La leyenda de Belsnickel
Santa Claus contemplaba ya cansado la lista interminable de regalos que debía repartir. Cada año se notaba más mayor y había pensado desde hacía un tiempo, en pedir ayudantes a lo largo y ancho de todo el mundo.
Santa Claus consiguió algunos fabulosos ayudantes, como la doncella de la nieve y la anciana Babushka en Rusia, los 13 hombrecillos en Islandia, el divertido duende Tomte en Suecia o la amable Befana en Italia. Pero aún le faltaba la zona de Alemania y Austria.
Esa noche, Santa Claus decidió preparar su trineo y dar una vuelta por Alemania en busca de ayudante.
Esa misma noche, el viejo Belsnickel se dirigió a las casas del pueblo para dejar pequeñas figuras talladas en madera a la puerta de las viviendas en donde sabía que había niños.
A Belsnickel le encantaban los niños, pero ellos le tenían miedo, tal vez por su apariencia física. Y es que el bueno de Belsnickel era altísimo, muy corpulento, con una larguísima barba blanca y mucho pelo por todo el cuerpo. Los niños pensaban que era un ogro, porque el anciano vivía solo en una pequeña cabaña de la montaña.
Y Belsnickel era todo lo contrario a lo que aparentaba ser. Más bien, era un ángel. Y le encantaba ayudar y hacer el bien a los demás.
Santa Claus observó a Belsnickel desde su trineo con cierta curiosidad:
– ¡Vaya! ¿Qué hará ese anciano? ¡Si se parece a mí!
El bueno de Santa Claus hizo que los renos aterrizaran y observó desde la distancia a Belsnickel. Entonces fue cuando vio que dejaba pequeños juguetes de madera en la puerta de algunas viviendas.
– ¡Ho, ho, ho!- dijo Santa Claus- ¡Si es fantástico!
Y, para sorpresa de Belsnickel, Santa Claus le llamó y comenzó a hablar con él. Para Belsnickel, la propuesta de Santa Claus era un gran honor.
– Por supuesto, Santa Claus, te ayudaré con los regalos.
Así que, desde entonces, Belsnickel reparte regalos a los niños alemanes y austriacos, y dicen que continúa quedando de vez en cuando con Santa Claus para tomarse un chocolate caliente y contarle cientos de historias.