Mil días sin el periodista Cristian Mariscal, un caso sin respuestas
Estos días se cumplen mil días sin el periodista Cristian Mariscal. Una cifra tan vacía como los días que su familia lleva buscándolo. Una cifra que apenas suma algo de valor simbólico a un drama que se siente igual todos los días aunque la fecha no sea redonda. Una cifra que da cuenta de...



Cristian salió de su casa el sábado 18 de enero de 2014 para vivir una de esas jornadas maratónicas que culminaba entrada la madrugada, al salir de su trabajo como animador en uno de los boliches en el centro de Tarija donde se ganaba unos pesos con los que alargaba su salario como periodista de Plus TV. Cristian amaba las cámaras más que cualquier cosa.
Con tremenda dedicación y pasión Cristian construía su nuevo yo en Tarija, a la que llegó a probar suerte desde Potosí, pero con la determinación de no fallar.
Cristian amaba las cámaras y entre la precariedad y las urgencias del gremio, había empezado a construirse un perfil propio dedicado al periodismo de investigación con toque social por un lado y al de la amenidad del todólogo por otro. No tenía miedo. Cristian había experimentado más de lo que había estudiado, y en 2014 estaba ganado de sobra su propia batalla contra el anonimato y nuevos proyectos se abrían ante el.
Reconocido a la medida de Tarija por el gran y pequeño público, Cristian sumaba esos dejes de estrella de televisión. Última tecnología, gustos caros, pasatiempos exóticos y cambios de look permanentes. También sus desgarros de amor. Cristian amaba las cámaras, pero la última imagen que le tomaron fue robada, saliendo del boliche, caminando como el que piensa, jugando con la llave de su Suzuki Samurai aparcado en la puerta y del que se ve una rueda. Al llegar al auto ya debió haber tomado la decisión.
El resto de la historia lo cuentan los pocos testigos, todos de la misma familia, que lo vieron después de la imagen y cuyos testimonios son las únicas pruebas, por aquello de ser vivas, que no se han podido arruinar en los más de dos años de investigación en los que la negligencia y la incapacidad han sido la constante.El caso Imbolsur estuvo abierto casi ocho años. Acabó sin culpables.
El caso Mariscal estuvo dos años y nunca entró a juicio. Cumplido el plazo, el Fiscal Departamental Gilbert Muñoz lo mandó a la congeladora pregonando a voz en grito que cualquier nuevo indicio que apareciera motivaría la reapertura del caso. Tras la sentencia que sobresiguió a todos los implicados en el caso Imbolsur, el Fiscal Muñoz apeló y sugirió que se buscarían nuevas pruebas, pericias e indicios. Toda una contradicción. El caso más emblemático de los últimos años, el de un periodista joven muy conocido, con la lógica repercusión mediática fruto de la básica lógica gremial se convertía en un enorme monumento a la impunidad. ¿Cómo serán otros casos en los que no se cuenta con tal aparato mediático detrás?
¿Despropósito? La investigación del caso Mariscal fue narrada en su momento paso por paso y recopilada en numerosas ocasiones con posterioridad con todo lujo de detalles y fuentes. El tiempo transcurrido permite ahorrar detalles: familiares y compañeros coinciden en que todas las pruebas que pudieron arruinarse, se arruinaron de una u otra manera. Las tres principales son las pruebas de ADN, los equipos electrónicos y el vehículo, pero hay más.Los pocos testigos, todos de la misma familia, que dicen lo vieron con vida después del video de la discoteca,cambiaron su versión en algunas ocasiones cuando fueron llamados por la Policía, pero en resumidas cuentas y según lo que dice el cuaderno de investigaciones, Cristian llegó al domicilio de quien hasta días antes era su pareja, Gabriela Torres Araoz, y donde habían vivido juntos. Entró por el garaje ya que conservaba una llave. Llegó hasta la puerta del cuarto de ella y pidió entrar. La versión de Gabriela, avalada por su madre y la pareja de esta que también estaba en el domicilio, indica que le negó el acceso, le acompañó a la puerta y Cristian se fue tan ricamente, aunque primero dijo que apenas se podía parar de borracho.
Una vez denunciado, a nadie se le ocurrió pedir las cámaras de seguridad del perímetro. Cuando Gabriela dijo que la llamó horas después, de madrugada, en lo que parecía querer hacerse ver como una llamada de despedida para abonar la tesis del suicidio, alguien pidió el registro de llamadas a las compañías telefónicas. Gabriela Torres Araoz intercambió más de medio centenar de llamadas con su entonces pareja en esa misma noche a partir de que, supuestamente Cristian se fue de la casa.Como aquello sonaba raro alguien pidió una pericia y entró en escena otro personaje controvertido, que acabó imputado por obstrucción, el perito uruguayo Carlos Facundo Olascoaga, que más tarde se supo era un hacker informático con toda una historia de amores y odios con los fiscales en Sucre, incluyendo al Fiscal General Ramiro Guerrero y al de Chuquisaca Roberto Ramírez.
Sin sangre Antes de que Olascoaga entrara en acción y producto de las mismas declaraciones, se logró muchos días después del fatídico 19 de enero de 2014 la orden para allanar el domicilio en el que Mariscal fue visto por última vez, aunque al final no hizo ni falta. Un pintor ocasional dijo que fue contratado ese domingo para pintar el pasillo, las pruebas del luminol arrojaron más de una docena de manchas de sangre en el recorrido entre la puerta del cuarto de Gabriela y la puerta por la que supuestamente salió Mariscal. Los investigadores tomaron las pruebas a su manera y las siguientes semanas se las pasaron entre si el análisis lo tenía que hacer el Instituto Técnico Científico de la Policía o los laboratorios fiscales del IDIF. El ITCUP entregó al IDIF y este respondió que no podía hacer nada con esas pruebas abiertas. El informe del ITCUP, que existe, es secreto de Estado. Las pruebas de ADN de las manchas encontradas en la casa fueron simplemente inutilizadas.
Sin llamadas Fue la primera decepción, aunque corría en paralelo de lo que estaba pasando con la pericia informática y las llamadas. La familia Mariscal pedía develar el contenido de los mensajes intercambiados entre Gabriela Torres y Grover Carranza. Los equipos acabaron en manos del perito Carlos Facundo Olascoaga. Su primera triangulación daba un punto de la última llamada, la de la supuesta despedida que abonaba las tesis del suicidio, desde algún lugar en la orilla del lago San Jacinto. Los abogados de la familia Mariscal demostraron, por la elemental lógica horaria, la imposibilidad de que hubiera llegado hasta allí. Todos los equipos informáticos, los celulares, y los chips desaparecieron tras un allanamiento al laboratorio de Olascoaga ordenado por el fiscal chuquisaqueño Roberto Ramírez. Nada en claro salió de aquello, pero se arruinó todo lo relacionado a esa parte de la clarividencia.
Sin auto Faltaba un escándalo más, para los que todavía dudaban que estaba pasando algo raro. Como nadie puede suicidarse y hacerse desaparecer a sí mismo, peor con un jeep, había que encontrar el vehículo. El Suzuki Samurai negro contaba con su placa y su registro en el B-Sisa, el programa diseñado para evitar contrabando de combustible, etc. La alarma saltó en agosto de ese año en la ANH. El vehículo con la placa y registro B-Sisa de Mariscal cagó combustible tres veces entre Santa Cruz y Cochabamba, en el entorno de la fiesta de Urkupiña. Solo se movió tres veces en un año. Como si alguien lo hubiera tomado sin permiso para hacer una chiquillada. Desde agosto hasta enero de 2015 nadie dijo nada sobre el uso del vehículo ni sobre la alarma en la ANH, hasta que Plus TV publicó los videos en los que se veía el vehículo en el surtidor.
La Fiscalía se movió como nunca, en tres días había detenido el vehículo y a su supuesto comprador, Mustafá Melgar, un administrador de talleres y boliches con uno de ellos en las orillas del lago San Jacinto. Muchos abogados se cruzaron por el camino y consiguieron tumbar una prueba clave que el propio padre de Cristian Mariscal había reconocido con sus propios ojos y detallado varias soldaduras, como cicatrices, realizadas en su interior con sus propias manos. Pudo más la burocracia y las teorías de los vehículos clonados, etc, etc.
Sin caso Sin sangre, sin llamadas y sin auto, la investigación de un equipo de fiscales que por momentos lideró el fiscal departamental Gilbert Muñoz se quedó sin material para intentar ir a juicio. Tan pronto se cumplieron los plazos y tras agotar esas burocráticas e inútiles solicitudes de cooperación internacional con Argentina (que demostraron que Cristian nunca salió del país ni estuvo en otro lado), los imputados pidieron revisar sus medidas cautelares y el caso se quedó entonces también sin sospechosos y sin personal asignado para investigarlo.
“Sin cuerpo no hay delito” repetía el abogado Rafael Gómez. “Impunidad, no es no atentar sino esconder el cuerpo lo suficiente para que nadie lo encuentre” decía el otro abogado Tamer Medina. “No hay crimen perfecto” decía el fiscal Gilbert Muñoz. Lo cierto es que mientras unos descansan, otros no lo hacen.
Auditar la incompetencia en Corte Interamericana
A la familia de Cristian Mariscal le quedan pocas opciones. Don Jaime Mariscal, el patriarca de la familia, se dejó la vida luchando contra una burocracia insensible que no le daba respuestas ni descanso. Su última comparecencia fue en el Hospital Obrero de Tarija unos pocos días de Navidad, pidió alto y claro “si está muerto que me lo digan de una vez, pero no así”. No llegó a vivir el segundo aniversario de la desaparición de su hijo.
Los más creyentes aseguran que ahora ya conoce la verdad, otros repiten aquello de que la pena acabó con su vida. Como fuera, don Jaime fue un ejemplo de lucha hasta el final que liberó a una familia que sufre y que debe de seguir viviendo.Las posibilidades actuales sobre el juicio pasan por una confesión de alguna otra versión de la gente que estuvo directamente involucrado y en contacto esa noche o porque aparezca el cuerpo.
La familia tiene la posibilidad de acudir a instancias superiores, a la Corte Interamericana de Justicia para que puedan auditar el proceso y tomar acciones sobre quienes han errado en el proceso e identificar los errores cometidos.
Un proceso largo, costoso y que sobre todo difícilmente les ayudará a encontrar la paz que necesitan con las respuestas necesarias para saber qué pasó con Cristian Osvaldo Mariscal.Mientras tanto, su rostro, su imagen, su presencia sigue todos los días recorriendo las calles de Tarija y del país en la tapa de la edición de El País Expansión Nacional como doña Dora Calvimontes, madre del periodista, mujer de fuerza incalculable para soportar el luto, nos pidió que siguiéramos haciendo. Así será hasta que nos pida lo contrario. Y que siga molestando a quienes debe de molestar.