El País llegó hasta la comunidad perdida entre los cerros
La familia Bamba Ochoa sobrevive a la pobreza e indiferencia en El Rosal - Tarija
La familia Bamba Ochoa está compuesta por seis personas, dos adultos mayores y cuatro hijos, todos con discapacidad. Han sobrevivido gracias a la ayuda de sus vecinos, porque las instituciones no han respondido a los llamados de apoyo



A 35 kilómetros del municipio de San Lorenzo, en la provincia Méndez, se ubica El Rosal, una pequeña comunidad donde parece que el tiempo se detuvo, pues sus pobladores hacen lo mismo y viven casi de la misma manera que hace más de 20 años atrás.
Allí, como escondida en senderos de roca y churquis, vive la familia Bamba Ochoa, una familia que sobrevive al olvido de las autoridades y a la pobreza, gracias al apoyo de los comunarios de El Rosal.
Virgilio Bamba Méndez y Estefanía Ochoa Hoyos son “los mayores”, los jefes de casa, si se puede decir así. El padre, un hombre de más de 85 años que no escucha ni habla.
La madre es una mujer que por problemas de salud no se ha levantado de su cama hace cinco años. Su estado es deplorable. Dice que siente mucho dolor, casi no come porque todo le cae mal. El apoyo de su nuera es lo que ha mantenido un poco estable hasta ahora.
Mario, Ismael, Eulalio y Natividad, son sus hijos. Todos son personas con discapacidad. Los hombres no hablan, pero se dan modos para hacerse entender y trabajan, así tratan de sustentar a su familia. La mujer es la que en peor estado está, camina encorvada, no escucha y tampoco habla, mediante gemidos trata de hacerse entender.
Victoria Rojas es la nuera, la mujer que trata de atenderlos y ayudarlos a todos. Es la que trajina y les cocina algunas veces, cuando tiene algo de tiempo, pues también trabaja por sus dos hijos que la acompañan.
Esta es la familia Bamba Ochoa, una familia que ha sobrevivido a la pobreza y a la indiferencia del Estado.
En un rincón de El Rosal
Tras casi dos horas recorriendo la ruta, El País llegó hasta la comunidad El Rosal, un lugar escondido entre los cerros. La señora Marina Acuña fue quien se contactó con este medio, conmovida por el estado de la familia Bamba Ochoa, para hacer conocer esta situación y tratar de despertar el interés de las autoridades.
Antes, intentó ayudar de manera más directa. Fue al Servicio de Registro Cívico (Sereci) y a la Alcaldía de San Lorenzo para pedir apoyo, pero se chocó con un muro de burocracia. “Vaya aquí”, “hay que verificar”, “tenemos que hacer una reunión primero”, “ya veremos cómo hacemos”, fueron las respuestas que encontró. Más no la ayuda. Por eso acudió a los medios de comunicación.
Al llegar a El Rosal nos esperaba Gualberto Méndez Villa, un comunario que conoce a la familia Bamba Ochoa, y Andrés Arenas Marqués, corregidor de la comunidad. Con ellos emprendimos una camina de unos 15 minutos desde el camino principal.
El abrasante calor puede hacer más difícil el trayecto, pues no hay árboles dónde parar a refrescarse. Y el estrecho sendero rocoso hace un poco más difícil el paso.
Al llegar, don Virgilio, un hombre menudo apoyado en su bastón, es quien nos recibe. No habla, pero nos sonríe, así da la bienvenida.
De una pequeña cocina, cubierta de un negro hollín y cenizas, sale Natividad, la hija mayor. La cocina es el lugar donde duerme, ahí en el piso está un cuero de oveja y un pujllo que hacen de colchón, que la arropan en las frías noches.
En la comunidad nadie sabe cuántos años tiene Natividad, pues no tiene certificado de nacimiento ni cédula de identidad. Es una mujer pequeña y delgada, tal vez se ve menuda porque camina encorvada.
No habla, solo hace señas y gemidos cuando quiere algo. Una bolsa de pan llamó su atención.
“Uh, el pan es como su golosina, le gusta mucho”, comento don Andrés, mientras le pasa en sus manos un bollito, que lo come muy despacio, pedazo a pedazo. Un pequeño perro negro, flaco y polvoriento, es su compañero, que ladra cuando alguien se acerca a Natividad. Al parecer es su manera de cuidarla.
En otro cuarto se halla Estefanía, acostada en una cama que no ha dejado hace cinco años. Una cama que tiene como colchón unos cueros viejos y unos pujllos sucios. Ahí duerme, come, sobrevive.
El cuarto de adobe es muy pequeño, tiene tres camas y una mesa llena de vasos y un balde que tiene agua, por si alguien tiene sed. La condición insalubre del lugar es más que evidente.
Estefanía escucha y habla, se deja entender. Su estado de desnutrición es tan visible, que no tiene fuerzas ni para sentarse, necesita ayuda.
Victoria, su nuera, que es quien la cuida, comentó que personal médico algunas veces la visita. Le han dicho que tiene gastritis, la vesícula muy dañada y anemia. Ni siquiera puede recibir un suero, porque hasta eso le cae mal.
¿Cómo se sustentan?, doña Victoria dice que con la Renta Dignidad que reciben Virgilio y Estefanía, que a veces cobran uno de sus hijos. Con ese dinero tratan de comprar comida para todo el mes. Y sus hijos también ayudan cuando consiguen algún trabajo.
La indiferencia de las autoridades
Don Andrés, el corregidor de El Rosal, comentó que años atrás ya gestionó ayuda para que documenten a Natividad. También pidió apoyo a la Alcaldía de San Lorenzo, a las secretarías que trabajan con las personas con discapacidad. Pero vanos fueron los esfuerzos, las idas y venidas, porque no obtuvo respuestas.
“Han quedado que van a venir a ayudar, pero nada. Después me han dicho que los lleve al camino o a que los lleve a León Cancha, pero la situación de ellos es muy crítica y no se los puede bajar a San Lorenzo”, nos dice.
Salir de El Rosal lleva tiempo, por lo que las autoridades comunales se cansaron de “trajinar”, de no hallar respuesta de las instituciones que deberían ayudar en este tipo de situaciones.
Por eso la comunidad les ayuda como puede, interviene don Gualberto, quien reconoce que el apoyo no es suficiente, pero que hacen todo lo que está a su alcance.
Una vivienda digna
El corregidor de El Rosal quiere que la familia Bamba Ochoa tenga una vivienda digna, donde los mayores puedan pasar sus últimos días. Por eso la comunidad les dio un lote un poco más cerca del camino y se consiguió que la Agencia Estatal de Vivienda los incluya en su plan.
Sin embargo, el apoyo de la AEV consiste en entregar el material para la construcción de la vivienda y el beneficiario, es decir la familia Bamba Ochoa, debe dar una contraparte, que es el ripio y la mano de obra para levantar la vivienda.
Pero la familia no tiene los recursos para cubrir esa contraparte. Don Andrés dice que la comunidad podría ayudar con la mano, pero en El Rosal su población, mayormente, es de la tercera edad.
“Lo que queremos es que los apoyen con la mano de obra, porque el proyecto contempla el material y ellos deben poner los áridos y la mano de obra. Y eso está muy difícil para ellos, porque, como verán, viven en una situación crítica”, pide acongojado don Andrés.
Al dejar la casa de la familia Bamba Ochoa, don Virgilio saca algunos tallos de quirusillas, fue su manera de agradecer la visita.
En el camino, volviendo a paso rápido, nos encontramos a Ismael, el hijo que trata de levantar la vivienda en el lote que les dio la comunidad. No habla, pero las señas que hizo fueron suficientes para entender que estaba apresurado porque debía cocinar para sus padres y que estaba agradecido por la visita.
Tras un fuerte apretón de manos y una sonrisa, Ismael sigue su camino y levanta varias veces el brazo para decir hasta pronto.
El Rosal, donde el tiempo no hizo muchos cambios
Quienes conocen El Rosal la recuerdan como una comunidad donde la gente se dedicaba a la agricultura, no había transporte y los productos se sacaban al camino en burro.
Con los años poco ha cambiado. La gente sigue dedicándose a la agricultura, aunque es más para consumo que para vender, pues quienes viven ahí dicen que es producir “a pérdida”.
Un vehículo sale a San Lorenzo dos veces a la semana. Por lo que, si alguien quiere hacer un trámite o realizar compras, debe hacerlo en esos dos días.
Quienes no viven cerca del camino deben sacan sus productos en burro, hasta por donde pasa el vehículo.
Don Andrés y don Gualberto comentan que es difícil la vida en El Rosal, sobre todo por la falta de agua, que es lo que frena que crezca la agricultura.
El corregidor recuerda que cuando estaba Mario Cossío como gobernador, la comunidad gestionó la construcción de una represa que en tiempos de sequía les ayude a regar sus cultivos. Hasta ahora no se concretó esa solicitud.
“Ahora tenemos un sistema de agua que tiene más de 25 años de vida. Hace cuántos años que pedimos que se nos renueven el sistema y nada. Tenemos grifos en nuestras casas, pero sin agua”, comenta Gualberto.
En El Rosal viven unas 45 familias, de las cuales, más de 50% ya son personas adultas mayores, lo más jóvenes migraron en busca de mejores días.
La comunidad no tiene un centro de salud, por lo que si alguien se enferma debe ir hasta León Cancha en busca de atención, que está a dos horas a pie de El Rosal. Hay una escuela, pero solo es para primaria.
“Aquí hay terrenos para sembrar, pero no podemos cultiva porque no hay agua. Si tuviéramos agua nuestra situación de vida cambiaría, porque tendríamos para regar, para dar a los animales. Pero sin agua no se puede hacer mucho”, dice el corregidor.