El fin de la culpa

Entiende esto de una vez por todas. Tú no eres responsable de la felicidad de los demás. Tú no causaste su infelicidad.

La lección más dura, y la más liberadora.

Puedes seguir viendo por los demás, escucharlos, entender su dolor, sentir una profunda compasión por ellos. Sin embargo, tú no eres la causa de su tristeza, ni su solución, sin importar lo mucho que te rueguen, lloren, griten, reaccionen, juzguen, mientan; sin importar cuánto intenten hacerte “sentir culpable” por ellos.

Puedes ofrecer tu verdad, tu consejo, tu alivio, si te lo piden, pero tú no eres culpable.

Tú no puedes completar a nadie, y tampoco los puedes hacer sentir incompletos. Ellos recorren su propio camino, y tú el tuyo. Su felicidad es su camino, y tu felicidad es el tuyo.

La verdadera felicidad ni se da ni se retira, ya ves. La verdadera felicidad es la fuente. Es la presencia. Es tu disposición para metabolizar tu propia experiencia; no para adjudicarle la carga a los demás. Es no buscar el amor fuera de ti mismo, sino encontrarlo en lo más cercano. En la respiración. En cada sentimiento, de la alegría a la tristeza, de la felicidad al aburrimiento. En cada latido del corazón, en cada sonido, en cada anhelo, en cada momento sagrado.

Estás vivo.


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