Intervención de un espectador para frenar la violencia escolar

No todas las intervenciones son efectivas para frenar y reducir la violencia en los centros educativos. Nos llegan muchas propuestas basadas en ocurrencias que se están implementando sin ningún éxito. 

Como maestra he podido estar en formaciones en las que han llegado a decir que, cuando haya violencia, se le puede ofrecer un “maletín de cura” a la víctima para que con una “tirita mágica”, por ejemplo, el daño se repare como por arte de magia. Peor aún es cuando en las prácticas que se están llevando a cabo en algunos centros educativos (algunas de ellas impulsadas por las normativas), se hacen “reuniones informales” con el agresor y la víctima para que, a través de preguntas afectivas, ambas partes puedan expresar sus razones y sus sentimientos. 

Todos y todas las que estamos en contra de todo tipo de violencia sabemos que nunca hay razones para ejercer la violencia y que justificarla buscando un motivo no ha conseguido nunca dar pasos para acabar con ella. Además, juntar al agresor con la víctima para que dialoguen lo único que consigue es exponer a la víctima de nuevo.   

Pero ¿qué dicen las evidencias científicas de impacto social? Está ampliamente demostrado a nivel internacional que lo más efectivo para frenar la violencia es lo que se conoce como bystander intervention, es decir, la activación de los y las testigos en favor de las víctimas. Esta intervención centra la protección en las víctimas, a través de la intervención directa o indirecta, rompiendo el silencio y contando lo que ha sucedido o lo que va a suceder. Esta estrategia está dando resultados también en la reducción de la violencia hacia colectivos vulnerables como el LGBTIQ+, tal como ha demostrado el proyecto europeo Up4Diversity

En muchas escuelas el club de valientes violencia cero, enmarcado en el  modelo dialógico de prevención y resolución de conflictos, está logrando esta activación de la comunidad.

Todas las personas que forman parte de la comunidad educativa aprenden que, cuando son testigos directos o indirectos de la violencia, no pueden ser neutrales y mirar hacia otro lado porque este comportamiento da a entender que están de parte del agresor. Aprenden a actuar sin exponerse a ser atacados. Muchos de ellos hacen lo que llaman “escudo” o “piña”; cuando ven que alguien trata mal, se acercan juntos y juntas y se ponen al lado de la víctima diciendo frases que dejan claro el rechazo al comportamiento violento como “no te lo vamos a permitir” o “no estamos de acuerdo”. Saben que actuar unidos es efectivo porque evitan ataques o represalias por defender a las víctimas, previniendo la violencia aisladora. Una forma de recordar de forma sencilla cómo posicionarse protegiéndose a la vez, es recordar las “5D”: 

delegar (denunciar la violencia), 

distraer (fingir ser amigo de la víctima causando una distracción), 

directamente (quedarte con la víctima y frenar al agresor con palabras), 

demorar (acompañar después a la víctima dando apoyo) y 

documentar (observar y anotar la información para después denunciar).   

Personalmente, soy testigo cada día de la efectividad de basar en las evidencias los programas educativos para mejorar la convivencia en los centros educativos. En mi escuela los niños y niñas no tienen miedo de romper el silencio porque cuando lo hacen son valorados socialmente y siempre encuentran apoyo. Los problemas de convivencia salen a la luz en los primeros momentos y se abordan entre todos y todas, rechazando el comportamiento de quien habla mal, se burla, menosprecia, insulta por redes, presiona o amenaza. Esto logra que no vaya a más y deja claro el mensaje: quien quiera ejercer violencia no va a tener quien le cubra ni va a permanecer impune, porque somos una comunidad valiente que no mira a otro lado.  


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