Ucrania, la guerra agotadora
De las discotecas de Kiev y las playas de Odesa a las bombas del Donbás; tres reporteros locales cuentan la experiencia en el frente más cruento y en la retaguardia, donde la omnipresencia de la guerra intenta ser superada
A pocos kilómetros del frente de batalla de Ucrania, un grupo de soldados ucranianos descansan y fuman cigarrillos sentados en unos bancos a la sombra fuera de un hospital militar. A lo lejos, se oye el ruido constante de la artillería pesada. La ciudad de Bajmut parece desierta. No hay casi ningún rastro de la vida de antes de la guerra: no hay niños ni coches, apenas hay gente. Las ventanas están tapiadas, y en las calles solo hay un puñado de civiles. La única actividad que queda aquí es la que ha traído la guerra.
Los soldados, agotados y hastiados, describen una batalla peligrosa para defender el este de Ucrania. Primero, un bombardeo incesante con armamento pesado ruso, seguido rápidamente por el avance de tanques y soldados de infantería, cuyo trabajo consiste en “limpiar” cualquier unidad ucraniana que pueda quedar en pie.
Durante cuatro meses, las fuerzas rusas han tratado de capturar las regiones de Lugansk y Donetsk. Tomaron la ciudad de Popasna, a 30 kilómetros al este de Bajmut, y han invadido Severodonetsk, a 56 kilómetros al noroeste. Este fin de semana, las tropas de Moscú han capturado su ciudad gemela, Lisichansk, y han reivindicado el control de la región de Lugansk.
Situada en la región de Donetsk, Bajmut –conocida como Artemivsk en la época soviética– se interpone en el camino de cualquier avance ruso. Pero a pesar de la envergadura de su enemigo, los soldados ucranianos dicen que siguen convencidos de que la fuerza de voluntad y “el bien” vencerán al “mal”.
Un edificio residencial dañado en un reciente bombardeo en la ciudad de Bajmut, región de Donetsk al este de Ucrania EFE
La cantidad de armamento del Ejército ruso y su disposición a emplearlo en esta guerra suponen una diferencia con la guerra subsidiaria que se libró en el este de Ucrania en 2014, dicen los soldados. En aquel entonces, Rusia trató de disimular su participación. Esta vez no.
El Ejército ucraniano tiene muchos combatientes sumamente motivados, explican, pero su equipamiento y sus hombres están siendo machacados por la gran cantidad de proyectiles, cohetes y misiles rusos. El presidente de Ucrania Volodímir Zelenski dijo a principios de junio que cada día mueren entre 60 y 100 soldados ucranianos en la región de Donbas, y 500 resultan heridos.
The Guardian ha tenido acceso a soldados ucranianos con la condición de no revelar sus apellidos ni la ubicación de las posiciones ucranianas.
En la ruta hacia Bajmut, se pueden ver vehículos del Ejército de Ucrania, incluyendo camiones con combustible y municiones, al igual que un espectacular obús 2S7, montado sobre un cargador. Los rastros oscuros de un sistema de lanzamiento múltiple de cohetes Smerch aún manchaban el cielo.
Acostumbrados a los bombardeos
Los soldados dicen que se han acostumbrado a los bombardeos implacables de los rusos. “La primera vez que ves un tanque sientes miedo”, dice Sasha, un joven médico. “Después de un tiempo ya no lo sientes. Es como entrar en trance. Tu objetivo es matar al enemigo. Y no puedes hacerlo si tienes una psique normal. Te transformas en otro. Mis padres me dicen que estoy desconectado de la realidad”.
“Cuando combates en una ciudad, las posiciones se mantienen en edificios”, dice Sasha, quien abandonó Donetsk, su ciudad natal, en 2014 cuando fue tomada por las fuerzas rusas y las respaldadas por Moscú. “Te disparan con artillería ('grads', misiles, morteros) y si no tienes con qué responder, te [retiras] a otro edificio, y ellos avanzan”.
Sasha y su grupo fueron la tercera unidad de reemplazo enviada a Rubizhne, en Lugansk, una de las muchas ciudades del este de Ucrania arrasadas por los combates. Como las primeras dos unidades, la suya con el tiempo fue rotada. Mientras se iban, un cohete cayó sobre su vehículo blindado. “Estábamos saliendo, y tres granadas propulsadas por cohetes nos dieron de lleno. Nuestro vehículo volcó. Estábamos casi todos heridos, yo incluido”. Al día siguiente, el 11 de mayo, Rubizhne cayó en manos rusas.
Un edificio residencial dañado en un reciente bombardeo en la ciudad de Bakhmut, región de Donetsk al este de Ucrania Stringer/EFE/EPA
“Hay muchos momentos negativos de los que no se habla”, dice Sasha, en referencia a la estrategia de información de la guerra de Ucrania, y a las leyes de censura. “Pero estoy listo para luchar hasta el final, porque no quiero que nadie más pierda su hogar como le pasó a mi familia en Donetsk”.
La mayoría de los civiles han escapado de Bajmut. En junio, cuando se publicó el reportaje, quedaban unos pocos, a pesar del ruido constante de artillería y las ráfagas de disparos en las calles. Dos personas, Lena y Oleg, cuentan que se quedaron para cuidar al padre de Lena. “Esta era una gran ciudad. Teníamos 15 fábricas. Bajmut floreció”. ¿A qué distancia está la batalla? “Cerca”, dice Lena.
Tras la captura de Lisichansk, expertos militares y autoridades ucranianas creen probable que las fuerzas rusas lancen ataques considerables sobre Bajmut –así como sobre la ciudad de Sloviansk–. Las tropas han lanzado un asalto al noreste, pero no han conseguido nuevas ganancias territoriales.
“De repente, se desató el infierno”
El combate continúa fuera de la ciudad. El 31 de mayo, Ivan, 24 años, un mecánico del oeste de Ucrania resultó herido cuando luchaba en un pueblo abandonado en las afueras de Rubizhne. Él y su unidad cavaron posiciones de trinchera cerca de un bosque. Tres de sus amigos murieron a causa de los ataques rusos.
“Fui a buscar un cigarro y, de repente, se desató el infierno”, dice Ivan. “Los rusos se escondieron detrás de los árboles. Hubo una descarga de artillería. Después pasó una bala. Había un francotirador disparándonos”.
Ivan y otro soldado, Vitya, se lanzaron desde un cobertizo abandonado cercano a un lateral de la trinchera. “Andruska trató de alcanzarnos pero le dispararon en la cabeza, y murió”, dice Ivan. “Después nuestro sargento, Oleh, salió de su escondite para tratar de correr hacia mi posición, pero una bala le arrancó la mitad de la cabeza, y se desplomó casi encima de mí”.
Luego el francotirador disparó a Vitya, que estaba a la derecha de Ivan, y también lo mató. El arma de Ivan se quedó sin cartuchos, así que echó mano del rifle de su sargento cuando este también fue abatido. “Me entró un fragmento de bala en el ojo derecho, y empezó a salir sangre”, dice Ivan, que tiene un traumatismo en la cabeza y un zumbido en el oído a causa de los disparos. “Cuando recobré el sentido, traté de arrastrar el cuerpo de Oleh hasta la casa más cercana. No podía ver bien”.
Ivan dice que arrojó una de sus dos granadas, no para alcanzar a los rusos sino como maniobra de distracción. “Le quité el gancho de seguridad a la otra. Pensé: ‘Si vienen, puedo hacerme explotar y llevarme a dos o tres de ellos conmigo”. Según explica, el combate duró “entre 15 y 20 minutos”. “Llegaron refuerzos, me quitaron la granada de la mano y me sacaron de ahí”.
“Las heridas son peores que en 2014”
Aún visiblemente conmocionado, Ivan se recuperaba en un hospital de la herida en el ojo el pasado junio. Los médicos dicen que volverá a ver después de un tiempo.
En el hospital de la región de Dnipro donde Ivan fue atendido, los médicos dijeron que habían tratado a más de 122 soldados ucranianos por lesiones oculares, tras recibir impactos en explosiones. “Las heridas son mucho peores que en 2014. Entonces eran solo balas”, dice una doctora, Yulia Valentinivna. “Muchas veces las heridas son en ambos ojos”.
Vasia, un soldado con heridas de metralla en uno de sus ojos que probablemente no se recupere por completo, dice que no se arrepiente. “Rusia tiene más artillería que nosotros cartuchos”, dice Vasia. “La única manera que tenemos de resistir es dar la vida”.
Kiev, más cansada del miedo que de la guerra
Al caminar por este pequeño mercado callejero al aire libre en un bonito patio de Kiev, uno se puede permitir olvidar, aunque sea por un breve instante, que Ucrania está atravesando una guerra brutal y que hace no mucho algunos de los combates más sangrientos de este conflicto se producían a pocos kilómetros de la capital.
Pero, si se escarba bajo la superficie, de inmediato queda claro que las trascendentales consecuencias de la guerra continúan dominando prácticamente todos los aspectos de la vida en Kiev.
“Todo el dinero que ganamos lo donamos a las Fuerzas Armadas. Estamos aquí para ellos”, dice Yana Koval en un puesto de ropa. Koval también vende souvenirs con mensajes contra la guerra y pulseras hechas a mano que ridiculizan al presidente de Rusia, Vladímir Putin. “Estamos intentando seguir con nuestras vidas. Pero el dolor siempre está ahí”, cuenta.
Casi cuatro meses después de que Moscú invadiera Ucrania, las señales de normalidad han comenzado a regresar a Kiev. Los controles antitanques se han retirado y las familias pasean por los numerosos parques de la ciudad. Las terrazas han vuelto a llenarse con kievitas bien vestidos que beben Aperol Spritz.
Hace dos semanas que la capital ucraniana no ha sido bombardeada. Hoy, la mayoría ignora las sirenas antiaéreas que suenan a diario.
“Nadie se olvida de la guerra”
La ciudad sigue teniendo un toque de queda que rige a partir de las 11 de la noche. Durante la tarde de un domingo reciente, se formaban colas frente a un club nocturno que ahora organiza fiestas diurnas.
“No te dejes engañar por todo esto, porque es obvio que seguimos en guerra”, dice Anna Levchuk, encargada de la pizzería Kometa. “Todo el mundo sigue hablando de la guerra. Todo el mundo está afectado o implicado de algún modo”, apunta.
Kometa, al igual que muchos otros restaurantes, cerró al inicio de la guerra y pronto se dedicó a cocinar para el Ejército y los hospitales locales. “Nuestro restaurante se está llenando de nuevo, aunque sigue más vacío que de costumbre”, cuenta.
“La gente está volviendo a tener citas y celebrar cumpleaños”, dice, y añade que comprende perfectamente que la gente necesite una forma de desahogarse.
Al entrar al restaurante, los visitantes se encuentran con una pila de postales que proclaman: “Rusos, váyanse a la mierda”. En casi todos los restaurantes y bares de Kiev ondea la bandera ucraniana o cuelgan carteles de apoyo a las Fuerzas Armadas del país. El arte antibélico y anti Putin puede verse en prácticamente cada esquina.
Levchuk también indica que han dejado de utilizar la lengua rusa y que solo se dirigen a sus clientes en ucraniano.
Justo al otro lado de la calle, Valeriy Shevchenko, director de una pequeña galería, relata que él también está viendo cómo su espacio artístico poco a poco vuelve a la vida.
“Kiev era una ciudad fantasma, pero la galería por fin se está llenando de nuevo”, dice. “Simplemente nos cansamos de tener miedo. Pero, por supuesto, nadie se olvida de la guerra”, agrega.
Debido al calor que ha descendido sobre Kiev durante las dos últimas semanas, algunos han optado por ir a las playas de la ciudad, a orillas del río Dniéper. Pero el peligro nunca está lejos. Las autoridades ucranianas han advertido a los ciudadanos del riesgo de que haya municiones no detonadas en lagos y ríos. Bajo la ley marcial, la población civil también tiene prohibido sacar sus propias embarcaciones al agua.
Hace unos días, un hombre que nadaba en una playa de Odesa murió delante de su familia tras pisar una mina naval que había sido colocada allí por las fuerzas ucranianas con el fin de disuadir a los rusos de asaltar la ciudad portuaria.
Y día a día se ven en Kiev enormes contrastes entre la apariencia de normalidad y la realidad de la guerra en curso.
De funeral en funeral
A unos pocos pasos de distancia de los bares y restaurantes, cientos de ucranianos se han reunido bajo la cúpula dorada del monasterio de San Miguel para el funeral del activista Roman Ratushnyi, que murió recientemente en combate cerca de Járkov.
Ratushnyi fue uno de los manifestantes estudiantiles golpeados por la policía durante la primera noche de la revolución europeísta de Maidán, en 2013. La decisión del presidente prorruso Víktor Yanukóvich de reprimir las manifestaciones estudiantiles no tardó en desencadenar mayores protestas y acabó por provocar la huida de Yanukóvich desde Kiev a Moscú.
Desde entonces, Ratushnyi era un activista popular y decidió unirse a las Fuerzas Armadas ucranianas al comienzo de la guerra.
“Todos nuestros hombres más brillantes y valientes están muriendo. El coste de la guerra para la sociedad es inmenso”, cuenta la activista Ivana Sanina, de 23 años, mientras apenas puede contener las lágrimas.
La muerte de Ratushnyi se ha convertido en símbolo de los estragos que la guerra ha causado en su joven y prometedora generación. “Era la voz de la nueva Ucrania independiente. Tenía un gran futuro por delante”, dice Sanina.
Se cree que el número de ucranianos que mueren cada día en el campo de batalla asciende a 200. Mientras tanto, los combates se han convertido en una prolongada guerra de desgaste, sin un final inmediato a la vista.
“Estaba en el funeral de otro amigo cuando me enteré de lo de Roman”, dice la fotógrafa Valya Polishchuk. “Estos días voy de funeral en funeral”, relata.
Polishchuk asegura que le alegra que Kiev esté volviendo a la vida, pero pide a los demás no darse por satisfechos. “No podemos olvidar lo que está pasando”, dice, antes de arrodillarse frente al coche que transporta el cuerpo de Ratushny.
Tranquilidad momentánea
Mientras se pone el sol, un grupo de hombres y mujeres juega al bicipolo en el velódromo de Kiev.
El estadio, que data de 1913 y es una de las instalaciones deportivas más antiguas de Kiev, permaneció cerrado durante meses, por lo que Artur Kulak y sus compañeros no pudieron practicar su amado deporte, un juego similar al polo tradicional, pero en el que se utilizan bicicletas en lugar de caballos.
“Es agradable venir y olvidarse de la guerra. Hacer lo que más te gusta”, dice Kulak mientras recupera el aliento sentado en el banquillo.
Su equipo ahora tiene dificultades para reunir gente suficiente para jugar después de que algunos de los amigos de Kulak se presentaran como voluntarios para luchar en el frente.
La práctica de este deporte hizo que Kulak recordara los días de antes de la guerra, cuenta, aunque no tarda en reconocer que esa sensación no dura mucho: “Después de los entrenamientos, me siento muy feliz, mi mente se resetea por completo. Y entonces suenan las sirenas, y pum, de repente vuelvo a la realidad”.
Traducción de Julián Cnochaert.