El desapego

El desapego es el acto más doloroso y, a la vez, más elevado del amor incondicional.

El desapego duele, duele mucho, duele porque hay que soltar lo que amas, o eso creemos y hay que dejarlo ir.

Ese dolor es mental; no es dolor, es sufrimiento.

Lo que nos hace sufrir es el miedo alimentado por el ego, por la creencia arraigada de la posible pérdida de una posesión que no existe, que no es real.

Ya que no podemos poseer a alguien que no es nuestro, que nunca lo fue y que nunca lo será.

No nos pertenecen nuestros padres, ni nuestros amigos, ni nuestra pareja, ni siquiera nos pertenecen nuestros hijos.

Son seres libres e independientes, con su propio camino por recorrer, al igual que nosotros.

Por eso no hay que subyugar la felicidad de unos hacía los otros.

Si no eres feliz tú solo, no lo serás con nadie.

El apego es el controlador de todos los tiempos, el que te ancla en un presente ausente.

Sin embargo, el desapego te mantiene en el aquí y el ahora.

Es soltar al otro, sabiendo que, pase lo que pase, vas a estar bien. Y sí, puede que eso nos duela mucho, porque hasta ahora solo nos enseñaron que éramos alguien si teníamos posesiones, de todo tipo.

Pensando que algunos seres humanos, los podemos poseer o controlar.

Olvidando que ellos también tienen pensamiento y necesidades para amarse.

Por eso creo con firmeza que la independencia afectiva es el mayor regalo que puedes hacerte, a ti y a tus seres amados.

Y cuando lo logras, entonces, y sólo entonces, puedes gritar al Universo, que por fin has alcanzado la verdadera y plena libertad.

Una vez que empiezas a avanzar hacía el desapego, ya no existe camino de retorno.

El desapego es el acto de desprenderme de las cosas con agradecimiento para recibir algo mejor y eso genera abundancia.


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