Historias desgarradoras
Dolor, desesperación y luto, la cara lucha contra el Covid-19 en Bolivia
Familias peregrinan por una cama en el hospital, en la UTI, por la compra de medicamentos que no se encuentra en el mercado. Si los pacientes llegan a una UTI en una clínica privada los costos son altísimos



Karina P. B. luchó por salvar a su esposo, pero Rafael Tapia perdió la batalla contra el Covid-19. Tania Imaña sigue en su lucha para que su papá venza al virus. En paralelo vivieron las mismas angustias, peregrinaron con sus seres amados buscando hospitales para internarlos, medicamentos que no encontraban, mientras la oxigenación se desplomaba dañando gravemente sus pulmones.
Deambular en pleno frío nocturno en busca de hospitales, de salas de terapia intensiva, de medicamentos que no hay en el mercado, contar con al menos 100.000 bolivianos para cubrir facturas de hasta 10.000 bolivianos cada día, y garantías de Bs 30.000, es un suplicio que solo entienden quienes tienen a un familiar que padece la crueldad del virus.
Bolivia tiene un acumulado de 178.818 casos positivos de Covid-19 y 9.493 muertos, de acuerdo al informe del Ministerio de Salud de este miércoles 13 de enero. La primera víctima del virus fue una mujer de 78 años que falleció de coronavirus el 29 de marzo de 2020.
El sistema de salud colapsó el año pasado en especial durante los picos más altos de contagios, las farmacias ocultaron y elevaron los costos de los medicamentos, mientras que las clínicas privadas dispararon sus costos de atención. El país ahora vive una segunda ola del virus y la situación no ha cambiado mucho.
El Año Nuevo de Tania fue un martirio. El 31 de diciembre, la saturación de oxígeno de su papá, Ramiro Imaña, había bajado a 77, intentó sin suerte colocarle oxígeno. Con la desesperación optó por buscar un hospital para internarlo, pero su experiencia fue dolorosa. Recorrió al menos seis clínicas privadas y hospitales públicos. Ninguno quiso recibirlo.
Fue a la Clínica Los Andes donde se estrelló con la “insensibilidad” total de un médico que los hechos del recinto; fueron al Hospital Metodista, a la Clínica del Sur, al Hospital de Cotahuma, a la Clínica Rengel. Nadie se dignaba en atenderlos -por lo menos- por humanidad.
Llegaron a la Clínica La Merced donde una doctora viendo el estado nervioso de Tania revisó a su padre y advirtió que necesitaba ser internado, su saturación de oxigeno había bajado a 73. Cada minuto y hora eran determinantes para los pulmones de Ramiro. Solo con una orden de transferencia de urgencia pudieron volver a Cotahuma.
Se encendieron los juegos pirotécnicos en señal de celebración y de recibimiento del nuevo año, 2021. Para Tania y seguro para muchas otras familias con enfermos con el virus fue una noche de sentimientos confusos, entre incertidumbre, impotencia, tristeza, esperanza y amor.
Tania y su papá soportaron el implacable frío de esa noche y madrugada de Año Nuevo, sentados en la acera del Hospital Cotahuma desde las 23.00 hasta la 1.30 am. No era un paciente cualquiera, era un paciente de covid-19 con los pulmones dañados y dificultades para respirar, una enfermedad que no da pausa al cuerpo.
Cuando recuerda se quiebra, rompe en llanto más de una vez, se siente que flaquea a 12 días desde que empezó el martirio cuando la salud de su progenitor se empezó a deteriorar. Este miércoles fue de buenas noticias, su mamá que también estaba internada fue dada de alta, y su hermano aislado con el virus se recupera.
A dos horas y media de espera salió el personal del hospital y recién le permitieron entrar al recinto, su papá lo hizo a pie, ni siquiera en una silla de ruedas a pesar de su estado crítico, adolorido y sin fuerzas.
“Ha sido una noche horrible. Desde la 1.30 hasta las 5.30 me quedé en el hospital congelándome. He debido ver al menos nueve personas venir desesperadas pidiendo atención y les decían no tenemos, no tenemos”, cuenta Tania a la ANF.
El 1 de enero, le pidieron análisis que solo podían hacerle fuera de Cotahuma; siente que perdió un día, era feriado, no habían laboratorios y tuvieron que esperar hasta el sábado. Su papá volvió a salir caminando para ir a los análisis. “Mi papá sufría” se lamenta. Los resultados no fueron auspiciosos necesitaba ser internado en UTI que no hay en ese nosocomio.
La búsqueda empezó nuevamente, ahora por una UTI, recuerda que acudió a todas partes. Encontró espacio en el Cossmil, la noche costaba 30.000 bolivianos, pero no cumplía el requisito de ser militar para ser internado, en el Hospital Metodista era de 18.000 bolivianos.
Entre los tantos contactos encontró a un médico de la Clínica CMAIO en Obrajes, suplicó tanto que autorizaron la internación de su papá, con una garantía de 32.000 bolivianos, aunque el consuelo es el buen trato de los médicos y las enfermeras lo que penosamente no se encuentra en otros hospitales, en especial públicos.
El dinero no alcanza, los pagos son por miles y miles
Así como Tania, la experiencia de Karina es similar, cuando llegaron al Hospital de La Portada, Rafael tenía dificultades para respirar, su oxigenación era de 63, su cuerpo se desvanecía, pero ni siquiera en esas condiciones recibió auxilio.
Luego se trasladaron al Hospital de Cotahuma, donde le pidieron una placa, era domingo, y difícil de encontrar laboratorios, solo consiguieron uno privado; los resultados revelaron daño en los pulmones y debía ser internado en una UTI.
Sin seguro de salud la situación se hace más difícil, en esos momentos desesperados cualquier alternativa es válida, incluso las clínicas privadas que no solo son costosas sino poco sensibles al momento de condicionar la internación al pago de una garantía.
Con un gran esfuerzo de la familia, Rafael fue internado en el Hospital Agramont, era el único donde podían recibirlo, la primera condición era cancelar 30.000 bolivianos de garantía. La plata se va en pagos y más pagos que son en miles y miles de bolivianos.
Karina hasta ahora no se explica cómo -junto a su familia- conseguía la plata para pagar cada factura de no menos de 1.500 bolivianos hasta 10.000 bolivianos en un solo día.
“Hasta ahora no nos explicamos de dónde hemos sacado el dinero ese rato, se conseguía de dónde no hay”, cuenta con una voz pausada, como reposando de los días tormentosos que le tocó vivir para intentar salvar a su compañero de vida.
Rafael fue internado a las 21.00 y a las 23.00 lo ingresaron a la UTI, fue la última vez que lo vio. “No verlo era muy difícil, ha sido muy duro. Por lo menos para ver si lo atendían bien”, señala.
El covid-19 es una enfermedad despiadada que ha robado el derecho de estar cerca a los familiares o amigos enfermos, acompañarlos en su dolor, atenderlos, abrazarlos, despedirlos cuando el cuerpo ya no puede dar más batalla.
El primer día, lunes, en Agramont les dieron dos facturas para cancelar, una de 6 mil bolivianos y otra de 4.000, para cubrir los medicamentos y otros equipos como guantes, trajes de bioseguridad, pañales, entre otros.
El martes, la factura fue de 4.500 bolivianos, el que incluía el remdesivir que les costaba 2.035 bolivianos; el miércoles cubrieron una factura de 7.000 bolivianos y luego una de 1.800 bolivianos, debido a que le hicieron una pleunostomía que significa una intubación directa al pulmón. Y el costo por día de internación en UTI ascendía a 5.000 bolivianos
“Solo te dan la factura y debes pasar por caja para pagar, no tienes el chance de buscar más barato”; pero no es solo eso –precisa- además de la angustia y el dolor, los familiares tienen que enfrentar el mal trato, la falta de empatía, en casi todos los hospitales.
La cuenta de tres días en el Hospital Agramont fue de al menos 70.000 bolivianos, es decir, 10.000 dólares. Es una preocupación que afecta el estado anímico de los familiares que tienen que hacer “magia” para conseguir cada centavo.
Karina tuvo que gestionar la inscripción de Rafael en el Sistema Único de Salud (SUS), porque las cuentas cada vez eran insostenibles. De ese modo lo transfirieron al Hospital del Norte, su traslado fue otra odisea.
Los familiares tienen que ingeniárselas para superar todos los escollos, contratar desde una ambulancia privada, encontrar los medicamentos que en algunos casos no se encuentran fácilmente y que son urgentes, porque de ellos depende la salud del pariente.
“Si no tienes el dinero estás jodido, porque las facturas son arriba de 1.500 o 2.000 bolivianos, y en las situaciones más críticas es hasta 8.000 o 10.000 bolivianos”, solo para medicamentos, relata Karina.
“Yo sé que estoy jodida” comenta Tania, que aún no ha hecho cuentas de las deudas, porque los ahorros se terminan y la única salida son los préstamos, tiene fe que todo va a estar bien, y que lo más importante es salvar a su papá.
Frente a situaciones adversas, también nace la solidaridad. La solidaridad de las familias, de los amigos que se lanzan con rifas o contribuciones directas, aportes que solo buscan aliviar los momentos críticos que a cualquiera puede tocarle vivir.
Una rifa de solidaridad virtual se armó en las redes sociales para apoyar a Tania. Rafael Tapia era periodista, sus colegas también organizaron una rifa para colaborar, al igual que los amigos de infancia de Karina.
Búsquedas desesperadas del remdesivir
En las redes sociales y en los grupos de whatsapp estalló la demanda de remdisivir, un medicamento que ahora es utilizado en Bolivia para el tratamiento de pacientes con covid-19. “La anterior semana parece que se perdió de la faz de la tierra”, comenta Tania.
Las familias de Tania y Karina enfrentaron los mismos problemas en su afán de comprar el “famoso” remdesivir que no hay en el mercado, pero siguen siendo recetados, los familiares hacen hasta lo imposible para conseguir de diferentes lugares.
En el agobio de la búsqueda también aparecen los estafadores, en especial aquellos que están en las redes sociales y que actúan de forma “misteriosa”, piden depósitos adelantados o que les carguen tarjetas de celular. Al final, solo desaparecen.
Tania se topó con uno, que le ofreció cada ampolla de remdesivir en 4.000 bolivianos. El tratamiento -según el estado del paciente- puede ser entre 6 y 11 ampollas. Al final consiguió de un importador a un precio más racional 1.700 bolivianos; y otro tanto en la farmacia Virgen del Carmen donde hizo fila desde las 5.00 y a las 10.00 ya no había el producto.
Las penas a veces no vienen solas, cinco días después de la muerte de Rafael Tapia, falleció su hermano también por covid-19. La familia de la cuñada de Karina sufrió prácticamente una embestida del virus, se enfermó la madre que ingresó a terapia intensiva, la hermana y los abuelitos. Poco a poco se van recuperando.
“Sobre el remdesivir yo escuché porque le pidieron al hermano de Rafael que también estaba con covid e internado en UTI en el Hospital Santiago II. También ha fallecido. Él estaba asegurado y le pidieron seis ampollas de remdesivir”, cuenta Karina.
Encontraron cuatro ampollas cada una a 1.800 bolivianos en un lugar y otras tres a 1.440 bolivianos en otro lugar. En cambio, su otra cuñada no tuvo la misma suerte, consiguió cada ampolla en 3.500 bolivianos.
Cuando Rafael iba a ser trasladado del Hospital Agramont al del Norte les pidieron 40 ampollas de midazolam cada una a un costo de 60 bolivianos. De ahí en adelante cada día debían comprar 30 ampollas, los precios variaban. Pero tampoco se encontraba en el mercado.
“Yo le pedía a la doctora si nos podían cambiar a otro aunque sea más caro, porque no había. Pero nos decían que no”, dice Karina, reviviendo aquellos momentos en que los familiares se repartían para ir de una a otra farmacia para juntar la cantidad requerida.
Concluye que muchos médicos son “desconsiderados” porque a veces sus pedidos son imposibles de cumplir. Por ejemplo a su cuñada le pidieron un aparato para drenar la sangre del corazón, no había en ninguna parte, que según un médico esos equipos solo hay en hospitales de Tercer Nivel. Encontraron uno doméstico que costaba 6.000 dólares ¿de dónde sacas ese monto de un rato para el otro? Se pregunta. “Pero te piden así; vaya, consiga”.
Las historias son similares. Jorge (prefiere mantener su identidad en reserva). se ha contactado con ANF para contarnos su testimonio. “Un tío muy querido ha fallecido en el hospital internado en terapia intensiva”, dice apenado. Mientras buscaban el remdesivir por un sin número de farmacias, importadoras, incluso acudiendo a parientes y amigos fuera del país, el virus consumía la débil salud de su pariente.
La travesía por el remdesivir fue la misma, precios altísimos, de por medio estafadores que lo único que quieren es aprovecharse de las familias martirizadas porque corren contra el tiempo.
A nadie parece importarle estos dramas, los médicos que “cumplen” entregando las recetas sin medir que son medicamentos difíciles de conseguir; mientras el Ministerio de Salud no hace el menor intento para que sean accesibles en los casos más graves.
Una lucha por amor
Karina vive su luto, se desconectó del mundo: cuando “Rafase me había ido”. “Ha sido un suplicio en lo emocional. Que te digan que el paciente no está bien, que sus pulmones no están reaccionado, que están en 30%, es demasiado duro”, afirma con la voz entrecortada como reteniendo el llanto.
Rafael ya descansa en paz, es recordado entre los periodistas con cariño por su calidad humana, su sencillez y su dedicación en el trabajo y en todas las actividades en las que participaba.
Tania, cada día escribe mensajes a su papá en las redes sociales de las que ha optado huir ante las noticias que circulan de gente que no venció el covid-19. Ella dice que las informaciones solo la desanimarían.
Sus mensajes son de aliento ¡saldremos de esta! Le reitera una y otra vez como si él la estuviera escuchando. También se trata de fe. Anima a que los internautas respiren para ayudarlo a que recupere la fuerza en sus pulmones y que esa energía ayude a todos los pacientes con covid-19 con dificultades para respirar.
Cuenta que habla con Dios padre cada vez que tiene que recibir el reporte médico, cierra los ojos, los nervios la consumen, solo pide que su papá siga respirando, siga luchando para volverse a reencontrar.