Vida en familia
Madres “quemadas”: no es la crianza sino el contexto
La ausencia de conciliación y la desigual carga de cuidados son factores que llevan a las mujeres con hijos a sufrir agotamiento físico y emocional. Sus consecuencias son el distanciamiento emocional o la saturación en el rol de cuidadora, e incluso puede tener un impacto en el bienestar del menor



Las redes sociales, los corrillos en la puerta de los colegios o la literatura se han convertido en el escaparate del agotamiento de las madres. Madres que lamentan el cansancio extremo al que el día a día les arrastra. Cuando ese agotamiento es excesivo y tiene un impacto negativo en la relación con los hijos, el entorno o una misma, puede hablarse de burnout maternal, un término de uso común, pero no clínico, que describe la intensa fatiga física y emocional debido a las altas exigencias de la crianza. El concepto nació para explicar los efectos de la cronificación del estrés laboral en el ámbito sanitario y ha sido objeto de diversos estudios desde hace cuatro décadas. Pero fue Denis M. Pelsma quien realizó en 1989 la primera investigación —Parent burnout: Validation of the Maslach Burnout Inventory with a Sample of Mothers (Burnout parental: Validación del Maslach Burnout Inventory con una muestra de madres, por su traducción al español)—que aplicó la teoría del burnout al contexto de la crianza.
“Este fenómeno no es solo una cuestión individual, sino que responde a condicionantes históricos, políticos y sociales”, señala Jazmín Mirelman, psicóloga general sanitaria y docente del curso Abordajes clínicos en salud mental perinatal del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Según la experta, los trabajos relacionados con el cuidado y la asistencia son los que más sufren este impacto, debido a un desinterés progresivo por la labor de cuidar. “Aunque la maternidad es un trabajo de cuidados no remunerado, esto no la exime de sufrir los efectos de este malestar”, explica. Sin embargo, añade que, en este caso, las consecuencias del burnout son incluso más preocupantes que en el ámbito laboral, ya que las madres no pueden tomarse vacaciones, ni pedir una baja temporal, ni siquiera renunciar a su puesto: “Son piezas fundamentales para el desarrollo saludable de los niños y, aunque no son imprescindibles, sí son insustituibles”. Esta situación, según advierte, las coloca en una posición de vulnerabilidad, sin los recursos necesarios para evitar el agotamiento extremo.
La psicóloga perinatal Noelia Extremera, también docente en los grados de Logopedia y Psicología en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), cree que es importante analizar las implicaciones del término. Así, de acuerdo con lo que ve en consulta, considera que muchas de las madres no tienen burnout si eso se relaciona con las demandas naturales de los cuidados de los hijos, sino que las madres están “quemadas” por tratar de asegurar esos cuidados en un contexto que no los sostiene y los infravalora. “Las progenitoras, cuando se encuentran en espacios de seguridad en los que poder hablar, comentan que están cansadas, pero lo naturalizan”, dice, y agrega que no están quemadas respecto a sus hijos, sino a las dificultades que encuentran para cuidarlos.
La profesionalización de la crianza, marcada tanto por el exceso de información y la avalancha de libros que se publican sobre cuestiones como el sueño, la alimentación o la educación como por la imagen que se proyecta de la maternidad a través de redes sociales, también ha tenido un impacto en los últimos años con respecto a la presión que reciben las mujeres. “A las madres se les pide imposibles en los cuidados y que recuperen las responsabilidades previas, como si eso fuera posible”, señala Extremera.
Según Mirelman, las consecuencias para la madre son múltiples y abarcan tanto los efectos comunes de cualquier tipo de burnout (conductas de evitación, adicciones, trastornos del sueño, así como problemas de salud física y mental como ansiedad, depresión o ideación suicida) como los efectos específicos del burnout relacionado con la crianza: distanciamiento emocional de los hijos, saturación en el rol de cuidadora, agotamiento extremo, dificultades en la relación de pareja y, en casos más graves, manifestaciones de violencia o negligencia hacia los niños. Y es este último aspecto en el que la psicóloga incide, porque puede tener consecuencias graves tanto para la salud de la madre como para la de su hijo o hija. “Sabemos que la salud mental de las madres impacta directamente en el bienestar de sus hijos, quienes, debido a su vulnerabilidad y dependencia, requieren cuidados físicos y emocionales constantes”, explica. Ese impacto se manifiesta en muchos casos en síntomas de estrés y ansiedad, lo que, como explica Mirelman, afectará a su desarrollo emocional y psicológico a largo plazo.
¿Qué hacer en el caso de estar experimentando ese desgaste extremo? Las expertas consultadas consideran que hay estrategias que pueden ayudar, como acudir a un profesional; repartir de forma eficaz las tareas de cuidados con la pareja y pedir ayuda al entorno; o dedicarse un espacio y un tiempo para una misma. Eso sí, ambas insisten en que nada de lo anterior es posible si no hay un contexto que lo favorezca. “Es una realidad que no todas las personas pueden permitirse el privilegio de terapia de forma frecuente”, sostiene Extremera, quien es crítica con el soporte que las madres pueden encontrar en ese sentido en el sistema público de salud, por lo que anima a las madres a compartir espacios con otras madres, bien sea de forma presencial o buscar grupos online gratuitos a través de entidades reconocidas a nivel profesional. Mantener todas las rutinas saludables posibles dentro del contexto de cuidados también aporta, según explica, unos mínimos a partir de los cuales poder continuar construyendo en la nueva realidad vital. Y, por último, insiste en tratar de “mantener una relación compasiva con una misma, entendiendo que son las exigencias externas las que están totalmente desajustadas”.
Para Mirelman es importante también no olvidar que para prevenir esta problemática es necesario garantizar unas condiciones de vida que sean favorables a la maternidad y a la infancia, como pueden ser permisos de maternidad más amplios, acceso a una vivienda digna, recursos sociosanitarios suficientes y las mejores prácticas en la atención a la maternidad y a las infancias. “Solo a través de un enfoque colectivo y estructural se podrán reducir los efectos negativos del burnout”, asegura, “y asegurar así el bienestar tanto de las madres como de sus hijos”.
Tres estrategias para combatir el agotamiento de la crianza
1.- Pida ayuda
Puede ser algo tan sencillo como organizar un servicio de transporte compartido para las actividades extraescolares de un niño. O puede ser algo más grande, como explorar un tratamiento residencial para un adolescente que lucha contra la depresión, la ansiedad u otro problema de salud mental. Nadie es invencible, perfecto ni sabe siempre lo que hay que hacer.
2.- Sepa que no está solo
Según lo demuestran las investigaciones, el agotamiento parental es común. Libérese de la vergüenza y la culpa: no ayuda. Dejar de culparse a sí mismo liberará energía emocional que puede utilizarse para cambiar lo que no funciona. Practique la autocompasión, que implica una actitud constante de aceptación y amabilidad hacia nosotros mismos.
3.- Establezca una estructura
Los padres pueden reducir el agotamiento estableciendo límites claros y reglas en casa que dejen cierta flexibilidad para no estar corrigiendo constantemente o añadiendo nuevas normas. Esta estructura funciona mejor cuando se crea en colaboración con los adolescentes y se basa en una comunicación abierta, confianza y amor incondicional.
VIDAS Y DIVANES
¿De qué conciliación hablamos?
Por Anael Torres Gorena/ Psicóloga
Hace unos días tomamos conocimiento de un trágico suceso ocurrido en el Departamento de La Paz, donde una madre tomó la fatal decisión de envenenar a sus dos hijos y posteriormente suicidarse. Mas allá del lamentable hecho, el asunto llama a una reflexión sobre el posible origen de los sucesos. Las informaciones hablan de una madre soltera, enferma terminal, asediada por las deudas y con dos hijos pequeños a su cargo, que decide acabar con su vida y la de sus hijos.
La realidad extrema de este caso nos muestra similitudes, salvando las distancias claras con el trágico desenlace, de la de muchas mujeres bolivianas. Una realidad donde aproximadamente el 34 por ciento de madres bolivianas son jefas de hogar, lo que significa que tres de cada diez madres trabajan para mantener solas a su familia. A la vez somos país líder de la región en embarazo adolescente, solo en 2023 se registraron casi 33.000 embarazos antes de los 18 años, lo cual conlleva en la mayoría de los casos una interrupción del ciclo vital perpetuando la pobreza, falta de educación, riesgo de violencia de género y otros especialmente en las jóvenes madres y sus hijos. A su vez el índice de trabajo informal y la precariedad laboral en nuestro país provocan la ausencia de las madres dentro de los hogares y en el acompañamiento integral de sus hijos; se considera que en Bolivia el 75% de los trabajadores y las trabajadoras están en el sector informal con relaciones carentes de casi todos los derechos laborales. Paralelamente algunos estudios indican que entre el 61 y 78 por ciento de las mujeres en Bolivia fueron víctimas de violencia en algún momento de su vida, mostrando la vulnerabilidad que presentan las madres y por consiguiente también los hijos e hijas; y en un entorno donde está prácticamente naturalizado que la crianza y el cuidado del hogar son actividades especialmente destinadas para las mujeres.
¿Entonces de qué hablamos cuando hablamos de conciliación en un país donde solo cabe esta posibilidad y conflicto para un mínimo porcentaje de mujeres nivel socioeconómico medio a alto? Evidentemente es un conflicto que no toca a la mayoría.
Si quisiésemos hablar de una mínima conciliación debemos antes hablar sobre paternidades responsables que compartan el cuidado físico, material y económico de los hijos e hijas. Debemos hablar de condiciones laborales mínimas con sueldo digno, jornadas razonables, beneficios sociales, seguro médico, bajas maternales, vacación y otros. Debemos hablar de un Estado que proteja a las familias, especialmente monoparentales, priorizando el acceso básico a salud, empleo y educación para todos sus miembros.
Aun nos queda mucho para lograr maternidades que se permitan siquiera el conflicto sobre conciliar vida personal, laboral y el rol de ser madres. De momento, casi todo es sobrevivencia.