Pedagogía económica
Hágase el dinero: cómo funciona el sistema monetario mundial (I)
Si abres ahora mismo tu cartera, el billete que encuentres no vale nada. El dinero que usamos hoy está muy lejos de ser lo que fue: no tiene ningún valor, solamente se basa en la creencia de que nos lo van a aceptar. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuál es el verdadero origen del dinero?



Según Yuval Noah Harari en su libro Sapiens, la revolución neolítica trajo el mayor fraude en la Historia de la humanidad: la agricultura. Desde que el ser humano se hizo sedentario y comenzase a labrar la tierra, allá por el VIII milenio a. C., hizo posible pasar de una economía basada en la recolección de alimentos a una economía que los producía. Es decir, se dejó de recolectar frutos de los árboles para empezar a cultivar cereales y de cazar bisontes para domesticar cabras o vacas. Esto supuso a las sociedades más primitivas no solo la capacidad de autoabastecerse, sino la posibilidad de tener excedentes y poder alimentar a aquellas personas que no se dedicaban a cultivar. Sin embargo, si un poblado tenía cereal pero no sabía hacer zapatos, tenía que intercambiar parte de su comida con otros poblados que tuvieran zapatos y necesitasen cereal. En otras palabras, para poder intercambiar dos productos se necesita encontrar una persona que tenga lo que yo quiero y que ella quiera lo que poseo. La revolución neolítica acababa de crear el trueque y, con él, el comercio.
Del trueque a la moneda
Conforme iba pasando el tiempo, las sociedades primitivas iban desarrollándose, haciéndose más complejas y produciendo bienes más sofisticados. Esto implica emplear cantidades ingentes de tiempo: si solo podemos ofrecer leche de cabra y a cambio estamos buscando un jarrón, habría que enterarse de lo que quiere el dueño del jarrón, porque, por mucha leche que le ofreciéramos, a lo mejor lo que quiere es pan, así que eso implicaba ir a hablar con el panadero… y así sucesivamente. Había que encontrar una manera más eficiente de intercambiar: si, en lugar de buscar directamente los bienes que deseamos, buscamos los más fáciles de comercializar, podríamos incrementar el intercambio, porque ahorraríamos mucho tiempo y solucionaríamos el problema del trueque. Dicho de otra manera, si queremos el jarrón, tenemos que encontrar la forma de separar la venta de la leche de la compra del jarrón. ¿Cómo hacemos eso? Buscando aquellos productos más fáciles de intercambiar, lo que comúnmente conocemos como dinero.
Ahora bien, ¿cuáles son las mejores opciones para usar como dinero? No ha habido una sola respuesta: en cada sociedad y en cada periodo se ha desarrollado de una manera distinta, desde minerales como la obsidiana en la Micronesia o el cacao en la América precolombina a alimentos como el té en Asia central o la sal en la Antigua Roma —de donde viene la palabra salario—. Todo ello era dinero y compartía un denominador común: se originaron de manera espontánea entre individuos de una sociedad, sin necesidad de que un gobernante impusiese su criterio. Además, tenían ciertas características que los hacían proclives al intercambio: estar extendidos entre la población y poder ser utilizados para acumular riqueza.
De todos ellos, durante siglos el oro y la plata fueron elegidos como dinero en diversas sociedades por varias razones: son fáciles de transportar —un gramo de oro vale actualmente alrededor de 40 o 50 dólares estadounidenses—, de almacenar —no caduca, es resistente y muy divisible—, de transformar —el oro es el metal más dúctil y maleable de la Tierra— y de estandarizar, así como limitados en cantidad y producción. ¿Y cómo asegurar que los trozos de metal en circulación contenían la cantidad de oro que decían tener? Para garantizar la calidad y avalar el peso, diferentes reyes, señores, caballeros y mercaderes importantes crearon sus propias monedas. Acuñar moneda estaba íntimamente relacionado con tener un monopolio, ya que una autoridad controlaba el suministro de moneda; por tanto, el dinero y el poder político estaban unidos y centralizados, lo que favorecía el crecimiento y la estabilidad. Las primeras monedas acuñadas aparecieron en el mismo periodo —siglo VII a. C.— en tres lugares diferentes: Lidia —actual Turquía—, India y China. A lo largo de la Historia ha habido tantas monedas que durante el siglo XIX se creó la numismática, disciplina dedicada exclusivamente al estudio de las monedas.
Sin embargo, debido al colosal coste de la guerra, muchas casas de monedas empezaron a utilizar aleaciones de metales baratos para así devaluar su moneda y tener con qué sufragar las diferentes guerras durante la Edad Media. Como se necesitaban más monedas para tener la misma cantidad de oro, los precios subían y se perdía capacidad adquisitiva, lo que hacía casi imposible importar y comerciar con otros reinos. Pero, si no se puede confiar en las autoridades porque traicionan sus propios estándares y provocan que comerciar sea una tarea hercúlea, ¿qué se podía hacer? Había que buscar la manera de acabar o, al menos, sustituir las monedas. La respuesta se encontraba en el máximo exponente de comerciantes, mercaderes y precursores de la banca: la familia Médici. Su patriarca, Juan de Médici, que vivió en la Florencia de mediados del siglo XIV, observó el riesgo que suponía viajar entre las diferentes ciudades-Estado del norte de Italia con carruajes llenos de oro para pagar las mercancías, por lo que fundó el Banco Médici, una de las primeras casas de cambio. Su sistema era bastante sencillo: si un mercader tenía que ir de Florencia a Venecia, para ahorrarse viajar con monedas de oro, dejaba en la sucursal de Florencia 50.000 florines; a cambio, recibía un papel que indicaba la cantidad que había depositado, la cual podía reclamar cuando llegase a Venecia. Aunque no fueron los primeros —ya en China la dinastía Tang lo usaba como transferencia de capitales a comienzos del siglo IV—, se acaba de descubrir el sustituto a las monedas: el papel dinero.
Del papel dinero al auge del patrón oro
Durante los siglos XVI y XVII, conforme se iba desarrollando la burguesía, continuaba la expansión de notas de papel que sustituían al pesado oro; estos billetes simplemente acreditaban la posesión de una cantidad de oro en alguna caja fuerte. El auge de las tesis luteranas y calvinistas, que favorecieron la idea del éxito económico como indicador de la salvación mezclada con el concepto de llevar una vida austera, ayudó a la consolidación de este nuevo sistema monetario. Pero no fue hasta la llegada del Estado nación a finales del siglo XVIII cuando los países empezaron a establecer el valor de su moneda en función de la cantidad de oro y plata que poseía. El primero en fijar un patrón de metal precioso a una divisa nacional fue Gran Bretaña: sir Isaac Newton, como director de la Real Casa de la Moneda de Inglaterra, estableció en 1717 que el valor de una libra esterlina equivalía a unos 7,3 gramos de oro puro.
Los bancos centrales de cada país tuvieron un rol esencial como encargados de acumular reservas de oro y a cambio emitir billetes de manera proporcional; así, si querías canjear tu billete de una libra esterlina, ibas al banco y este te daba el equivalente en oro. Puesto que la cantidad de billetes que se podían emitir cada año estaba limitada por las reservas de oro y estas solo aumentaban una media de entre el 1% y el 1,5% anual, los bancos centrales —controlados por los Gobiernos— no caían en los errores de los señores feudales. Si se puede garantizar estabilidad en el dinero, los precios y el tipo de cambio también se mantienen estables y, por lo tanto, el comercio internacional se incrementa.
El patrón oro no implica que sea un sistema rígido e inamovible; su credibilidad no reside en asegurar que un país se adhiere al sistema, sino en seguir las reglas del juego que lo conforman. De hecho, Inglaterra empezó a utilizar el patrón oro en 1717, pero no se adhirió de manera oficial hasta 99 años después para mayor flexibilidad: durante los periodos de crisis, se podía suspender la convertibilidad y permitir a los bancos centrales una cantidad de billetes superior a las reservas de oro; una vez acabada la crisis, se volvía a la normalidad. El precio de una onza de oro respecto a la libra esterlina se mantuvo estable desde 1717 hasta 1931, con la excepción de las guerras napoleónicas y la Primera Guerra Mundial que supusieron una depreciación de la moneda para poder pagar los costes de la guerra. En cualquier caso, no fue hasta la década de 1870 cuando el sistema se llegó a internacionalizar.
La caída del patrón oro y el dinero por decreto
Los años dorados del patrón oro llegaron a su fin con la Gran Depresión de 1929 y la devastadora Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia del enorme endeudamiento, cada país empezó a adoptar su propia concepción de patrón. Mientras Francia y Reino Unido vieron muy mermadas sus reservas de lingotes, Alemania estaba completamente destruida y con una deuda pública desmedida, no solo por la Segunda Guerra Mundial, sino también por las deudas acumuladas de la primera. Ante esta situación de bancarrota, era imposible asegurar la equivalencia en oro con sus respectivas monedas nacionales, por lo que en julio de 1944 un grupo de 44 países se reunieron para dilucidar cómo sería el nuevo orden económico mundial. EE. UU. propuso y consiguió sustituir el patrón oro por un patrón dólar vinculado al oro en los llamados Acuerdos de Bretton Woods, lo que ratificó a EE. UU. como nueva potencia económica mundial, un patrón que posteriormente también abandonará, como veremos en la próxima entrega. (continuará)
¿Hay argumentos para volver al patrón oro?
Según un estudio realizado por Adrián Ravier, economista del Instituto Juan de Mariana, existen argumentos suficientes como para pensar que un regreso a un sistema actualizado del patrón oro podría constituir la solución real a la crisis financiera global de los últimos años.
Según este estudio, los argumentos en contra del patrón oro por parte de importantes nombres del mundo económico, como los ex presidentes de la Fed Alan Greenspan y Ben Bernanke, o el economista Paul Krugman, son fácilmente rebatibles.
Desde este Instituto niegan que el patrón oro fuera la causa de la Gran Depresión estadounidense de 1929-33. En esos mismos años el patrón estaba vigente en Canadá, país que no sufrió el pánico económico de su vecino del sur. Más bien, fue la política de la Reserva Federal la que, en último lugar, lo ocasionó.
Además, una transición a este sistema no resultaría especialmente costosa (como sucedió en la UE con la implantación del euro), ya que no sería necesario redenominar los precios ni éstos subirían de golpe, si se establece la adecuada paridad entre la moneda y el oro.
Según explican los expertos, los motivos que condujeron a la devaluación del dólar frente al oro, en 1933, por parte del entonces presidente de EEUU Franklin D. Roosevelt, y a la inconvertibilidad del dólar, en 1971, decretada por Richard Nixon, fue el deficiente funcionamiento del organismo que establece la política monetaria, la Reserva Federal.
También se argumenta la imposibilidad de volver al patrón oro debido a que no existe metal suficiente. En realidad, sí existe; basta con definir correctamente el precio de la moneda en términos de oro, evitando, como sucede ahora con el oro papel, un desequilibrio entre el metal existente y el supuestamente necesario para garantizar los contratos.
El único problema real y principal obstáculo para la reimplantación del patrón oro es que no puede ser una decisión unilateral de un país, sino un retorno global al sistema basado en el oro.