Marina Sánchez, tejedora weenhayek
La tejedora de 56 años de edad es de las pocas que aún conservan el arte de tejer con hilo de palma y caraguata.



Doña Marina Sánchez vive en una comunidad cercana a Villa Montes que antes se conocía como La Misión Sueca Libre. Ahora, “como ya los gringos se han ido”, solo le dicen La Misión. Ahí tiene a su mamá y papá que “ya están mayorcitos”, a otros cuatro hermanos, y a una gran cantidad de sobrinas. “Son como mis hijas. Gracias a Dios, tengo un montón. Me dicen tía Marina. Me quieren un montón y yo a ellas. Cuando no estoy, preguntan cuándo va a venir. Cuando llego, ya están apareciendo”.
Marina empezó a hacer artesanía desde niña. Su madre le enseñó a tejer llicas y canastas, aprendió a recolectar la hoja de palma y la caraguata, a fabricar el hilo en el muslo, y también a pescar. “De eso vivimos, hemos nacido con la artesanía y el pescado. Sé tirar la red, igual. Pero andamos sufriendo. Ahora han prohibido porque el lugar en que entramos a sacar ahora tiene dueño”.
Desde niña también ha conocido el sufrimiento de su abuelo y su pueblo. “Siempre nos mezquinaban. Algunos iban a pie, lejos, para recoger la palma. Hasta ahora a la edad que tengo, seguimos sufriendo de trabajo. Casi no tenemos apoyo. Si hubiéramos tenido, ya hubiéramos hecho la plantación de palma y caraguata. En vez de crecer, estamos viviendo así”, observa Marina.
“Casi no tenemos apoyo. Si hubiéramos tenido, ya hubiéramos hecho la plantación de palma y caraguata. En vez de crecer, estamos viviendo así”
Esta condición se traduce en todos los aspectos de la vida. Marina, por ejemplo, no festeja su cumpleaños. “Así somos los weenhayek, no estamos acostumbrados a eso, y no hacemos porque no tenemos”. Hay algunos que han cambiado su estilo de vida, que trabajan como profesores o en otros rubros, y que logran una vida más “urbana” claramente distinta. Marina, en cambio, trabaja al día. Una canasta pequeña le sirve para vender o intercambiar por azúcar, pan, arroz. Fabricar esa canasta le puede tomar un día. Si es grande, hasta una semana.
Pasa los días hilando y tejiendo, enseñando a sus sobrinas a elaborar los patrones ancestrales. Si sale, es para recolectar material. “Se va en la mañanita, y uno tiene que embolsar por lo menos dos o tres bolsas para poder trabajar”, dice. A diferencia de sus hermanas guaraní, la tejedora weenhayek utiliza todas las partes de la hoja de palma. Conoce la que es buena para tejer y la que es buena para pintar.
“Lo más importante es el trabajo que tenemos, de eso vivimos. Pero estamos sufriendo. El pueblo weenhayek sufre. Ahora el problema del pescado, antes había y ahora no hay. Más los trabajos que se están perdiendo. Me da pena de mi misma y de mi familia, y de todos los que conozco”, suspira Marina mientras mete el hilo en la aguja para continuar.
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