La actual crisis afecta con mayor severidad al trabajo femenino
Mujeres bolivianas: las más afectadas por la crisis económica
La pandemia afectó al mundo del trabajo en Bolivia, pero los efectos fueron peores para las mujeres, exaltando desigualdades estructurales



Las crisis son fenómenos económicos complejos que, dependiendo de su fisionomía, afectan de manera diferenciada al interior de las sociedades. Como es de suponer, son los grupos sociales menos privilegiados, subalternos, marginados y/o precarizados los que llevan la peor parte. No solo por la falta de excedente económico para hacer frente a la contingencia, sino también por un conjunto de inercias sociales injustas, que acentúan esta dinámica.
En general, las crisis económicas exacerban las jerarquías de género, siendo las mujeres las más afectadas. En primer lugar porque son mayoritarias en los trabajos más precarizados, pero también –y esto es algo que muchas veces los economistas omiten– porque se ven sobrecargadas por los trabajos domésticos y de cuidado.
Esto es algo que ha sido particularmente evidente durante la pandemia. Como señala la investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM (México), Josefina Morales: “El trabajo de cuidado, responsabilidad casi exclusiva de las mujeres, mal pagado o ignorado, mostró su naturaleza imprescindible en la existencia y reproducción de la vida en esta pandemia. También se exhibió el insuficiente reconocimiento de su trabajo, pues se mantienen las diferencias estructurales y sociales de género (salarios menores, insuficientes puestos directivos y falta de prestaciones, entre otras), en un sistema patriarcal milenario”.
En Bolivia, si bien existe cierto consenso sobre el mayor impacto que tuvo la pandemia y la crisis económica sobre las mujeres, es importante ahondar al respecto. Problematizando algunos datos económicos que, con una lectura más profunda, permiten comprender la dimensión de este impacto, así como los problemas estructurales de una sociedad como la boliviana, marcada por un conjunto de injusticias de género que son arrastradas a lo largo de la historia del país.
Dimensionar la carga femenina del trabajo de cuidado no remunerado
Según una definición institucional de la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL), se entiende como economía de los cuidados: “todo el trabajo que se realiza de forma no remunerada en los hogares, así como el trabajo doméstico y de cuidados que se realiza de forma remunerada en el mercado laboral”.
Para tratar el tema del trabajo femenino no remunerado en tiempos de pandemia, lo primero que se tiene que tener en cuenta es que la información que recaba el Instituto Nacional de Estadística (INE) no contempla datos específicos sobre los trabajos domésticos y de cuidado que no son remunerados. Sin embargo, con los datos existentes es posible realizar algunas explicaciones y estimaciones que permiten caracterizar esta problemática; aunque, eso sí, desde el contexto urbano, ya que el INE no actualizó información rural al respecto durante la cuarentena.
Ahora bien, antes de comprender el efecto que tuvo la actual crisis sobre el mundo del trabajo femenino en Bolivia, deben detallarse algunas características de la información con la que se cuenta. El punto de partida es la Población Económica Activa (PEA), que representa el segmento de la Población en Edad de Trabajar (PET) que actualmente está trabajando de manera remunerada (ocupados) o que está buscando un trabajo remunerado (desocupados).
Si se realiza una comparación de la PET masculina y femenina en Bolivia, se puede evidenciar que en promedio, en 2019, existía un número mayor de mujeres en edad de trabajar (2,94 millones) respecto a los varones (2,76 millones). Sin embargo, cuando se analiza la PEA se encuentra que las cifras se invierten, más varones estaban trabajando o estaban buscando trabajo remunerado (2,1 millones), mientras que eran menos las mujeres en esta situación (1,76 millones).
Desde este enfoque, se denomina como Población Económica Inactiva (PEI) a quienes están en edad de trabajar pero no trabajan de manera remunerada ni están buscando un trabajo remunerado. En este sentido, los varones que en 2019 hacían parte de la PEI eran aproximadamente 660 mil, mientras que las mujeres que hacían parte de esta categoría eran 1,17 millones. A la relación entre PEI y PEA se la conoce como Índice de Carga Económica, ya que se estaría asumiendo que esa PEI es sostenida “como carga” por la Población Económicamente Activa.
Pero este apelativo de “carga” es erróneo, ya que parte de un conjunto de tipificaciones de una ciencia económica que desconoce las labores domésticas y de cuidado, denominado “trabajo” solamente a aquellas actividades que implican una remuneración monetaria.
Es por esto que al interior dentro la PEI se puede encontrar segmentos sociales que no trabajan, como algunos estudiantes, pero también se categoriza con este apelativo a todas las personas que se dedican a los trabajos domésticos y de cuidado no remunerado, las cuales son principalmente mujeres.
Una estimación muy sencilla –y solamente con ánimos ilustrativos– ayuda a dimensionar la importancia de este sector considerado “económicamente inactivo”. El “Índice de carga económica” en 2019 fue, en promedio, 31,3% para los varones, mientras que para las mujeres alcanzó un 66,7%. Sin embargo, si se asumiese que ese índice de carga económica en el caso de las mujeres es igual al de los varones, entonces se puede estimar que casi 474 mil mujeres en edad de trabajar se dedicaban principalmente a trabajos no remunerados domésticos y de cuidado de manera exclusiva.
Pero lo anterior es solo una parte, porque la gran mayoría de las mujeres que hacen parte de la PEA también realizan labores de cuidado y de trabajo doméstico. Ya sea porque su trabajo remunerado es a tiempo parcial o porqu,e aparte de un trabajo remunerado de tiempo completo, realizan esas labores en los hogares. Es por este motivo que, en una publicación de ONU Mujeres y la CEPAL, se señala que las mujeres bolivianas se encuentran entre las que mayor porcentaje de su tiempo dedican a los trabajos domésticos y de cuidado en la región. Se estima que para 2019, del tiempo total que las mujeres bolivianas dedican al trabajo, el 23,1% está destinado a estas labores. En cambio, los varones solo dedican a estas actividades el 12,1% del total del tiempo de trabajo masculino.
El impacto de la pandemia en el mundo del trabajo de las mujeres bolivianas
Los datos oficiales del INE muestran, de entrada, que el impacto que ha tenido la pandemia y la crisis económica derivada de ella ha sido mayor en el caso de las mujeres. En una comparativa de la tasa de desocupación, se puede observar que en promedio, en 2019, esta tasa alcanzó a ser de 4,83% para los varones y de 5,63% para las mujeres, mientras que para julio de 2020 –mes en el que se presentan los peores datos por la pandemia– la tasa de desocupación masculina fue de 11,82%, mientras que la de las mujeres alcanzó los 11,23%.
En una primera lectura, pareciera que la desocupación se incrementó en mayor grado para los varones (6 puntos porcentuales) que para las mujeres (5,6 puntos porcentuales). Sin embargo, es importante, entender que de manera previa hubo una recomposición importante en la PEA. La crisis sanitaria del coronavirus es, en sí misma, una crisis que demanda cuidados, para quienes se enferman pero también para quienes se ven obligados a quedarse en casa por las medidas de cuarentena. Por ejemplo, todo el trabajo que implica gestionar las clases virtuales de los niños en los hogares que no van a la escuela.
En este sentido, ante la crisis sanitaria, muchas mujeres que trabajaban o que buscaban trabajo remunerado se vieron obligadas a abandonar estas actividades para volver a hacerse cargo de las tareas domésticas y de cuidado.
Es por esto que si para diciembre de 2019 la PEA de mujeres era de 1,83 millones, para julio de 2020 esa cifra cayó hasta los 1,59 millones. Lo que quiere decir que más de 240 mil mujeres en Bolivia dejaron de trabajar o de buscar trabajo remunerado por las crisis sanitaria y económica. Por otro lado, en el caso de los varones esta disminución de la PEA fue mucho menor (111.857).
Es así que, entre diciembre de 2019 y julio de 2020, se puede evidenciar que, en términos absolutos, más mujeres (266.879) perdieron o dejaron sus empleos remunerados en comparación a los hombres (256.542). De la misma manera, si bien el número de mujeres que buscaba empleo entre esos meses se incrementó en términos absolutos en 50.589, en el caso de los varones fue mucho mayor (144.686). Lo que se explica justamente debido a que una gran cantidad de mujeres cambió su trabajo remunerado hacia trabajos domésticos y de cuidado no remunerados.
Una recuperación que acentúa las desigualdades de género
En términos de la tasa de desocupación, el mes de julio de 2020 fue el peor si se lo considera de manera general. Sin embargo, en los siguientes meses dicha tasa fue descendiendo, aunque si se la analiza de manera diferenciada se puede observar que esta tendencia fue distinta en el caso de varones y mujeres. Para enero de 2021 la tasa de desempleo masculina era de 8,79%, mientras que en el caso de las mujeres dicha tasa se mantuvo parecida a la de junio de 2020 (10,79%).
Esto tiene que ver con que a medida que pasó el tiempo y la crisis hizo aguas, cada vez más mujeres retornaron al mercado laboral; sin embargo, en términos proporcionales, encontraron menos ofertas laborales que los varones, por lo que la tasa de desocupación femenina solo cayó en 0,4 puntos porcentuales, mientras que la de los varones se redujo en 3 puntos porcentuales.
La subocupación femenina es una variable invisibilizada
Al interior de lo que se considera Población Ocupada, también son contabilizadas las personas que si bien tienen un trabajo (formal o informal), el mismo les ocupa menos de 40 horas a la semana y, además, están en la búsqueda de un trabajo complementario u otro trabajo de mejor calidad. Es a lo que se denomina Población Subocupada.
En diciembre de 2019 la tasa subocupación, es decir, la relación entre esta población y la Población Ocupada, era de 3% para los varones y de 5,9% para las mujeres. Para julio de 2020 esta tasa se incrementó dramáticamente, hasta alcanzar el 14,5% para el caso de los varones y el 19,20% para el caso de las mujeres. Es decir, de 1,4 millones de mujeres ocupadas casi 273 mil tenían actividades laborales remuneradas que les eran insuficientes, por lo que debían buscar otras fuentes de ingresos.
Lo llamativo es cómo ha evolucionado esta cifra. Para enero de 2021, la tasa de subocupación masculina cayó hasta 9,61%, mientras que la femenina se mantuvo muy elevada (15,62%). Esto significa que aunque en términos absolutos la población ocupada masculina (2,07 millones) es mayor que la femenina (1,7 millones), la población subocupada de mujeres (265 mil) es más elevada que la de varones (199 mil). Lo que expresa que la crisis económica está dejando en situación mucho más precarizada a las mujeres que a los varones.
Múltiples efectos que deben considerarse
Si bien el presente análisis gira en torno a los efectos laborales, estos son solo una arista de las implicaciones que ha tenido la actual crisis sanitaria y económica sobre las mujeres.
Se pueden encontrar muchas otras dimensiones de afectación, como los impactos psicológicos que son mucho más agresivos para las mujeres, lo que fue señalado recientemente en una investigación realizada por varias investigadoras de la Universidad Católica Boliviana. Asimismo, en todo el mundo, diversos trabajos e informes vienen denunciando el preocupante incremento de la violencia contra las mujeres en los hogares durante los periodos de confinamiento.
En síntesis, la discusión sobre la recuperación económica y el bienestar social en la actual coyuntura de crisis económica, no puede dejar de lado la discusión sobre el impacto diferenciado que la crisis está teniendo sobre las mujeres, y cuya base se encuentra fundada en desigualdades e injusticias estructurales e históricas.