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Un día te ves frente al espejo

Y dolorosamente, algo hace click y eres capaz de cambiar de perspectiva, entiendes que el sufrimiento que te causó el pasado es solo por la interpretación que le diste y dejas de culparte porque en aquel momento no podías hacer otra cosa. Y te das cuenta de que puedes ser el peor enemigo de ti mismo, pero que también sólo tú tienes el poder de hacerte feliz, de cuidarte.

Y ya no miras atrás con angustia. Y ese dolor que sentías se transforma en aceptación, y ya no hace falta echarle la culpa a nadie del daño que te hicieron, pues ya no hay nada que perdonar, cada cual actuó según su nivel de consciencia, era necesario que ocurriera para tu evolución. De repente entiendes que tuvo que ser así, entonces, agradeces a las personas que antes culpabas por ayudarte a ser quién eres. 

Y aprendes que tienes el poder de sanarte, qué tú eres la única fuente de auto-amor incondicional, que las expectativas son venenosas y que detrás de las máscaras que nos ponemos hay un ser de luz deseando amarte como nadie lo ha hecho nunca. Que ya no eres nunca más una niña herida y que, aunque no puedas cambiar el mundo, puedes cambiar tu forma de mirarlo, de estar en él. 

Y entiendes que estás en este lugar ahora porque es justamente donde tienes que estar. Y entonces fluyes por la vida y así vengan lecciones duras de aprender, son oportunidades de evolucionar, y aprendes a fluir permitiéndote sentir, sin culpa, dejando que la tristeza, el dolor o la alegría te atraviesen, dándoles su espacio y dejándolas ir, porque todo es una perfecta conjunción para que sigas evolucionando, despertando.


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