Había mucha bonanza de frutales
La tradicional fruta y las hojas de lampazo en la antigua Tarija
Cuenta la tradición oral que había una época cerca de invierno en la que los campesinos de más lejos como Tojo, Paicho o Tomayapo traían en chipas las riquísimas manzanas “tata”, peramotas y la uva “pacita”



Tarija desde la antigüedad fue un valle templado, donde se hizo florecer y producir exquisita fruta, siendo entre las principales por su abundancia, tamaño, aroma y buen gusto: los duraznos en amplia variedad, entre ellos los ulincates, amarillos, priscos y tantos otros grandes, medianos y pequeños, pero todos muy fragantes.
Cuentan, y aún queda rastro de ello, que en la Tarija de antaño cada casa tenía su huerta, tapial o simple jardín con árboles frutales, de manera que casi poca gente compraba. Pero como cierta fruta comenzaba a madurar más temprano, había nomas que ir a la Recova a buscarlas, pero también había otra hermosa tradición para adquirirla.
Cuentan que cuando llegaba la época de fruta veranera, la gente acostumbraba a ir por vía de paseo a las extensas huertas y tapiales que existían en los famosos “callejones” (Final de la calle 15 de abril) y los alrededores del río Guadalquivir. Esto resultaba un lindo paseo por la banda.
El escritor tarijeño Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija” da cuenta que cuando se llegaba a alguna de esas huertas diciendo a la dueña que le vendiera fruta, ésta hacía pasar a uno o a toda la familia, invitando un buen asiento siempre puesto debajo de una refrescante sombra. Se trataba de un tronco tapado con un “pullo”. Tras tenerlo a uno bien sentado decían “No hay quién palle”.
De tal manera que uno mismo podía ir a pallar a los árboles que se mostraban desgajándose de cargados. En este recorrido se comía hasta hartarse y se llenaban enormes bolsas, para recién preguntar cuánto se debía. A lo que la buena gente siempre contestaba “¿Cuánto siempre será pus…”? luego señalaba “llévese un poquito más de nueces, uva y manzana para que me pague un real”. Así los compradores salían contentos y todavía los dueños quedaban agradecidos.
Pero en esa época de bonanza había algo singular y esto era que si se trataba de higueras las fletaban por uno o dos reales para toda la temporada, pudiendo quien pagaba el flete sacar desde que comenzaban los frutos hasta que caían los ricos higos.
Cuenta el escritor Morales que cuando había que comprar en la recova la fruta se vendía en unas canastas medianas a razón de medio real cada una, ya se trate de duraznos, peras, uvas, higos o nueces, y en cada media había –por lo menos- 3 a 4 docenas o 2 a 3 kilos si de uva se trataba. “Qué se iba a contar por docenas, ni pesar, todo era mucho porque había abundancia”, escribe Morales.
La fruta se vendía a precios muy bajos debido a la abundancia de la misma y a que la mayoría de los tarijeños tenía su propia huerta de árboles frutales
Ahora tratándose de lúcumas o membrillos éstos sí que no tenían precio, los vendían por costales, casi regalado. Ésta era la fruta que daba en la misma ciudad y los alrededores, pero había otras como las frutillas que sólo daban en su época en San Lorenzo y “Tarija Cancha”, pues las traían a vender en medidas o libras.
Ahora ya tratándose de fruta del valle más caliente como naranjas, mandarinas, limas, chirimoyas, caña dulce, ajipas y yacones, las traían a la Recova los chapacos de aquellos lugares (Pampa Grande, Cajas, Caraparí) en unas “chipas” especiales. Sobre los precios si eran naranjas las vendían a cinco por un real las grandes y dulces, especialmente las de Caraparí; a tres por medio las medianas; las chirimoyas grandes a tres por un real y dos por medio.
Cuenta la tradición oral que había una época cerca de invierno en la que los campesinos de más lejos como Tojo, Paicho o Tomayapo traían en chipas las riquísimas manzanas “tata”, peramotas y la uva “pacita”. Se trataba de frutas amarillas, arrugadas, dulces, harinosas y un poco secas.
Las quirusillas
Aún se las continúa vendiendo, se trata de unos tallos largos de dos a tres centímetros de grosor, que traían a la ciudad los campesinos, eran muy apreciadas por la gente y se las comía con miel y azúcar, pues tenían una pulpa jugosa, pero agria. Su sabor resultaba agradable no por el dulce que acompañaba, sino por su mismo jugo que daba la sensación de frescura.
En su época los campesinos andaban por las calles con sus burritos cargados, ofreciéndolas casa por casa a tres y hasta cinco por medio real. Tenían mucha acogida, pues no faltaba quien diga que eran saludables. Una anécdota respecto a eso era que a las mozas muy flacas se acostumbraba a decirles “canillas de quirusillas”
Las hojas de lampacho
Esta era otra tradición, pero que se perdió con el tiempo. Se trataba de unas hojas grandes, verde oscuro de plantas que crecen en los cerros. Cuentan que eran utilizadas por los campesinos como plato natural para vender mote pelado de maíz, trigo pelado, cuajada y llujllu, todo lo que le gustaba al común de las gentes.
Estas hojas se las compraba en la Recova y servían de platos. De acuerdo a Agustín Morales se las usaba por pura costumbre, quizás por simple gusto o por ahorrar. Pues platos existían incluso de barro hechos por los mismos campesinos.
Pero el uso de estas hojas por muchos años demostró el sentido práctico y utilitario de la gente campesina de nuestro pago.
Apuntes sobre La temática
El pallar
El escritor tarijeño Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija” da cuenta que cuando se llegaba a alguna de esas huertas diciendo a la dueña que le vendiera fruta, ésta invitaba a pallar cuanto se quisiera
Quirusillas
En su época los campesinos andaban por las calles con sus burritos cargados, ofreciéndolas casa por casa a tres y hasta cinco por medio real. Tenían mucha acogida, pues no faltaba quien diga que eran saludables.
Canastas
Cuando había que comprar en la recova la fruta se vendía en unas canastas medianas a razón de medio real cada una, ya se trate de duraznos, peras, uvas, higos o nueces