Vida en familia
Síndrome de la progenitora tóxica: ¿me quiere mamá?
La progenitora tóxica es aquella que llega a la maternidad por caminos poco deseables. Lo ideal psicológicamente es poner distancia emocional y física
Es un tabú de nuestra sociedad aceptar que hay madres que no quieren a sus hijas, pero es más real y frecuente de lo que nos gustaría reconocer. Como todo aquello que nos resulta difícil de aceptar y digerir, tendemos a negarlo. Pero existen, vemos a sus víctimas en consulta, peleando por llenar un agujero negro de infelicidad que arrastran desde la infancia y que en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera es consciente, porque duele nombrarlo.
La madre tóxica es una mujer que ha llegado a la maternidad por caminos poco deseables, por convencionalismos, porque así estaba diseñado su guion de vida, porque eso es lo que de ellas se esperaba. Renegar de la maternidad o simplemente ejercer el derecho a no serlo, no era, ni es, algo aprobado por la sociedad. Aquellas mujeres que han decidido libre y abiertamente no ser madres han sido miradas con recelo y suspicacia por la mayoría de su entorno. Siempre. Incluso ahora. Hablamos de una minoría valiente y coherente que decidió por sí misma cuál era su voluntad y su camino. Muchas otras, sin embargo, aceptaron gestar, parir y criar como algo inevitable. No es tan extraño entender, que algunas de aquellas hijas, no solo no fueran amadas incondicionalmente, sino percibidas como una molestia, un obstáculo, una rival e incluso una proyección de aquello que ellas hubieran querido ser.
Se trata en la mayoría de los casos de mujeres muy narcisistas o infantilizadas, que nunca asumieron el papel de madre y que siguen filtrando el mundo a través de su necesidad y su deseo. Otras, son mujeres amargadas, cuya vida no se parece en nada a lo que esperaban, profundamente infelices, que usan de chivo expiatorio a sus hijas proyectando en ellas el foco de su insatisfacción. Hay diferentes formas de madres tóxicas, pero todas incluyen la culpa, la manipulación, la crítica cruel, la humillación, la falta de empatía, el egocentrismo puro. Son madres que hacen saber a sus hijas que no están a la altura de lo que se espera de ellas, envidian sus éxitos, recelan su necesidad de independencia, rivalizan con ellas en un patológico escenario vital donde la víctima ni siquiera sabe que lo es.
La madre que no ama, despliega su toxicidad de diferentes formas, así nos encontramos con madres que envidian a sus hijas y tratan de anularlas, madres que sobreprotegen y absorben excesivamente para tratar de evitar el sentimiento de culpa por no haber deseado tener ese hijo, madres centradas únicamente en “la fachada” que exigen a sus hijas que encajen en un molde que ellas mismas han diseñado para exhibirse, madres que utilizan la enfermedad y el victimismo como principal estrategia de manipulación, madres dependientes que invierten los roles y hacen que sus hijas sean quienes se ocupen de su bienestar físico y emocional y madres que, por desgracia, encajarían en varios de estos guiones de película de terror.
La mayoría de las niñas que han sido criadas por este tipo de mujeres no son capaces de entender que toda su inseguridad, falta de autoestima, necesidad de aprobación, autoexigencia brutal, dificultad para la intimidad emocional y vacío profundo, procede de la falta de amor primario. Asumir que tu propia madre no te quiso y no te quiere es uno de los procesos psicológicos y emocionales más difíciles de superar y con consecuencias devastadoras en todos los órdenes de la vida. A esta indefensión crónica hay que sumarle la incomprensión de los otros, una sociedad dispuesta a mirar para otro lado ante una realidad tan antinatural. Aquellas mujeres que fueron criadas por estas madres tóxicas llegan a dudar hasta de su propia salud mental porque a años de maltrato emocional, de tortura psicológica, hay que sumarle el silencio y la falta de apoyos. Ya sabemos hoy por hoy en función de los numerosos estudios que se han hecho que la falta de amor parental crea estructuras psíquicas desorganizadas que afectan a muchas áreas de la personalidad. El rechazo y la falta de amor materno producen un estado crónico de avidez afectiva y un miedo patológico al abandono.
Durante su infancia tratará por todos los medios de ganarse la atención y la aprobación de su madre lo que derivará en una adulta que tratará por todos los medios de ganarse la atención y la aprobación del mundo. No se sentirá digna de ser querida, habrá aprendido que su valor está en lo que hace no en lo que es, la fragilidad y la inseguridad serán compañeras de viaje y, con frecuencia, pasará este perverso legado a sus hijos, cronificando así el círculo de la infelicidad y la dependencia.
Hay muchos ejemplos conocidos de personas que aunque han alcanzado éxitos sociales, laborales, económicos, y exponen al mundo una fachada impecable de éxito vital, son muertos vivientes poniendo toda su energía en llenar el abismo afectivo que llevan dentro; en nuestro día a día estamos rodeados de personas que tratan en vano de llenar ese vacío (que llamamos existencial, aunque realmente es afectivo) por los caminos más diversos, pero naufragando en lo personal con profundos sentimientos de vacío y soledad que produce la incapacidad para amar y ser amados.
Sin embargo, hay salida. Es imprescindible decirles a esas mujeres, que la niña dañada que llevan dentro y parece dirigir su vida, puede ser sanada. Como psicóloga que acompaño a muchas de estas mujeres, no creo en el determinismo y abogo por la capacidad resiliente que habita en cada ser humano. Tenemos el don de la libertad y la capacidad intrínseca para tomar el control de nuestra propia vida. Para ello es necesario tomar conciencia y poner nombre a aquello que nos dañó por difícil y brutal que esto sea. Y es imprescindible hacer un duelo: despedirnos definitivamente de la madre que no tuvimos, que ya no vamos a tener y no seguir buscando con manotazos de ahogado maneras infructuosas de compensar ese oscuro hueco. Asumir sin culpa alguna que la madre no se elige y que venimos al mundo programados para amar a quien nos toque para maternarnos. Tomar la decisión interna de poner distancia emocional y física de la mujer que no supo querernos y sobre todo, hacer del intento de no traspasar la herida a nuestras hijas, un objetivo vital, una cruzada.
Depresión posparto: la
cara amarga de ser mamá
Cuando nace un bebé toda la familia vuelca su atención en él. Algo lógico si tenemos en cuenta que un recién nacido no sabe hacer prácticamente nada por sí mismo. Aunque resulte obvio decir que cada vez que nace un bebé, también nace una mamá, casi siempre esta pasa a un lugar muy secundario. La falta de información que la mayoría de las madres tiene sobre qué significa tener un hijo desde un punto de vista emocional, hace que muchas se vean inmersas en un bucle de sentimientos, a veces negativos, que pueden, incluso, hacer que estas rechacen a su bebé. Y, en casos muy graves, pueden hasta dañarlo.
Cada vez sabemos más de la conexión cerebral que se establece desde el embarazo entre la madre y el bebé, de la importancia que tiene tener un parto tranquilo, sin gritos y con la mínima intervención posible por parte del obstetra (solo cuando sea realmente una necesidad médica). Cada vez, valoramos más los partos respetados, la poca separación o nula entre madre y recién nacido, y evitar, lo que se pueda, las inoportunas visitas de media familia en la habitación queriendo coger al bebé y opinando de todo. Todo esto hace que las cosas transcurran tal y como la naturaleza las ha diseñado.
Pero, ¿qué es exactamente la depresión posparto? Muchas nuevas madres no saben reconocer sus síntomas, lo que hace que puedan empeorar. Irene García Perulero, bióloga y autora del curso online, puerperio feliz, explica que es “un tipo de depresión que puede ser moderada o intensa y que se produce en los 12 primeros meses tras el parto, generalmente de forma más frecuente a partir del tercer mes, aunque puede aparecer inmediatamente después del nacimiento del bebé”. La causa exacta de la depresión posparto se desconoce, pero “es muy probable que tanto factores biológicos – la predisposición genética o los cambios hormonales que se producen con la gestación, el parto y durante la lactancia – como factores socioculturales sean responsables de esta condición”, sostiene.
La bióloga nos recuerda que “los factores socioculturales son los que probablemente tienen un mayor peso en el desarrollo de una depresión posparto. Los partos en los que se interviene el proceso fisiológico sin motivo médico – usando oxitocina sintética para acelerar el parto –; el aislamiento en el que vivimos la mayoría de las madres durante los primeros meses de vida de nuestros hijos; las dificultades que nos encontramos cuando queremos dar el pecho; la inestabilidad laboral; las bajas maternales cortas y la presión del entorno en relación con el estereotipo de lo que debe ser una buena madre pueden afectar", agrega la experta. "Todos pueden hacer que la maternidad se convierta en una carrera de obstáculos que puede influir en el desarrollo de una depresión”, explica.
Factores para
evitar la depresión
post-parto
Una decisión libre
“Lo primero sería conseguir que la maternidad fuera siempre una elección libre” señala la Irene García Perulero. En los países occidentales el número de partos prematuros y bebés de bajo peso aumenta cada año, a pesar de la buena calidad de vida y la salud de la que gozamos en el primer mundo. El estrés relacionado con la maternidad es, según los expertos, “el principal problema a la hora de disminuir el número de bebés pretérmino y nos da una idea de cómo está tratando la sociedad a las madres”.
Que no te separen del bebé
Tanto el parto como la crianza son procesos fisiológicos complejos en los que intervienen neurotransmisores como la oxitocina, que están directamente implicados en la regulación del estrés, así como en la formación de vínculos y en la salud tanto física como mental. “Nuestra especie está preparada para parir y amamantar a las crías, generando para ello grandes concentraciones de oxitocina que está directamente relacionada con los estados depresivos, entre otras patologías psicológicas", explica Perulero
Diagnóstico rápido
Una vez detectado el problema, lo primero sería intentar que la madre recupere cuanto antes las condiciones que la naturaleza ha previsto para que la maternidad se desarrolle de forma óptima. Uno de los grandes errores que se producen cuando se diagnostica una depresión posparto es decirle a la madre que tiene que destetar, cuando la realidad – explica Perulero- “es que la oxitocina que se produce durante la lactancia ayuda a superar este tipo de situaciones y reduce el riesgo de padecerlas”.