Sonia Estrada Melgarejo, pintora de la realidad
Una de las visitantes del XVII Encuentro Internacional de Escritores y Artistas de Tarija conversó con Pura Cepa sobre su trabajo y vida.
Ella es la penúltima de once hermanos, la única que se inclinó por el arte. Nació en la sierra peruana de Áncash, en Quinuabamba. Tiene ya 40 años pintando, y los cuenta desde que salió de la Escuela de Bellas Artes de Lima, Perú. Antes de eso, en la infancia, se dedicaba a copiar dibujos de láminas y libros. Un día, cuando uno de sus hermanos estaba construyendo su casa, Sonia hizo su primer mural sobre el encalado de una pared: “Un pato, un caballito, y una niña. Esas tres cosas, pero con una piedra”.
Esa fue su primera expresión, y las figuras eran casi de su tamaño. Así lo recuerda en esta entrevista exclusiva de Pura Cepa, que la artista peruana, Sonia Estrada Melgarejo, ofreció mientras visitaba Tarija como invitada del XVII Encuentro Internacional de Escritores y Artistas.
Pura Cepa (PC). ¿Cómo influyó en su pintura el lugar donde creció?
Sonia Estrada Melgarejo (SEM). Antes era lleno de color. Eran los campesinos con los que yo me identificaba. No me gustaba que los exploten. Me gustaba ver cómo trabajaban, la expresión de su rostro, su mirada de descontento. En eso pensaba siempre, y en los niños también. Cuando yo empiezo en la Escuela de Bellas Artes, había un modelo para aprender la anatomía, la expresión del rostro. Pero yo plasmaba estos rostros, porque esas eran mis vivencias iniciales. En esa época, yo abrazaba el indigenismo con todo mi corazón, y contrataron a una profesora que vino con el paradigma del arte abstracto. Ya no había el concepto del realismo, y a los realistas nos empezaron a llamar retrógradas, porque no avanzábamos en la técnica. Pero eso tenía una dirección clara, que los chicos no piensen en las cosas que ocurren, sino en cosas abstractas, sin contenido. Eso pasó en la Escuela. Y yo sí me quedé con el realismo, con la realidad de los obreros y la injusticia.
PC. ¿Cuál es su opinión de las cosas que suceden en esta época?
SEM. Nunca hemos dejado de ser colonizados. La mayoría de las personas aceptan esa realidad como algo normal. Yo soy opuesta a eso, porque aquí tenemos la capacidad de seguir y salir adelante como lo que somos, descendientes de los Incas, que fueron personas muy valiosas. Ellos dominaron la tecnología, el arte, la medicina, la ingeniería, todas las ciencias. La gente de Bolivia también desciende de ahí, de una raza fuerte, trabajadora, con mucho colorido. Y ahora que vengo a esta zona, la verdad es que Tarija está lleno de belleza en su paisaje, en sus construcciones. Los españoles han dejado bastante herencia. Hay una gastronomía muy buena, y también las personas de Los Andes que vienen a ofrecer su mercadería. Es una cosa muy pictórica para mí, yo voy detrás de esos temas, siempre, sin darme cuenta. Estoy persiguiendo a los campesinos, que son muy fugaces, para hacerles un apunte. He dibujado bastante en Tarija, a los escolares, a los ciegos, a los profesores.
PC. ¿Cómo aprendió a hacer apuntes?
SEM. Antes de entrar a la Escuela, tenía la costumbre de copiar de libros, y también crear de mi imaginación. Pero en la Escuela, me ponen un bodegón, o un modelo en vivo, también. Yo lo enfoco desde un lugar, hago un apunte. Pero mi compañero que está al costado ve de distinto ángulo, y así todos los planteamientos son distintos. En la Escuela de Bellas Artes de Lima, éramos andinos, la mayoría. Cada alumno, traía las costumbres, el color de su zona. Varios de la selva, ponían mucho color. Eran manchas, pero si uno se alejaba, era un paisaje de la selva rodeando al personaje. Eso siempre me llamó la atención, y cuando hago talleres con niños, les dejo que se expresen como ellos son. Ahí se ve el drama que viven, también, y uno se da cuenta que el arte es una expresión humana, y cada quien expresa como lo siente su vida.
PC. ¿Cómo dio “el salto” para convertirse en pintora?
SEM. Cuando terminé la escuela, tenía mi taller en mi dormitorio. Me quedé en blanco. “Y ahora, ¿qué pinto?”. Me hice amiga de Víctor Humareda, un pintor que vivía en un hotel, y salía a dibujar y pintar. Él me dijo, “si quieres ser pintora, tienes que vivir de tu arte. Tus armas van a ser tu tablero y tus cartulinas, tu lápiz, tu carboncillo. Tienes que salir a hacer retratos en las calles, a dibujar todo. Por ahí va a aparecer una señora que te pague poquito”, me dijo, “pero ya vas a tener algo de un retrato de su niño, te salga como te salga. Tú tienes que dibujar en movimiento, y tienes que perderle el miedo a la calle. Ahí empieza tu carrera”. Y yo empecé así a dibujar. Me moría de miedo y de vergüenza de ofrecer un dibujo, quería tirar la toalla. Al principio, lo regalaba. Luego me empezaron a pagar un sol. Había parejas que iban con una niña, les ofrecía hacer el retrato, el señor me pagaba, a la señora no le gustaba y me insultaba, “¡eres una loca!”, o algo así. Poco a poco fui conquistando a la gente, y me di cuenta que eso era un ancla para captar trabajos comisionados. Pero para eso tuvieron que pasar dos, tres años. Mi primera venta fue un cambio de un cuadro por un edredón. Después, esa misma persona me pidió otras obras. Y luego me empezaron a invitar a participar en exposiciones. Es una cosa, claro, de fe y de bastante paciencia. Cuando uno hace con pasión, siempre va a obtener buenos resultados. Otro maestro que tuve fue Francisco Izquierdo, que me enseñó mucho de composición. Era muy libre, también desarrollaba su arte en las calles. Siempre estaba haciendo retratos, dibujando paisajes, y también a los campesinos. Por eso yo me arrimé a él.
PC. ¿En qué momento se juntó con el pintor Ever Arrascue y cómo ha influido en su obra?
SEM. En la Escuela. Los chicos que iban estaban con el cigarrito, pintaban un ratito y se retiraban. Él sí trabajaba, y coincidíamos en muchos aspectos. Creamos un taller donde practicamos rigurosamente. Traíamos un trabajador, lo hacíamos posar. También vendíamos algo por ahí para poder almorzar y comprar materiales. Aprendimos mucho. Él trabaja duro, y esa es la ventaja. Hemos apostado por el arte, por la pintura. Tenemos nuestro propio mundo para trabajar, no para divagar. El arte hay que tomarlo en serio, y me refiero a que no importa que un chico se deje el pelo, se ponga un arete si trabaja y le da duro a la pintura. Pero si lo hace por pose, no dibuja nada, y viene y dice que es artista, ahí no estoy de acuerdo. Prefiero la sencillez.