La crisis se ha instaurado en Tarija
El “fiao” que salva más tarijeños en la pandemia
El dinero en muchas familias ya no alcanza para hacer compras al mes. Es ahí donde las tiendas de barrio toman un papel fundamental en la economía y brindan una mano amiga, como lo hace doña Ninfa fiando al “ojo” y confiando en la gente



Ninfa no pide llenar formularios, tampoco firmar documentos con letra pequeña, ni pide poner la huella dactilar a alguno de sus “caseritos” en ninguna parte. No conoce cómo se manejan los bancos o cooperativas con los créditos, tampoco dispone de alguien que le haga las cuentas. Ella solo se deja llevar por su intuición y la buena fe en las personas, de modo que les dice “lleve nomás”, cuando alguien le pide fiados víveres que le permitirán sobrevivir un día más en esta cuarentena.
Esto que sucede en Tarija como en muchos lugares del país se llama “fiado” o con acento chapaco “fiao”. La Real Academia de la Lengua Española lo define pomposamente como: “Vender sin tomar el precio de contado para recibirlo en adelante”, una acción que el ser humano ha practicado por años y que ahora tomó mayor relevancia por la crisis económica en la cual viven las familias de escasos recursos.
La deuda interminable
Son como las 12 y 20 del mediodía, algunos piensan que es la hora del almuerzo, pero en aquella tiendita de barrio es la hora alta de los “fiados”. Mujeres, sobre todo, llenan el ambiente de la tienda, al parecer salen de sus trabajos, algunas compran carne o pollo, otras piden fiado un kilo o más.
Mientras tanto doña Ninfa no anota nada en libretas, ni pregunta cuándo le pagarán, solo con el buen humor que la caracteriza, les pasa la bolsa y les dice “siga nomás”.
De repente, una mujer de pequeña estatura, pecosa y de cabello ondulado, sin maquillaje, pero con los pómulos rojos de sol por el esfuerzo de cruzar media ciudad en bicicleta, se detiene en la tienda. Con su ropa un poco envejecida, pero no más que sus zapatillas, entra cansada y saca un billete de 100 bolivianos, lo pone en el mostrador y con un suspiro dice “cóbrese lo que le debo”. Doña Ninfa se ríe y le pregunta ¿Acaso me debes waway?
Rosa acaba de saldar parte de su deuda, pero no pasa ni dos minutos, cuando aquella deuda comienza nuevamente a crecer. Con una voz vergonzosa le vuelve a pedir a Ninfa que le fie una cuartilla de papa y un pollo, que según dice, alcanzará para ella y sus cuatro hijos.
Mientras pone la papa en la parrilla de la bicicleta y una bolsa en la parte delantera, la joven madre dice que doña Ninfa se ha convertido en lo más cercano a una hermana y a una mamá. “Hay dos señoras más de donde me fio”, dice y admite tener vergüenza al pedirle tantos favores a Ninfa.
Mirtha, otra vecina, asustada cada día por las noticias y al tanto del contagio masivo de Covid-19 que registra Tarija, ha descartado ir al mercado Campesino, pese a que ese centro de abasto era su favorito por los precios bajos y la variedad de productos.
“Ahora en la tiendita compro todo, la carne, las verduras. Me da más confianza ir ahí, que a los lugares grandes. Las tienditas de barrio nunca van a desaparecer”, dice Mirtha, mientras el aroma a guiso de fideo llena su cocina y su bebé pequeña llora por atención.
En Bolivia hay una tienda de barrio, bodega, almacén, micromercado o anaquel por cada 133 personas.
“Doña Ninfa es más que la tendedera, es una vecina más del barrio, es una amiga, es la que siempre te da la mano y te saca del apuro”, dice Rosa, quien contando sus penas ha llegado hasta las lágrimas.
Antes de la pandemia, Rosa contaba con un sueldo fijo que le dejaba su empleo de niñera y cocinera en una casa del centro. Más aún, cuando le llegó el Covid le llegó también despido. A partir de allí, no pudo encontrar un trabajo estable, por lo que espera cada día la llamada de una tía para irse en su bici hasta la pensión y ganarse algunos pesos.
Todos esos problemas los conoce doña Ninfa, de modo que le ha tocado ayudar. Ella cuenta que hace como un año se abrió un “minisúper” cerca de su tiendita.
“Yo estaba penosa porque casi todos mis clientes se iban ahí, el otro lugar era lindo. Pese a eso, yo seguía fiando, confiando en la gente, charlando. Eso es algo que en los súper no se pude hacer” relata y al mismo tiempo se torna pensativa, como si le hubiese dado vergüenza revelar que alguna vez pensó cerrar su tiendita por esta situación.
La tienda que no le vende a los abuelos
Doña Ninfa nació en Potosí, pero vive en Tarija ya casi 50 años, no tiene ni mucho ni poco, posee “lo cabal”. Como ella dice “para ser feliz”. Ya es dueña de 61 primaveras, pero asombrosamente no tiene ni una cana.
Su emprendimiento comenzó hace más de 20 años, desde allí ha visto irse a muchos vecinos por la edad y ahora también por el Covid-19. La muerte de doña Sabina, su amiga, le afectó tanto, que desde ese momento decidió no atender a más abuelitos en su tienda.
“Yo no me siento vieja, pero hay gente mayor, que viene hasta aquí a comprar la carne fresquita. Muchos viven solos, entonces con la ayuda de mis dos nietos mayores, les llevamos carne o lo que ellos pidan hasta su casa”, cuenta Ninfa.
Es así, que día por medio, los jovencitos van a cinco casas de la zona y dejan los encargos de sus clientes más antiguos. Cuenta que tienen que ir temprano, de lo contrario los abuelitos ya aparecen en la tienda y con seguridad recibirán un jalón de orejas.
Para Ninfa no existe el “hoy no se fía, mañana sí”, o “el fiar es cosa ingrata: se pierde el amigo y se pierde la plata” que también se ve por ahí. Para ella, fiar es igual a ayudar, ése es el secreto de su negocio próspero y más en esta época.
La pandemia del coronavirus golpeó hace cuatro meses la economía en Bolivia, de modo que el dinero ya no alcanza para ir al mercado y hacer compras al mes. Es ahí donde las tienditas de barrio toman un papel fundamental en la economía, ya que aunque las compras son pequeñas o fiadas, de alguna forma hay manos amigas, como las de Ninfa, que hacen más fácil sobrevivir en la pandemia.