Tarija y sus alcohólicos
Proteger a los vulnerables de un concepto cada vez más promocionado como motor económico de Tarija debería ser una prioridad de todos los sectores
Por mucho que cueste reconocerlo, hay una parte de la cultura chapaca que se asocia de forma recurrente al consumo de alcohol. El vino es un patrimonio cultural sí, pero también una amenaza latente: el alcoholismo es una enfermedad real, una adicción durísima de la que cuesta salir y que acecha a cualquiera, y en ese sentido, escatimar esfuerzos resulta mezquino y contraproducente.
El sello turístico de la capital se ha afirmado en los placeres, Tarija es un lugar cómodo y tranquilo al que llegar para disfrutar de los placeres de la vida: el sol, el campo, la tranquilidad, el descanso. La buena comida y también el vino. La cadena de uvas, vinos y singanis es con diferencia la más exitosa de las que se ha logrado articular en el departamento y prácticamente todas las políticas públicas se orientan a ella, desde la construcción de vías, acequias o puentes hasta, sobre todo, la construcción de la marca y la promoción turística.
La apuesta es sólida y no es diferente a la de otros lugares del mundo que presentan condiciones similares, como la Borgoña francesa, la Rioja española o Mendoza y Cafayate aquí bien cerca en Argentina. El éxito reside en que los habitantes de la zona también se identifiquen con estos planteamientos, y encuentren en ese desarrollo posibilidades de desarrollo social e intelectual que le sean satisfactorios.
La Colmena hace años que funciona a pulmón, con respaldo de la comunidad y alguna caridad de parte de los poderes públicos, a cuentagotas, sujeta demasiadas veces a la más absurda burocracia
En ese posicionamiento hay que tener en cuenta también ese factor social de la adicción: un valle no puede vivir alrededor del vino y promocionar sus virtudes sin tener en cuenta que una parte de la población, por muy pequeña que sea, va a caer en sus riesgos, y precisamente el mayor de todos ellos es el alcoholismo, una adicción que se alimenta sobre todo del contexto social.
El consumo de alcohol en Tarija es elevado en relación a otros departamentos del país, y eso se manifiesta a diario. También es uno de los departamentos donde los jóvenes antes prueban las bebidas alcohólicas y donde experimentan antes sus primeros excesos. No es de extrañar que sea entonces también uno de los que más alcohólicos se producen.
La respuesta pública a esta realidad es muy limitada. El Instituto Nacional de Tratamiento de Adicciones (intraid) hace tiempo que desbordó sus propias capacidades de atención sin que nadie le de mayor importancia a un asunto capital. Mientras tanto, es el programa de Alcohólicos Anónimos con apoyo de algunas Iglesias las que hacen una labor social encomiable.
El Centro de La Colmena, en San Mateo, hace años que también desbordó sus capacidades, pero ahí sigue el padre Alejandro Fiorina y su equipo dando lo mejor de sí para ayudar a los hombres víctimas de la adicción que luchan por salir de su tormento. Hace años que lo hace a pulmón, con respaldo de la comunidad y alguna caridad de parte de los poderes públicos, a cuentagotas, sujeta demasiadas veces a la más absurda burocracia y a un celo que solo hace más ineficiente la ayuda.
Atender a nuestros necesitados no debería ser una cuestión de caridad, sino de compromiso, grandes, pequeños, los que se benefician del concepto turístico y los que lo promocionan deberían atender esta realidad no como un hecho extraordinario, sino como una responsabilidad ineludible. Ojalá en estos tiempos de crisis, todos seamos capaces de ordenar las verdaderas prioridades de esta tierra.