Vida en familia
Paciencia y sin comparar: Claves para que un niño aprenda a leer
Aprender a leer es un proceso lento que empieza en Educación Infantil, pero no tiene por qué darse antes de los seis años y se consolida en tercero de Primaria. Leer y escribir no es una tarea natural para la supervivencia del ser humano y el cerebro infantil debe acomodarse a esa actividad “antinat
Una de las dudas que surge entre las familias al terminar la Educación Infantil es si sus hijos han aprendido a leer. Si ya son capaces de identificar las letras y unirlas con fluidez formando palabras. Unos lo harán más rápido y otros más despacio, así que esta es una preocupación que aparece, sobre todo, si se empieza a comparar a unos niños con otros. “Cada menor tiene que pasar a Primaria según como vaya y dependiendo de su nivel madurativo, porque leer y escribir es un objetivo de segundo de este ciclo”, apunta Pilar Serrano Burgos, profesora de Infantil en el CEIP Teresa Berganza de Boadilla del Monte (Comunidad de Madrid) y autora de una veintena de cuentos infantiles, entre ellos La nota (Kalandraka, 2020), que recibió una mención especial en el Premio Internacional Compostela para álbumes ilustrados, y Una mágica oportunidad (Libre Albedrío, 2023).
El aprendizaje de la lectura es un proceso lento que comienza desde el momento en el que se empieza a contar cuentos a los niños desde muy pequeños. “Los estudios demuestran que existe una exposición a más de 70.000 palabras entre los menores cuyos padres les leen cuentos antes de dormir y los que no”, detalla Miguel Ángel Tirado, doctor en Ciencias de la Educación, profesor en la Universidad de las Islas Baleares (UIB) e inspector de educación. Él es el autor del artículo Dime cómo lees y te diré cuánto aprendes. ¿Qué nos aporta la investigación a la enseñanza de la lectura?, publicado en la revista de educación e inspección Supervisión 21, de la Unión Sindical de Inspectores de Educación. En su artículo, Tirado asegura que la mejor forma de enseñar a leer en la escuela es desarrollando la conciencia fonológica.
La conciencia fonológica, explica Tirado, es la capacidad de reconocer, identificar y manipular los sonidos del habla: “Entender que perro y pelota comienzan con el mismo fonema p o cómo manipulando la primera letra de sol podemos obtener la palabra col”. Después de que los menores entienden este proceso, algo que suele ocurrir entre finales de Infantil y primero de Primaria, según explica el experto, se empieza con el trabajo de decodificación, o sea el reconocimiento de las letras para asignarles un sonido.
Tirado detalla cómo es el proceso de adquirir la conciencia fonológica: “A principios de Infantil, con tres años, se puede identificar que una frase tiene tres palabras: ‘Esta pelota roja, por ejemplo”. En el siguiente curso, con cuatro años, según continúa, se trabaja la conciencia silábica: “Es decir que pelota, por ejemplo, tiene tres golpes de voz”. Y, en el último curso de Infantil, con cinco años, se explica la conciencia fonémica: “Por ejemplo que la palabra casa tiene cuatro fonemas y cómo suena cada uno de ellos”. Tirado sostiene que durante estos cursos se ha tocado poco el lenguaje escrito porque estos pasos son esenciales para automatizar las habilidades de decodificación: “No es hasta que se haya aprendido a decodificar y se hayan adquirido unos niveles de fluidez mínimos de lectura en los tres primeros cursos de Primaria cuando se comienza a leer para aprender, el siguiente paso natural hacia la comprensión lectora”. Para el docente, hay un curso clave: tercero de Primaria: “Si en ese curso no han adquirido un nivel de fluidez mínimo que les permita prestar atención a la comprensión, es decir, que no se vayan dando de bruces contra las palabras, si no lo logran se puede producir un efecto bastante demoledor respecto de su futuro académico”.
Cómo se entrena el cerebro
Leer y escribir no es una tarea natural para la supervivencia del ser humano. “No nos acordamos de lo difícil que fue nuestro proceso”, apunta Tirado. Una idea que comparte la neuropediatra María José Mas, autora de El cerebro en su laberinto: los trastornos del neurodesarrollo (Next Door Publisher, 2020). “A nivel neurológico existe un circuito básico que sí es necesario para la vida que consiste en distinguir formas, colores y texturas, pero, para eso, primero tiene que madurar el área visual”, explica. “Ese circuito básico es el que utiliza la lectura para unir sonidos y asignarlos a formas para formar palabras”. Según sostiene, esto no tiene por qué pasar antes de los seis años.
“En mi aula con niños de tres años lo único que trabajamos es el nombre propio, pero no les impongo las letras”, retoma Serrano. “Ellos lo aprenden y lo van interiorizando”, prosigue, “aprenden solos y mi misión es generar en ellos la curiosidad”. Esta profesora ha comprobado que lo normal es que los menores aprendan primero a leer y luego a escribir, y no lo hacen al mismo nivel: “Un día tienen ganas de saber qué pone en un cartel o quieren jugar a algo que necesitan escribir y nace su interés y, de repente, todo hace conexión”. “Ese clic en el cerebro es el momento más bonito. Cuando se te quedan mirando y te dicen que ya saben leer”, agrega Mas. Según explica esta neuropediatra, a partir de ahí todo va más rápido: “Aunque si ese momento no se está produciendo igual hay que esperar y no pasa nada”. Mas incide en que las prisas por enseñar a leer tampoco son recomendables. “Si enfrentas a un menor a un problema para el que todavía no está preparado y siente que no lo puede hacer, hay un rechazo”, subraya.
Otra cosa distinta es detectar que algo no va bien a la hora de aprender a leer. Para la neuropediatra no hay que esperar a los nueve años para diagnosticar, por ejemplo, una dislexia: “Si el niño lleva un tiempo entrenando, un año entero a partir de la entrada en Primaria, y vemos que no puede, no hay que esperar”. Por su parte, Tirado insiste en que es importante trabajar con los menores la conciencia fonológica porque también ayuda a prevenir problemas y dificultades en el aprendizaje de la lectura, a lo que añade que la escuela tiene un papel fundamental a la hora de detectar estas dificultades. Aunque, matiza, no se está haciendo lo suficiente. Por su parte, Serrano asegura que antes de los seis años es muy difícil de detectar un problema: “Pueden echarle un vistazo en Infantil y ver que no hay nada porque es muy pequeño, pero, años después, en segundo de Primaria, cuando ya tienen que saber leer y escribir, sí descubren algo. Pero es muy complicado dar con un diagnóstico a no ser que sea muy claro”.
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Conocer el cerebro para
calmar las emociones
Una de las situaciones que más preocupan a las madres y a los padres es ver a nuestros hijos sintiendo una emoción muy intensa y desagradable. Cuando están tristes, en plena rabieta o sienten miedo, los adultos nos enfrentamos al gran reto de calmarles. No es tarea sencilla regular y devolver a la calma a un menor enfadado o que siente miedo, pero si conocemos un poquito su cerebro es posible que podamos ayudarle más y mejor.
Las amígdalas son dos regiones del cerebro con forma de almendra situadas debajo de la corteza cerebral y que tienen mucha relación con el mundo de los afectos. El cerebro es tremendamente complejo, pero las amígdalas son una de las estructuras que están más conectadas con las emociones desagradables como el miedo, la rabia, el asco, la tristeza, etcétera. Gracias a las amígdalas cerebrales podemos sentir este tipo de emociones y también podemos activar alguna de las reacciones que se ponen en marcha cada vez que detectamos un peligro: lucha, huida o parálisis.
El miedo es la principal emoción que nos moviliza a todos y las amígdalas cerebrales son las estructuras más arcaicas que hay en nuestro cerebro para detectar posibles amenazas a nuestro alrededor. Tanto es así que el neurocientífico Joseph E. LeDoux llama a las amígdalas “el centro del miedo”. Son las responsables de analizar de manera automática e inconsciente todas las expresiones faciales y no verbales con las que se topa el menor. Por este motivo es tan importante entender que para poder regular y calmar a nuestros hijos debemos partir de una relativa calma y control, algo que no siempre es posible. El cansancio, el estrés y el desconocimiento son los grandes adversarios de los adultos en estas situaciones. Las investigaciones realizadas con técnicas de neuroimagen han demostrado que el cerebro solo necesita de unos 33 milisegundos para detectar señales de miedo en el rostro de las personas que nos acompañan. El lector entenderá la importancia y relevancia del lenguaje no verbal.
Ya sabemos que las amígdalas cerebrales codifican y nos permiten sentir emociones de defensa, pero dichas emociones no se regulan en las mismas amígdalas, sino que necesitamos de estructuras superiores y neocorticales para regresar al ansiado equilibrio.
Las emociones surgen en el sótano del cerbero, mientras que la regulación de dichas emociones es una tarea del cerebro superior o del ático del cerebro. En concreto, una parte de la corteza prefrontal denominada corteza orbitofrontal es la encargada de controlar los impulsos, instintos y emociones que surgen en la zona inferior de nuestro cerebro. La investigación con adultos ha demostrado que lesiones en la corteza orbitofrontal impiden que podamos controlar y regular nuestros impulsos y afectos. Sería como un regreso a la infancia, pues el niño, al no tener suficientemente madura dicha estructura, no puede evitar enrabietarse y sentir miedo sin que un adulto le regule. Sus amígdalas cerebrales campan a sus anchas. Esto también nos demuestra que cuando activamos las zonas prefrontales del cerebro lo que estamos haciendo es gestionar y silenciar a las amígdalas cerebrales. Cuanto más potenciemos y desarrollemos la corteza prefrontal de nuestro hijo, mejor gestión emocional tendrá.
Ahora bien, hay una diferencia muy importante entre las estructuras del sótano cerebral como las amígdalas cerebrales y el ático cerebral. Las primeras estructuras son, en esencia, innatas, mientras que las zonas neocorticales como la corteza orbitofrontal se aprenden gracias a los adultos que nos acompañan a lo largo de la infancia y adolescencia. Por este motivo, validar y normalizar las emociones que sienten nuestros hijos es imprescindible para promocionar su salud mental. Algo tan sencillo como nombrar la emoción que siente nuestro hijo en un momento dado hace que las amígdalas cerebrales vayan perdiendo fuerza y que la corteza orbitofrontal las vaya silenciando. Es normal que nuestros hijos sientan un sinfín de emociones en su día a día; esto pertenece a su cerebro inferior. Es nuestra tarea como padres y maestros estimular su cerebro superior, y en concreto, su corteza prefrontal para hacer que los afectos y los pensamientos se coordinen de manera fina y elegante.
Cosas que NO hay que hacer para ayudar a leer
Obligar
Obligarlos a leer o regañarlos, sobre todo si no lo hacen cuando nosotros no leemos. Si queremos que vean la lectura como algo normal y cotidiano, deberán ver a sus padres leer de manera habitual, ya que los niños imitan lo que ven.
Castigar y corregir
Castigarlos con la lectura y premiarles, por ejemplo, con la televisión. De esta forma verán la lectura como algo malo. La lectura en todo caso debe ser un premio. Además, es un error corregirlos de forma constante. Aunque intentemos ayudarlos si no les dejamos su tiempo lo verán como algo tedioso y se frustrarán.
Desmotivar
Otro error es darles para leer cuentos que no les gustan o les resultan aburridos. No tienen por qué leer los clásicos si no les atraen. También obligarles a terminar un libro que no les está gustando. No pasa nada si dejan un libro y prueban a leer otro, lo importante es que lean. Aburrirse leyendo sin una razón poderosa no es conveniente. Otra cosa es que el título sea de obligada lectura en el colegio.