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Los sin tierra

Este es el relato ganador del II Concurso Nacional de Microcuentos “Mi alma no tiene color, una vida libre de racismo” en la categoría B del Banco Mundial

“Nací y moriré aquí”, me dijo mi padre desde que puedo recordar. Él era idéntico a mí y yo a él, como todos en mi comunidad. Nos llaman guarayos, pero somos ayoréode. A ellos no les importa saber, ni conocernos. Nos desprecian.

Visten diferente a nosotros y parecen de otro planeta, no importa si su piel es más o menos oscura que la nuestra; de todas formas, nos miran desde arriba. Ellos arrebatan, entran en los bosques y proclaman que esa tierra les pertenece, quieren tumbar los árboles y traer ganado. Mi madre dice que la naturaleza siente, pero ellos nunca entienden.

Mi familia siempre ha tenido que escapar. Primero huimos de los que llegaban envueltos en metal y decían que nos habían descubierto. Nos introducimos en la llanura y los perdimos, creíamos que estábamos a salvo pero volvieron, esta vez con máquinas gigantes que perforaban la tierra y secaban la vida. Tuvimos que crecer alrededor. Vi a los pájaros aprender a volar, a las urinas caminar por primera vez, eso no tiene ningún valor para ellos.

“No se integran”, nos dicen, pero nadie se toma el momento de aprender nuestra cultura. Les molesta nuestro acento y nuestra forma de vivir.

Así que supongo que por eso lo hicieron, porque odian lo que no conocen, así que decidieron terminarlo. Una noche hubo un humo espeso que rodeó todo el bosque. Cuando salimos, el verde se tiñó de rojo, los animales aullaban de dolor, y recordé lo que ellos llaman infierno.

Mi abuelo dijo que cuando intentaron cambiarlo le hablaron del cielo y del infierno, del mal y del bien. Le leyeron un libro que hablaba de hombres que con sus palabras separaban el mar y convertían las piedras en pan. La historia que mi abuelito más repetía era la del hombre que encontró una tierra para su pueblo, porque él creía que ese era nuestro destino.

Si uno era bueno, le pasaban cosas buenas, eso decían, pero esa noche supe que las cosas malas te pasaban si no obedecías a los que tenían el poder.

Tuvimos que dejar todo atrás y volver a escapar. Mi padre no tuvo fuerzas, así que se quedó a cumplir su promesa.

Y, mientras las llamas del fuego consumían todo a nuestro paso, me preguntaba si algún día encontraríamos nuestra tierra prometida...


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