hace muchos años confesó que el silencio de su ciudad natal, Tarija, no le dejaba dormir. ¡Seguro! pues entregó su cuerpo y alma al ruido musical, digo a la melodía de la música, una de las artes más delicadas y bellas.
A lo dicho es preciso agregar que por naturaleza Gabo era tímido, no obstante de haber trabajado desde muy joven para lograr su sustento diario. Eran tantos hermanos que no podía ni debía quedarse con los brazos abiertos, si no lo crucificaban. Debía aportar y aportó.
En cuanto a la lectura acota: “El vicio de leer lo que me cayera en las manos ocupaba mi tiempo libre y casi todo el de las clases. Podía recitar poemas completos del repertorio popular que entonces eran de uso corriente en Colombia, y los más hermosos del Siglo de Oro y el romanticismo españoles”. Y esa admirable precocidad de asiduo lector se complementa con el siguiente comentario: “Nunca imaginé que nueve meses después del grado de bachiller se publicaría mi primer cuento en el suplemento literario ‘Fin de Semana’ de El Espectador de Bogotá, el más interesante y severo de la época”.
Para cerrar estos apuntes, Gabo evoca que Edipo Rey, de la autoría de Sófocles, se le rebeló como el trabajo literario perfecto entre sus primeras lecturas. Se trata de una obra de teatro que narra la historia de Edipo, un desventurado príncipe de Tebas, hijo de Layo y de Yocasta. Poco antes de que se casaran el oráculo de Delfos les advirtió que el hijo que tuvieran llegaría a ser asesino de su padre y esposo de su madre. Antes de contraer matrimonio Edipo tuvo que descifrar el enigma de la Esfinge, que no era otro que: ¿cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al medio día y tres en la tarde? En vista que ante todo ambicionaba la gloria y naturalmente casarse con Yocasta, premio ofertado por el rey de Tebas, Creonte, quien prometió dar la mano de su hermana y el trono del reino al ganador, Edipo respondió de modo acertado: el hombre. En su infancia anda sobre sus manos y pies, cuando crece sólo con sus pies y en la vejez usa bastón cual si fuera un tercer pie. ¡Prueba superada…!
Un complicado entramado argumental despierta la curiosidad del lector minuto a minuto, que no decae hasta la conclusión de la obra que fascinó a Gabriel García Márquez, o mejor al jovenzuelo Gabo, inquieto como el que más y buceador del conocimiento de las profundidades del alma humana.
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En su época de colegial el popular Gabo no logró integrarse a la clase de matemáticas y escribe: “Solía decirse entonces que las vocaciones poéticas interferían con las matemáticas, y uno terminaba no sólo por creerlo, sino por naufragar en ellas”. Reconoce, además, que nunca pudo memorizar las tablas del 7 y del 9.
Y si tal entuerto le afectaba al pretender estudiar las ciencias exactas, otro tanto le ocurría a tiempo de enfrentarse a lo que él denomina ‘drama personal con la ortografía’. En su libro Vivir para contarla comenta: “Nunca pude entender por qué se admiten letras mudas o dos letras distintas con el mismo sonido, y tantas otras normas ociosas”.
Más allá de estos tópicos anecdóticos en su formación estudiantil, refiero otros nacidos al interior de su familia. Tuvo muchos hermanos. Es posible que cuando conversaba con su madre, más que con su progenitor que andaba de viaje y de parranda, y Gabo retornaba a su hogar de Barranquilla después de alguna ausencia por el trabajo tenía secretamente miedo de preguntar: ¿qué de nuevo?
Sin ir lejos recuerdo que en una ciudad de Bolivia, cuyo nombre prefiero obviar, una noticia circulaba con alarmante frecuencia: Carmiña otra vez espera, ¿y qué espera? ¿El tren? ¡No, qué va si no hay! Hasta que el cántaro de tanto ir a la fuente se rompió no sólo dos, ni tres, ni cuatro, ni ocho, y sí catorce veces… La única explicación, la fe religiosa. Ella no planificó nada, aparte de llevar su cantarito a proveerse del chorro de la vertiente, no consultó a su médico acerca de métodos anticonceptivos y de control, y tan solo, confesándose ante su almohada, dijo: que vengan tantos niños como Dios quiera…
En la actualidad del mundo, pleno de artefactos y de cibernética, de publicidad, miedo y vergüenza por los políticos, entre una multitud de traumas que afectan al cerebro, si a alguna desprevenida dama le pasara lo sucedido a Carmiña la gente diría sin maldad alguna: no tiene televisión y no ve novelas ni noticiosos plenos de crónica roja, por eso engendra críos.
Quizás debido a estas situaciones de vida intrafamiliar lo inverosímil es contado con gracia sin par por Gabo y recibido inicialmente con incredulidad por los lectores, que los tiene en todo el mundo y en todos los idiomas, y luego se digiere como algo muy natural que acontece en el calor infernal del Caribe, o mejor en Macondo. La febril imaginación que despliega Gabo en sus libros es a todas luces incomparable y fascinante.
“Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia”. Pasados unos años idealizó tanto que produjo secuencias literarias, algunas llevadas a la pantalla grande, pocas veces imaginables. Rompió con todo esquema.
Volvamos a sus gustos y disgustos. Gabo asistía a una sala de lectura donde había música, pero algún momento se descompuso el sistema y él fue a leer en silencio. Apunta: “Tardé varios días en darme cuenta de que el remedio de mi ansiedad no era el silencio de la sala sino el ámbito de la música, que desde entonces se me convirtió en una pasión casi secreta y para siempre”. Fue así que nunca dejó de ser un empedernido oyente de música, que vivifica y restaura el espíritu. Actualmente con los aparatos inalámbricos se puede llevar música a la oficina, a la cochera o al baño; lo que jamás me atrajo es usar audífonos que inhiben tan especial atractivo y el sonido pareciera cortarse y no expandirse. Todo en la vida es cuestión de preferencias y costumbre; sin que sea correcto afirmar que acerca de gustos y colores no han escrito los autores. ¡Nada tan falso!
Aquí un paréntesis muy elocuente. El musicólogo Mario Estenssoro Vásquez hace muchos años confesó que el silencio de su ciudad natal, Tarija, no le dejaba dormir. ¡Seguro! pues entregó su cuerpo y alma al ruido musical, digo a la melodía de la música, una de las artes más delicadas y bellas.
A lo dicho es preciso agregar que por naturaleza Gabo era tímido, no obstante de haber trabajado desde muy joven para lograr su sustento diario. Eran tantos hermanos que no podía ni debía quedarse con los brazos abiertos, si no lo crucificaban. Debía aportar y aportó.
En cuanto a la lectura acota: “El vicio de leer lo que me cayera en las manos ocupaba mi tiempo libre y casi todo el de las clases. Podía recitar poemas completos del repertorio popular que entonces eran de uso corriente en Colombia, y los más hermosos del Siglo de Oro y el romanticismo españoles”. Y esa admirable precocidad de asiduo lector se complementa con el siguiente comentario: “Nunca imaginé que nueve meses después del grado de bachiller se publicaría mi primer cuento en el suplemento literario ‘Fin de Semana’ de El Espectador de Bogotá, el más interesante y severo de la época”.
Para cerrar estos apuntes, Gabo evoca que Edipo Rey, de la autoría de Sófocles, se le rebeló como el trabajo literario perfecto entre sus primeras lecturas. Se trata de una obra de teatro que narra la historia de Edipo, un desventurado príncipe de Tebas, hijo de Layo y de Yocasta. Poco antes de que se casaran el oráculo de Delfos les advirtió que el hijo que tuvieran llegaría a ser asesino de su padre y esposo de su madre. Antes de contraer matrimonio Edipo tuvo que descifrar el enigma de la Esfinge, que no era otro que: ¿cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al medio día y tres en la tarde? En vista que ante todo ambicionaba la gloria y naturalmente casarse con Yocasta, premio ofertado por el rey de Tebas, Creonte, quien prometió dar la mano de su hermana y el trono del reino al ganador, Edipo respondió de modo acertado: el hombre. En su infancia anda sobre sus manos y pies, cuando crece sólo con sus pies y en la vejez usa bastón cual si fuera un tercer pie. ¡Prueba superada…!
Un complicado entramado argumental despierta la curiosidad del lector minuto a minuto, que no decae hasta la conclusión de la obra que fascinó a Gabriel García Márquez, o mejor al jovenzuelo Gabo, inquieto como el que más y buceador del conocimiento de las profundidades del alma humana.
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