Crónicas de cuarentena: Conociendo la paciencia
Se acercan las 16.00 horas y un leve dolor de cabeza automáticamente me invade. Casualmente este malestar empezó desde que se determinó una cuarentena como medida para prevenir el coronavirus. En realidad, desde antes, porque en casa ya no salimos desde el sábado pasado, solo lo necesario,...



Se acercan las 16.00 horas y un leve dolor de cabeza automáticamente me invade. Casualmente este malestar empezó desde que se determinó una cuarentena como medida para prevenir el coronavirus. En realidad, desde antes, porque en casa ya no salimos desde el sábado pasado, solo lo necesario, para comprar algunas cosas.
Esas salidas por las mañanas se han vuelto un alivio, un alivio de la radio, de la televisión, de ese calor natural que hay en las viviendas y también de los gritos de mi hijo que pide salir. Lo entiendo, se cansa de estar en casa todo el día, de no ver otros niños.
Y mi relato es en torno a ese pequeño. Estando mucho tiempo en casa he tenido que aprender el significado de la palabra paciencia. La RAE lo define como: capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. Pues bien, eso.
Con mis 39 años encima, y después de vivir más de 10 años sola y a mis anchas, vivir con un niño de dos años se me ha hecho un poco pesado a veces. Y ahora se complicó más.
Pero ojo que no es malo, sino complicado. Ahora tengo que aprender a conocer más sus gestos, sus gustos, sus berrinches, todo de él, más a profundidad. Pues estoy con él las 24 horas del día.
A veces discutimos. Sí, yo de 39 discuto con uno de dos años. Yo tengo mi carácter y él, el suyo. Cuando le digo que levante sus juguetes, él me contesta firmemente: No, porque quiere seguir jugando. Yo frunzo las cejas en señal de enojo y resulta que él frunce las suyas aún más, es entonces cuando pienso: estoy peleando con un mini yo.
Pero luego me da un abrazo en señal de paz y todo vuelve a la normalidad. Y así pasan los días, entre él, mi mamá y yo. Entre los tres vemos cómo pasar el tiempo sin caer en la angustia.
Paseamos un poco las mañanas, cocinamos, limpiamos, lavamos. Quisiera decir que el trabajo desde casa alivia un poco el panorama, pero no es así, tantas malas noticias estresan más, pero es el oficio que le elegí, es el oficio que amo, así que ahí vamos.
Son casi las 20.30, no se escucha ni un perro por la calle. Mi hijo quiere salir, pero le digo que están las nubes muy negras y por eso todos se fueron a sus casas. Él todavía no entiende de coronavirus, ni de toques de queda ni de cuarentenas. Mejor así.
Ya está ansioso para que apague la computadora, sabe que cuando lo haga me tocará jugar con él. Toca hacerlo, con un poco de creatividad y paciencia llegaremos al 31 de marzo.
¿Quieres contarnos como lo estás viviendo? Mándanos tu texto o tus fotos a [email protected]
Esas salidas por las mañanas se han vuelto un alivio, un alivio de la radio, de la televisión, de ese calor natural que hay en las viviendas y también de los gritos de mi hijo que pide salir. Lo entiendo, se cansa de estar en casa todo el día, de no ver otros niños.
Y mi relato es en torno a ese pequeño. Estando mucho tiempo en casa he tenido que aprender el significado de la palabra paciencia. La RAE lo define como: capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. Pues bien, eso.
Con mis 39 años encima, y después de vivir más de 10 años sola y a mis anchas, vivir con un niño de dos años se me ha hecho un poco pesado a veces. Y ahora se complicó más.
Pero ojo que no es malo, sino complicado. Ahora tengo que aprender a conocer más sus gestos, sus gustos, sus berrinches, todo de él, más a profundidad. Pues estoy con él las 24 horas del día.
A veces discutimos. Sí, yo de 39 discuto con uno de dos años. Yo tengo mi carácter y él, el suyo. Cuando le digo que levante sus juguetes, él me contesta firmemente: No, porque quiere seguir jugando. Yo frunzo las cejas en señal de enojo y resulta que él frunce las suyas aún más, es entonces cuando pienso: estoy peleando con un mini yo.
Pero luego me da un abrazo en señal de paz y todo vuelve a la normalidad. Y así pasan los días, entre él, mi mamá y yo. Entre los tres vemos cómo pasar el tiempo sin caer en la angustia.
Paseamos un poco las mañanas, cocinamos, limpiamos, lavamos. Quisiera decir que el trabajo desde casa alivia un poco el panorama, pero no es así, tantas malas noticias estresan más, pero es el oficio que le elegí, es el oficio que amo, así que ahí vamos.
Son casi las 20.30, no se escucha ni un perro por la calle. Mi hijo quiere salir, pero le digo que están las nubes muy negras y por eso todos se fueron a sus casas. Él todavía no entiende de coronavirus, ni de toques de queda ni de cuarentenas. Mejor así.
Ya está ansioso para que apague la computadora, sabe que cuando lo haga me tocará jugar con él. Toca hacerlo, con un poco de creatividad y paciencia llegaremos al 31 de marzo.
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