“Maajo”, la mocha coplera que habla a través de un violonchelo
De niña, aprendió piano y violín. “El instrumento elige a la persona”, le dijeron. A sus 12, escuchó por primera vez un solo de cello en vivo y se enamoró.
“Mi nombre es María José Céspedes Flores. Nací en Tarija, pero no soy de aquí ni de allá. Solo soy un habitante del mundo. Donde me lleve el viento, si tengo mi instrumento, siempre estaré completa y lista para todo”. Pero “la Maajo” se encontró con las Mochas Copleras, y la energía que le ofrecieron le hizo sentir pertenencia. Las Mochas son su familia, ese “grupo de personas rotas, imperfectas”, que buscan sanar a través de la sororidad y la transformación de los rasgos patriarcales de la sociedad.
“Ser mocha es ser loca y llamar la atención. La sociedad tarijeña te lo dice juzgándote porque es anticuada. Pero te das cuenta que estamos haciendo un cambio cuando hay personas que dejan de sentirse solas cuando nos ven actuar”. Ella sentía esa soledad antes de unirse a las Mochas. Como les pasa a muchas personas, lidió con una familia que no comprendía su manera de vivir y ver la vida. “Ser lesbiana fue crucial. Viví toda mi adolescencia dudando, sintiéndome incómoda en una familia machista. Pero entendí que la guerra que tenía que luchar es conmigo misma”.
“Donde me lleve el viento, si tengo mi instrumento, siempre estaré completa y lista para todo”
Si no está trabajando como ayudante de cocina o mesera, seguro está “activando con las Mochas”, o estudiando para convertirse en chelista profesional. “Aprendo mucho de música, y puedo usar mi arte como instrumento de lucha al servicio del movimiento feminista. Tengo voz a través de las cuerdas”. Ella reconoce la suerte de contar con el apoyo de la Sinfónica Departamental, donde le prestan el instrumento y le dan clases a cambio de constancia y disciplina pura y dura.
Hoy es practicante y da clases de apoyo a chelistas principiantes, y desde hace un año recibe clases de una maestra que ha corregido los hábitos técnicos que no le permitían avanzar. “Maajo” responde con amor, humildad, y un orden que mantiene gracias a una relación consciente y responsable con su única herramienta. “Siento que mi cuerpo es todo lo que tengo. Hago kung-fu, yoga y medito casi diario. Procuro alimentarme con lo más natural que pueda encontrar. Siempre que tengo la oportunidad de compartir con mis seres amados, les hablo de meditación, de yoga, y les cocino”.
A pesar de la crítica familiar o social, el respeto propio le ha empujado a continuar y forjar su extraña templanza. Un tatuaje en su brazo, que reproduce un fragmento del “Ángel Caído”, famoso cuadro del francés Alexandre Cabanel, parece condensar las desilusiones y la fuerza con la que sigue buscando formas para disipar el miedo y el rechazo que quitan dignidad a las mujeres y diversidades en Tarija, Bolivia, y la creación entera. “Quiero conocer el mundo, tocar de mano del activismo y, para todo, tener un momento de paz”.