Una oportunidad para la izquierda

El escenario nacional en el que Gabriel Boric asumió ayer la presidencia de Chile es, de forma definitiva, una oportunidad. Y si bien esta afirmación es, tras varios meses de conocerse el resultado de la elección, una verdad de Perogrullo, encuentro importante reparar en ello. Para afirmarlo están las características locales propias sobre las cuales Boric asumirá el gobierno de un país marcado por la inconformidad, el centralismo, la prevalencia de poderes fácticos, el monoculturalismo y las desigualdades. Y son, precisamente, esas condiciones las que determinan un reto definitivo para este nuevo gobierno al momento de otorgarle lo que hoy se ha vuelto tan difícil de entregar a los países: gobernabilidad.

Pero más allá de lo que se avizora en el escenario local del país vecino, se encuentra un nuevo y complejo escenario regional y global que viene poniendo, ya hace años, a las izquierdas en conflictos de sobrevivencia y reinvención. De hecho, la dinámica global que va tomando la política en los últimos años, hoy peligrosamente asociada más al servicio de la guerra antes que al de la paz, ha vuelto a poner a las izquierdas en peligrosa relación con tentaciones autocráticas. Le tomó años y aprendizaje a algunas izquierdas entender y reflexionar sobre su rol respecto a las democracias. Las más progresistas entendieron en su tiempo de que una forma sostenible de batallar contra los poderes no solo formales sino también fácticos encontraba cabida dentro del marco democrático. Nuestra generación bebió de ello, fue por esa comprensión histórica que tuvimos abierta la oportunidad y liberado el camino que había tomado esa izquierda democrática que nos precedía para criticarla e intentar mejorarla respecto a los vacíos con los que se había construido.

Así las cosas, todo lo que simboliza este día para las izquierdas primero regionales y, luego, globales puede llegar a tener múltiples significantes y parece relevante insistir en que en las espaldas de lo que Boric podrá proponerle a su país y, en consecuencia, a la historia, se podría estar jugando una oportunidad tremendamente valiosa para las izquierdas democráticas del mundo en un escenario tan complejo como el actual, permeado de altos niveles de crisis de confianza en las instituciones (incluso en un país tan institucionalizado como Chile), conflicto bélico en un lugar más occidental (en consecuencia más visible mediáticamente) del planeta de por medio, con los grandes nubarrones de los problemas económicos que se avecinan para toda economía y con la cantidad de desafíos que han sido dejados por una cruenta pandemia cuyo futuro es aún incierto. Así como también una oportunidad misma para la democracia como sistema político, al que las derechas e izquierdas radicales pretenden debilitar como campo de resolución de nuestra convivencia social.

Las promesas son fáciles de decir, los días simbólicos —como éste— susceptibles de enaltecer y los relatos/discursos posibles de construir o instalar. Pero hay algo que, en este mundo, en este tiempo, parece hacerse cada vez más difícil: el permiso para (volver a) creer. En un mundo con calentamiento global, con sociedades cada vez más distópicas, con tambores de guerra sonando y amenazas biológicas pululando, el inminente riesgo de deslegitimación de la democracia parece ser solo un apéndice más en el escenario. Y más aún el futuro y el rol de las izquierdas en ello. Por todo ello, creer que hoy se abre una oportunidad para la izquierda democrática es algo que definitivamente hay que jugarse por escribir.


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