Hubo quienes destacaron por sus habilidades
Los oficios “made in Tarija” en el churo pago de antaño
En las cuadras adyacentes a la plaza principal, Luis de Fuentes, tenían sus talleres los peluqueros. Relatan que ésta fue una profesión mixta, porque mientras esperaban a los barbudos cosían polleras en las puertas de sus peluquerías



En la antigua Tarija cada uno de los oficios que la gente desempeñaba tenía su magia, su secreto, pero también su nombre y apellido, pues siempre habían expertos en cada uno de ellos, por lo que eran muy buscados por la población. Así se decía que cada cosa en el pago llevaba su marca única y peculiar.
De acuerdo a la tradición oral y al escritor Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija” en la ciudad de antaño, no había más fábricas que la cervecería, la fábrica de hielo del gringo Wagner, una pequeña de chocolate y algunas otras pequeñas de velas, jabón y fideos.
Cuentan que pocos fueron los obreros propiamente dichos, aparte del gremio de albañiles. En su mayoría los trabajadores considerados artesanos tenían sus talleres en tiendas sobre las calles principales, caracterizándose ciertos lugares y calles por ocupaciones o gremios.
Así en la primera cuadra de la calle Camacho abundaban los talabarteros, se trataba de un oficio muy cotizado porque se usaban mucho los arreos de cuero como monturas, estribos, frenos y alforjas. En la siguiente cuadra de la misma calle abrían sus talleres los plateros o joyeros que también tenían mucha ocupación debido a que los campesinos acostumbraban chapear sus arreos de montar, aparte de gustar de los anillos y de otras joyas de adorno.
En las cuadras adyacentes a la plaza principal, Luis de Fuentes, tenían sus talleres los peluqueros. Relatan que ésta fue una profesión mixta, porque mientras esperaban a los barbudos cosían polleras en las puertas de sus peluquerías. Llamándose por consiguiente “peluqueros pollereros”. Éstos acostumbraban a sentarse en la cerca de la acera cosiendo las polleras a la vista de los transeúntes.
Los había muy populares como un tal Yurquina, don Justino Valdez, Pedrito Murillo, Leonardo Sánchez, don Fortunato Orellana, con sus oficiales Victorino, Serrucho, Canuto y otros más. Paso un tiempo aparecieron los hermanos Panique, que aunque no fueron muchos si fueron muy mentados por su habilidad para “pelar al cero” a cuanto muchacho les llevaban o raspar las barbas de pobladores y chapacos.
Pero no solo los personajes llenaban de magia los oficios, sino también los lugares. De acuerdo al escritor Morales las peluquerías llenaban sus paredes de almanaques y de figuras llamativas que distraían la vista mientras se esperaba turno.
Los sastres y zapateros
Otra secta artesanal frondosa estaba constituida por los sastres, parece que desde remotos tiempos se había transmitido por generaciones el oficio dentro de una sola familia porque casi la mayoría de las sastrerías fueron de maestros Sánchez, pero el patriarca de todos era don Martín.
Era muy famoso por su confección, sumado a ello también tenía dos o tres hermanos con talleres en diferentes lugares. Cuentan también que todos sus hijos le siguieron el oficio y fueron varios. Estos artesanos resultaban interesantes porque sus oficiales acostumbraban sentarse en unos banquitos a la puerta de los talleres.
Allí al tiempo que pegaban telas, puntada tras puntada, molestaban a las mujeres que pasaban o piropeaban a las mozas.
De acuerdo a Morales, los zapateros tenían sus talleres en zonas un poco más alejadas del centro y había que visitarlos porque se acostumbraba mandar a hacer zapatos “a medida”, los muchachos usaban unos botines con media caña abotonada a un costado.
Los hojalateros y los herreros
Luego venían los hojalateros que no eran muchos tenían talleres esparcidos por los barrios, pero eso sí cada uno era conocido y hasta de cierta fama por su habilidad.
Hay recuerdos de un viejito Veizaga que tenía su tallar de hojalatería en la calle General Trigo, le decían el “condenado”, pocos sabían el motivo. Después hubo otro talabartero casi en su frente, ambos tenían hijos que eran compañeros de escuela.
Pero además había un destacado oficio de hombres fuertes y musculosos, estos eran los herreros. Éstos tenían sus talleres en zonas un poco alejadas del centro. Morales recuerda a un fornido anciano don Ignacio Gutiérrez y a otros también macizos de apellido Arce. El primero tenía su taller en la calle Méndez y los otros por San Roque y la Pampa.
“Daba gusto ver trabajar a aquellos que con mucha fuerza y habilidad ablandaban, torcían y estiraban gruesas barras de hierro como si fueran ancucos, luego de ponerlas al rojo en sus enormes fraguas. A punto de golpes sobre sonoros yunques moldeaban el fierro a su gusto”, afirma el escritor.
Pero también se ocupaban de herrar caballos, para esto se necesitaba más habilidad porque muchas veces se encontraban con jumentos chúcaros.
Apuntes sobre la temática
Zonas
En su mayoría los trabajadores considerados artesanos tenían sus talleres en tiendas sobre las calles principales, caracterizándose ciertos lugares y calles por ocupaciones o gremios.
Hojalateros
También estaban los hojalateros que no eran muchos tenían talleres esparcidos por los barrios, pero eso sí cada uno era conocido y hasta de cierta fama por su habilidad.
Zapateros
Los zapateros tenían sus talleres en zonas un poco más alejadas del centro y había que visitarlos porque se acostumbraba mandar a hacer zapatos “a medida”,