El propio esfuerzo
Observaba un joven desde un puente, con mirada afligida, a un grupo de pescadores. Poco a poco, sus cestas se iban llenando de peces.
– ¡Ojalá tuviera yo esa cesta llena de peces! Podría venderlos en el mercado y comprar más alimentos con el dinero que me dieran por ellos…
Entonces, preguntó a uno de ellos:
– ¿Cuántos peces llevas?
– ¡48!- gritó el pescador desde el embarcadero.
El joven comenzó a soñar con todo lo que podía conseguir con tantos peces…
– Si fueran míos, sería feliz, porque podría venderlos para conseguir más comida- respondió el joven en voz alta.
El viejo pescador se acercó a él entonces y le dijo:
– Yo te daré esta misma cantidad de peces si me haces un favor… Debo ir al pueblo a hacer un recado. Solo tienes que quedarte aquí sujetando bien la caña y sacando los peces que vayan picando…
Por supuesto que aceptó el joven y se instaló en el lugar del pescador. Comenzó a pasar el tiempo, más del que imaginaba él. El joven, que empezaba a impacientarse y a cansarse un poco de pescar, cambió de actitud al comprobar que los peces empezaban a picar.
¡Qué contento se puso! No dejaba de sacar peces y más peces. Y entonces apareció el anciano. Miró el cesto y sonrió con satisfacción:
– Veo que lograste todos los peces que ansiabas. Tuyos son, pues yo cumplo mis promesas. Y te daré un último consejo: cuando veas a otros conseguir con esfuerzo lo que tanto deseas, no malgastes tu tiempo en ilusiones y deseos… ¡lanza tú mismo el anzuelo y ponte a pescar!
Autor: Desconocido