Vida en familia
Cómo detectar a un superdotado: señales para chequear a tu hijo
En ocasiones, los padres muestran dificultades para entender y acompañar a estos chicos adecuadamente, y tienen miedo de que se cierren. Los expertos recomiendan buscar asesoramiento para evitar que la familia sufra una desestabilización. Los debates sobre la felicidad del superdotado y la forma en



Tener un hijo con altas capacidades no es tarea sencilla en España. Para la Asociación Española de Pediatría (AEP), estos niños son aquellos que muestran una elevada capacidad de rendimiento en las áreas intelectual, creativa y/o artística; poseen capacidad de liderazgo o sobresalen en áreas académicas específicas. La identificación temprana de estos menores sigue siendo muy baja y esto provoca que muchas familias reciban el diagnóstico después de un largo periplo de visitas a diferentes profesionales, alertados habitualmente porque su comportamiento no se asemeja al del resto de los niños de su edad. El diagnóstico genera en la mayoría de los casos ocasiones miedo e incertidumbre por desconocer cómo poder ayudar y acompañar al hijo con altas capacidades.
Tener un informe psicopedagógico que las confirme ayuda a comprender muchas actitudes y comportamientos del niño. Un diagnóstico permite buscar una respuesta adecuada a las necesidades y fortalezas que presentan estos menores y evitar así posibles dificultades en el ámbito personal, escolar, social y académico. Si a estas necesidades específicas, tanto educativas como emocionales, no se les ofrece una respuesta adecuada, pueden influir de forma muy negativa en el desarrollo personal y escolar del niño.
Según la doctora de la Sociedad del Conocimiento y Acción en los Ámbitos de la Educación, la Comunicación, los Derechos y las Nuevas Tecnologías Yolanda López, la alta capacidad no se debe entender únicamente como una puntuación elevada del cociente intelectual de una persona, sino como “un amplio conjunto de aspectos que engloban la creatividad, el rendimiento, los aspectos emocionales, la personalidad, la motivación, el compromiso con una tarea o el esfuerzo”.
Según explica a EL PAÍS la experta, cuando una familia conoce que su hijo tiene alta capacidad, suele reaccionar de formas muy diversas. Hay muchos padres que se sienten aliviados porque por fin encuentran respuesta a la preocupación que les generaban algunas de las necesidades y conductas de su hijo, que en ocasiones difieren del resto de los menores de la misma edad o de sus hermanos. Otras, en cambio, dudan de si deben comunicar a su hijo y a su entorno el diagnóstico, sintiéndose totalmente descolocadas con la noticia, temiendo que este pueda ser rechazado porque se lo considere distinto. Habitualmente también se pueden encontrar familias en las que alguno de los progenitores o algún familiar cercano presente también una alta capacidad y el diagnóstico no sorprenda tanto.
Pero en lo que sí coinciden todas es en el deseo de acompañar a sus hijos, ofreciéndoles la ayuda necesaria para que crezcan felices y para que todas sus necesidades y capacidades queden cubiertas y desarrolladas, percibiendo al niño como un ser especial con infinidades de posibilidades para aprender. Ayudarlos a entender correctamente sus emociones, apoyar sus pasiones y mostrarse empáticos ante su forma de comprender la vida debería ser primordial en la educación de estos niños. Según López, a veces los progenitores temen que esta condición los transforme en seres extraños y se cierren en sí mismos, presentando dificultades para relacionarse con sus iguales.
Prepararse para la atención
Tras el diagnóstico de alta capacidad, padres y madres deberían asesorarse correctamente con un profesional para poder acercarse a la realidad de su hijo y así romper con los estereotipos y prejuicios que puedan existir en torno a ella. En ocasiones, un niño con alta capacidad puede ser muy desestabilizador en el sistema familiar si sus necesidades afectivas no son cubiertas y debe cuidarse también la relación con los hermanos en el caso de que los hubiera.
“El menor típico con altas capacidades no existe porque cada uno presenta una motivación o personalidad distinta”, expone la experta. Pero sí que existe un compendio de rasgos o características que se repiten en muchos de ellos: suelen presentar un desarrollo motor y cognitivo que no es armónico, son autodidactas y muestran facilidad de comunicación, de concentración y de adquisición y uso de la información. Además, su deseo por aprender es inagotable y presentan gran intensidad y profundidad emocional. Estas características pueden provocar en ellos introversión por tener un sentimiento de incomprensión e inseguridad al no encontrar iguales con intereses similares.
Un niño con alta capacidad necesita mucho apoyo por parte de sus padres, que se muestren pacientes y que lo acepten tal y como es. Sentir que su familia lo acompaña desde el respeto y la comprensión para que así pueda desarrollar al máximo su potencial, estableciendo un apego seguro. Que tengan sobre él unas expectativas correctas ante su capacidad y razonamiento y sean capaces de enseñarlo a abrazar y aceptar aquello que lo hace único y especial.
La experta subraya la importancia de no pensar que los niños con altas capacidades ya lo saben todo y que no necesitan compañía para aprender. Además, también es esencial que no se piense que la mejor forma de aprovechar o impulsar sus capacidades es exigirles más o darles una mayor carga académica, porque así únicamente se consigue crear aversión por el aprendizaje. No hay que olvidar que son niños que necesitan que los ayuden a identificar y gestionar las emociones por las que transitan, que en ocasiones llegan a desbordarlos y a generarles ansiedad.
López explica también que es imprescindible que las familias establezcan pautas de actuación comunes con la escuela, que favorezcan el acompañamiento y el desarrollo personal, escolar y relacional. Trabajar en equipo para que el niño esté motivado ante los retos que se le presenten cada día en el aula tendrá un impacto positivo en su desarrollo, considerando su capacidad intelectual, personal y emocional. Que posean un cociente intelectual tan alto no implica que todos tengan buenas notas ni presenten un elevado rendimiento. De hecho, existe un porcentaje alto de fracaso escolar entre los niños con altas capacidades.
Conseguir que la diferencia siempre enriquezca y nunca reste o imposibilite debería ser uno de los objetivos prioritarios de las familias con hijos con altas capacidades. Como dice el doctor Javier Tourón: “El talento que no se cultiva, se pierde”.
*Sonia López es maestra, psicopedagoga y divulgadora educativa. Madre de dos adolescentes.
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Por qué los superdotados sufren más en el colegio
Lo vemos cada día… una de las primeras señales de alerta de una inteligencia alta para los padres es el rechazo a ir al colegio por parte de su hijo. Es un rechazo que va desde el que se resigna cual implacable destino con su consiguiente sufrimiento y malestar emocional hasta el que patalea y se agarra a los marcos de las puertas de casa para que no le lleven.
Y esta es una realidad que, si bien no viven todos los niños con altas capacidades, se da con alarmante y paradójica frecuencia. Y digo paradójica porque si hay alguien que destaque por su necesidad de aprender, por su implacable curiosidad, por demanda de respuestas, son precisamente ellos: los niños y niñas con alta capacidad intelectual.
Sin embargo, la ilusión y el entusiasmo del principio muy pronto se convierten en pesadilla.
Una pesadilla que ha convertido su vida en un “día de la marmota” constante: repetición tras repetición, inhibición de la iniciativa y la creatividad, interminables explicaciones de lo obvio, ruido mucho ruido, sensación de no aprender, de no entender…
La escuela de hoy, en general, está orientada al estudiante medio del siglo XX, con metodologías del XIX y completamente desconectada de lo que la sociedad del futuro va a demandar a nuestros niños de hoy. Y los estudiantes con alta capacidad son el síntoma más flagrante y las primeras víctimas de semejante desencuentro educativo.
Los niños y niñas altamente creativos son los más perjudicados, porque, no nos engañemos, la creatividad sigue estando mal vista. Confundimos creatividad con dibujar bonito. Pero el pensamiento divergente, la negativa a hacer las cosas como siempre se han hecho, el cuestionamiento de casi todo, la voluntad de hacerlo a su manera… eso no es bienvenido en un aula. Salirse del molde para crear otros escenarios posibles o imposibles, desconcierta y molesta al docente mediocre que lo vive como una amenaza a su esforzado y precario equilibrio cotidiano.
El alumno altamente dotado necesita explorar, necesita descubrir, necesita llevar a cabo su propia investigación acerca de lo que sea, no quiere la información masticada para ser tragada y posteriormente vomitada en un examen que sea calificado con un numerito.
De igual forma, necesita apropiarse de su proceso de aprendizaje cuyo motor no es otro que la motivación intrínseca, la necesidad imperiosa de saber acerca de aquello que en ese momento le impulsa por dentro como un motor de mil caballos. En cambio, le dicen que no, que eso no toca, que hay que aprender sobre la revolución industrial o los ríos de Europa. Y que nada de ir por libre, que tiene que ceñirse a contenidos que poco o nada se distinguen de lo que sus padres estudiaban cuarenta años atrás.
Las metodologías que habitualmente se utilizan en la mayoría de los centros educativos están basadas en modelos que priorizan el hemisferio cerebral izquierdo, es decir, el secuencial, el menos creativo, el que aprende por repetición. Son además métodos deductivos donde el profesor explica todo y el alumno se limita a ser un receptor pasivo y plano de la información. Deberá entonces memorizar sin cuestionar, memorizar sin investigar, memorizar sin realizar ningún tipo de experimentación, memorizar sin decidir cómo prefiere aprender. Decir qué prefiere aprender y cuándo resulta ya demasiado revolucionario y nadie, o casi nadie, va a comprar esa idea. Aunque el conocimiento no viene envasado al vacío, con fecha de caducidad. Y mucho menos aún en la era digital de la que son nativos nuestros hijos.
Matar la motivación es lo primero que hace el sistema educativo tradicional. Al niño enamorado de aprender y de saber, le convierte en un niño que rechaza con dolor visceral todo lo que venga de esa institución. Incluso acaba también bloqueando la curiosidad dejando al niño o al adolescente en una bruma confusa, en un lugar de nadie, desperdiciándose el talento por las alcantarillas obsoletas de una escuela que no solo se resiste a cambiar, sino que en muchas ocasiones hace apología de su mediocridad y le da un enorme placer “meter en vereda” a los que se salen del carril.
Algunos asuntos clave en la vida del superdotado
Una cantidad indeterminada
Es muy difícil saber cuántos niños superdotados hay en América Latina, pues depende de los parámetros de medición de cada país. Algunos países estiman que entre 1-2% de su población es superdotada, otros aseguran que representa 5% mientras que varios apuntan a que es 10-15% de su población. Hay muchas comunidades no escolarizadas o con un sistema muy débil que no es atendida y que por ende, no es contada.
La sombra del autismo
Cuando una familia descubre capacidades altas en sus hijos suele acudir antes al pediatra que a la comunidad educativa. Los primeros pueden tender a reconocer “autismo” en algunos pacientes mientras que los segundos se inclinan por la “hiperactividad”, ya que el niño de altas capacidades suele rechazar el sistema escolar rígido y presenta “problemas de conducta”. La paciencia y el seguimiento suele ser la mejor forma de descubrir.
La felicidad del superdotado
Muchas teorías sostienen que el superdotado se convertirá a largo plazo en un ser insatisfecho e infeliz, ya que no encontrará satisfacción en el sistema escolar y difícilmente encontrará apoyo para desarrollar todas sus capacidades, sin embargo los psicólogos recuerdan que de cómo hablemos de algo va a depender la interiorización que hagamos de ello y nuestra visión, por lo que conviene ser positivos.