Fael Lara: metamorfosis de un legado familiar
Un joven artista redefine su herencia a través de la abstracción y la búsqueda espiritual, presentando su primera exposición individual en Santa Cruz con una propuesta que trasciende la figuración hacia territorios poco explorados en el arte boliviano.



Del 2 de julio al 3 de agosto, el Salón Pimpo de la Casa Melchor Pinto en Santa Cruz de la Sierra será escenario de la primera exposición individual de Fael Lara en territorio cruceño. “Reflejos Etéreos”, no es sólo la presentación de un artista emergente, sino la manifestación de una nueva conciencia estética que desafía los paradigmas establecidos en el panorama artístico nacional.

Óleo, acrílico, acuarela, tintas, collage y materiales reciclados. Con cerca de un centenar de obras, que incluyen 25 pinturas de gran formato, medio centenar de dibujos y dos esculturas, Lara desplegará su universo creativo en las salas de la casona cruceña. La exposición itinerante, curada por Daniela Mérida, representa la consolidación de una voz que encontró en la abstracción su lenguaje más honesto.
La revolución silenciosa del arte boliviano
En un país donde el realismo y la figuración han dominado históricamente el gusto del público, la propuesta de Fael Lara emerge como una revolución silenciosa pero contundente. Su trabajo se inscribe en una tradición que encuentra ecos en el expresionismo abstracto internacional, pero con una sensibilidad profundamente boliviana que trasciende las fronteras geográficas y culturales.
La obra de Lara dialoga con maestros como Willem de Kooning y Antoni Tàpies, pero también con la herencia de su propia genealogía artística. Nieto de una de las familias más influyentes del arte boliviano, su trabajo representa un punto de inflexión generacional que la curadora Daniela Mérida define como “el resultado de un proceso intenso y de una voz que tiene mucho que decir en el arte contemporáneo”.
Sus lienzos operan desde una “estética de la disolución”, donde las figuras se desvanecen en atmósferas cromáticas que evocan estados de conciencia más que representaciones literales. Es un arte que abraza la impermanencia como filosofía visual: cada trazo es una meditación, cada mancha es una revelación.
El artista como constructor de realidades
En una conversación virtual, breve pero sustanciosa, Fael Lara reveló la profundidad de un proyecto artístico que trasciende lo meramente estético. Su acercamiento al arte nació de una epifanía temprana: “Mi primera aproximación fue a mis 8 años, gracias a una exposición de mi tío Raúl, la de ‘Van Gogh en Oruro’. Cuando fui a verla, me impresionó demasiado ver de cerca la obra. Desde entonces decidí ser artista. No quiero hacer otra cosa más que esto”.

Esta vocación temprana encontró su cauce formativo en la Academia de Bellas Artes y posteriormente en la Universidad Mayor de San Andrés, pero fue la influencia indirecta de sus tíos artistas lo que marcó su desarrollo: “Él nunca me ha enseñado a pintar, como tal. No me decía, 'Pinta así'. Pero sí decía, 'Esto está interesante, esta parte es interesante, indaga más por acá'“.
El proceso de encontrar su propia voz implicó un ejercicio consciente de apropiación y transformación: “Yo siento que un artista roba de varios. Te tienes que bañar en su arte, estudiarlos”. Sus referencias van desde los maestros familiares hasta Willem de Kooning, Jean Michel Basquiat, Antoni Tàpies y Picasso, configurando un universo de influencias que ha sabido metabolizar en una propuesta personal.
En este proceso, una amistad de infancia emerge como un compañero de ruta fundamental para el crecimiento conjunto en un medio que puede resultar solitario: “Tengo un amigo muy cercano, que se llama Mahatma Lizón, que igual pinta conmigo. Nos hemos inspirado juntos, hemos crecido desde pequeños pintando y hemos encontrado nuevos caminos. Hasta ahora seguimos trabajando juntos”.
La complicidad creativa trasciende la técnica para convertirse en un apoyo filosófico: “Hablamos de arte, de cómo lograrla, de los sufrimientos que tenemos como artistas y de lo que nos ayuda a seguir adelante”, revela Lara, quien ve en Lizón no sólo un compañero de experimentación, sino una promesa del arte futuro: “Siento que él va a llegar lejos”.
Filosofía del lienzo
Para Lara, la pintura es una herramienta de transformación personal. Su obra está profundamente influenciada por el taoísmo, el budismo y la filosofía oriental: “Yo pinto intentando vivir desde los estados que nos enseñaron los maestros que han cambiado la mentalidad del mundo, desde estar en el presente, no pensar demasiado. La experiencia en la mente, observar, aprender a través de la observación de la vida”.
La búsqueda espiritual se materializa en personajes que habitan estados de transformación permanente: “Muchos de mis personajes están como desintegrándose, están transformándose, dejando de ser lo que eran. Son retratos que representan este estado de transformación, de desintegración del ser, del ego”.
La abstracción, para Lara, no es una huida de la realidad sino un acercamiento más honesto a ella: “Cada vez que veo figuración, incluso en mi obra, me empiezo a cansar de ver el rostro, o un cuerpo, incluso un animal. El humano es un ser muy narcisista que se siente superior a los demás, al mundo entero, y por eso puede pisotear la naturaleza. Y más allá de eso, hay una representación que no tiene forma. La abstracción es como un retrato, pero de un proceso interno”.
Mercado y mentalidad
Consciente de los desafíos que enfrenta el arte contemporáneo en Bolivia, Lara diagnostica con lucidez las limitaciones del contexto local: “Aquí el arte se ha estancado en alguna época, y no ha habido movimientos grandes, como el expresionismo abstracto. Ha habido individuos que han hecho pintura en ese y otros estilos, pero siento que a la gente todavía le cuesta digerir esa mirada, porque les gusta más la figuración, lo más convencional”.
Sin embargo, lejos de desalentarse, encuentra en esta resistencia una oportunidad: “¿Qué mérito tiene irte a Europa, un lugar donde eso ya está desplegado? Siento que tiene un valor más enriquecedor para mí hacerlo en mi país, abrir la mente o inspirar a chicos que son de mi edad”.
Su crítica se extiende al sistema de apoyo estatal: “El gobierno tiene que darle más lugar al artista. Al final, el artista es la cara de la mentalidad boliviana hacia el mundo. Como el deportista, el artista también nos representa afuera, y el cómo se proyecta habla mucho de lo que pasa dentro del país”.
Técnicas para expresar el ser
En el aspecto puramente técnico, Lara ha encontrado en la gestualidad su forma más auténtica de expresión: “Para mí, es la mancha. Me gusta la gestualidad, la mancha, la intensidad del trazo. Eso me hace sentir que puedo reflejar lo que soy, mi esencia, y decir de alguna manera lo que yo vivo, lo que siento, a través de la soltura, de la espontaneidad”.
Su consejo a los jóvenes artistas refleja esta filosofía del riesgo creativo: “Anímense a utilizar y gastar el material que tienen. Y no tengan miedo de tapar lo que han hecho y no les gustó. O, aunque sea lindo, aunque salga una obra que te gusta, si no es suficiente, tápalo y vuelve a comenzar”.
La experimentación constante forma parte de su metodología: “Es como un laboratorio donde juegas no a lo seguro, sino a encontrar resultados. El que está en el laboratorio, hace pruebas, aquí una prueba, aquí otra. Haces pruebas, estudias, experimentas. Jugar sin tener miedo. Y seguir experimentando todo el tiempo”.
El arte como herramienta de transformación
Además de la técnica y la estética, para Lara la ética del arte se encuentra en su función transformadora, tanto para el creador como para el espectador: “Para mí, el arte me ha ayudado a realmente intentar que me deje de importar lo que piense la gente, porque si te importa demasiado lo que piensan los demás, vas a hacer lo que quieren ellos, no lo que quieres tú. Para mí, eso es el arte. Es una herramienta de transformación”.
Su filosofía se extiende a la comprensión del papel social del artista: “El artista no solamente expone su obra, sino que se expone como persona. Te hacen entrevistas, te preguntan cosas. Entonces hay que prepararse mentalmente, porque vas a exponer tu ser delante de una cámara. Todo eso es parte del artista. Uno se expone de muchas maneras, y hay que prepararse de todas las maneras posibles para estar tranquilos con todo”.
Su visión crítica de la época contemporánea encuentra en el arte un antídoto contra el narcisismo digital: “Siento que el exceso de selfies, de narcisismo, que nos da la tecnología, también nos va a sacar de eso. A veces, experimentar demasiado algo te acaba sacando de ese estado”.
Metamorfosis de un legado familiar
En sus obras tempranas, vemos en alguna esquina la firma del artista: “Fabián”. Luego, este nombre cambia por “Fael”. La metamorfosis del legado familiar se completa también en la elección de un nombre artístico, proceso que refleja la complejidad de construir una identidad propia dentro de un legado familiar abrumador: “Yo me llamo Fabián. Fael es mi nombre artístico. Es una manera de componer, de crearse una identidad con la cual uno se sienta cómodo”.
La decisión trasciende lo nominal para convertirse en una declaración de independencia creativa: “Yo busco mi identidad rompiendo algunos patrones con mi familia. Estoy muy orgulloso de seguir el legado de mi familia de artistas, pero también busco mi propia línea. Quiero ir por otros lugares, encontrarme en otros sitios, en otras formas, en otras texturas, en otros mundos. Y para mí, eso de renombrarme de otra manera, fuera de mi nombre personal, es una manera de decir, 'Yo voy a seguir, pero a mi manera'. Por eso me llamo Fael”.