El Eternauta y su nueva vida
En El Eternauta, historieta y serie de televisión, se “respira argentinismo”, no solo en la música, que tiene una presencia poderosa, o en las calles y edificios, sino en la “forma de ser” de los personajes



¿A qué se debe la enorme pertinencia narrativa de El Eternauta, la serie, basada en el clásico de la historieta de Hector Osterheld, adaptada para televisión y dirigida por Bruno Stagnaro? En mi opinión, a la voluntad férrea por construir una verdadera “aclimatación genérica”, en este caso la de la ciencia ficción a un contexto local, el de la Argentina y más específicamente el de Buenos Aires.
Stagnaro, quizás alentado por uno de los nietos de Oesterheld que fungió como asesor, repite la hazaña que cincuenta años antes logró el segundo; apropiarse de un género universal, desarrollado por otra cultura, convirtiéndolo una herramienta legitima de expresión de las ideas, la creatividad, la “idiosincrasia” del nuevo entorno.
No nos estamos refiriendo a una adaptación superficial, como la que muchas veces nos oferta el actual audiovisual globalizado; el que toma un paisaje, unos nombres, algún tema, de determinado lugar, pero con la consigna de reproducir de la mejor manera posible los mecanismos narrativos del cine norteamericano. Estos productos por más bien hechos que estén, tienen un alcance en términos históricos, corto. Es el caso de trabajos de gran éxito; quizás La casa de papel (2017- 2021) sea uno de los mejores ejemplos.
En El Eternauta, historieta y serie de televisión, se “respira argentinismo”, no solo en la música, que tiene una presencia poderosa, o en las calles y edificios, sino en la “forma de ser” de los personajes, la manera de encarar las situaciones, los ritmos, las fijaciones, etc.
La música específicamente, revela en forma muy explícita, la “voluntad” de esa apropiación por parte del director; no se trata solamente de una colección de temas musicales representativos distribuidos a lo largo de los capítulos, sino más bien del rol clave que juegan en determinadas situaciones: el “Credo” de Mercedes Sosa, por ejemplo, en la escena en que “los cascarudos” se lanzan sobre la iglesia, o el uso que se le da a “Jugo de tomate frio” de Manal, en la arremetida del tren contra los obstáculos puestos por los alienígenas.
¿Pero que fue la historieta argentina, en el siglo pasado sino eso?, un enorme esfuerzo por adaptar al contexto nacional las historias populares que merced al cine norteamericano, se convertían en universales. Por eso es que las revistas argentinas están plagadas de westerns, viajeros espaciales, espías, guerreros, etc.
Los que crecimos leyendo, y amando la historieta argentina, sabemos que hay dos nombres fundamentales: el de Oesterheld y el del paraguayo nacionalizado argentino Robin Wood. Este último logró un enorme éxito creando historias livianas en las que el humor y la ironía se convertían en el principal sostén: Nippur de Lagash, Mi novia y yo, Pepe Sánchez, son algunos de sus títulos más conocidos, entre muchos, muchos otros. Las historias de Oesterheld por su parte, tenían una mayor profundidad dramática y complejidad en la construcción de los personajes: Sargento Kirk, Sherlock Time, Ticonderoga, son algunos de los títulos que me vienen a la mente.
Los seis capítulos de El Eternauta, la serie de televisión, están divididos casi matemáticamente en dos partes; en la primera el realizador se centra en los personajes, su reacción frente a la crisis, sus preocupaciones inmediatas, la interacción entre los mismos. En la segunda parte, en la que ya intervienen los “cascarudos”, se develan con mayor claridad las características de la invasión extraterrestre y el primer lugar de la atención se traslada al enfrentamiento.
En el diseño de los personajes la serie rechaza la dicotomía bueno – malo, predominante en el género. Todos los miembros del grupo tienen fijaciones, ideas y características distintas, pero al final de cada acción, terminan reuniéndose nuevamente y actuando juntos. Se trata de un ejercicio de construcción de confianza en medio de la adversidad extrema.
Stagnaro que tiene sobre sus espaldas productos importantes tanto en el cine como en la televisión argentina, Pizza, birra, faso (1997) y Un gallo para Esculapio (2017) entre varios otros, aggiorna la acción a la actualidad, introduciendo elementos que le dan verisimilitud y pertinencia histórica; el de las referencias a la guerra de la Malvinas, y la presencia de migrantes (la repartidora de pizzas venezolana), son los más importantes.
El Buenos Aires de El Eternauta, se descompone cuando llega la nieve mortal. La normalidad se pierde, las reglas cambian abruptamente (“alguito” de lo que nos tocó vivir en la pandemia); y sobre ese escenario en descomposición, se impone la violencia extrema.
En la segunda parte de la serie, el grupo se ve obligado a trasladarse a Campo de mayo, centro militar de importancia en Buenos Aires. Ahí Juan Salvo el protagonista, expresa claramente su malestar; no es para menos, es uno de los sitios en el que estuvo detenido y torturado Hector Osterheld, por la dictadura militar argentina, antes de desaparecer para siempre. Junto al autor, militante montonero, desaparecieron también sus cuatro hijas, dos de las cuales estaban embarazadas. Stagnaro tiene la habilidad de hacernos notar el tema, sin introducirlo explícitamente en la trama. Y nos sirve de recordatorio de que más allá de la opinión que tengamos sobre los grupos insurgentes, en este caso los de los años setenta, lo que no podemos convalidar nunca es el terrorismo de Estado, el que se ejerce utilizando toda la fuerza de la maquinaria estatal, que sustituye la legalidad por el crimen.
Reseñas periodísticas nos dicen que El Eternauta se ha convertido en la segunda serie de mayor éxito a nivel mundial, en Netflix, en el momento de su estreno. Tremendo éxito para un producto “del sur”, lo que seguramente garantizará la continuidad en el desarrollo de la historia. En nuestro caso nos agrada conocer un ejemplo fehaciente de producción propia que rompe la dicotomía a la que a veces parece condenado nuestro cine: o hacer copias mediocres de la producción norteamericana o películas de festival alejadas del gran público.