¿Qué tipo de política necesitamos?

Una parte del pensamiento dentro de las ciencias sociales está destinada a estudiar cómo funciona la política en nuestras sociedades hoy complejas en extremo y, en esa línea, las respuestas suelen ser diversas, así como nuestras realidades. Quien indefectiblemente lleva en la mente la forma institucional en la que actualmente están estructuradas las sociedades occidentales suele considerar que la democracia es potencialmente “ajustable” a las circunstancias históricas. No obstante, aún parecen ser pocas las reflexiones en torno a cuál va a ser el destino de este sistema político en una sociedad en la que se evidencia que las corrientes autoritarias y las sociedades/ generaciones que sienten simpatías hacia ellas van en crecimiento continuo y a ritmo acelerado. ¿Por qué serían necesarias? Porque es posible que nuestra erosionada convivencia democrática esté más vinculada con nuestro comportamiento en comunidad de lo que se puede ver. Y que, en consecuencia, se necesite a la política como herramienta más de lo que quisiera una sociedad con tanta desafección hacia lo político, como la actual.

En las últimas semanas hemos presenciado algo que si bien nos es lacerantemente cotidiano: feminicidios, violencia, crímenes de odio, recientemente ha estado matizado por escabrosos detalles como el desprecio y el aborrecimiento con los que se actuó luego del acto mayor de arrebatarle la vida a otra persona. No es correcto usar estos ejemplos para la generalización ni de una sociedad y menos de una generación. No obstante, es inevitable que estos hechos que horrorizan nos llamen profundamente la atención hacia nuestros cotidianos.

Acudiendo al modo de trabajo que utilizaba Walter Benjamin en el que evocaba el “Pensar por detalles”, el filósofo Amador Fernández-Savater postula que “En cada fragmento del mundo, si lo intensificamos con el pensamiento, podemos desplegar (y comprender) algo del mundo entero”. Afinando la mirada, es en esos fragmentos de mundo cotidiano donde parece imperar esta realidad aparente de que cada vez incomoda y afecta más de forma directa la simple existencia o forma de vida de otras; mientras simultáneamente se convive con una alta tolerancia con discursos de racismo, clasismo u odio. Fenómeno que también se refleja en esta dualidad en la que una buena parte de la humanidad parece no encontrarle fin al tedio/sopor de su vida cotidiana, mientras otra parte no llega a pensar en más que en subsistir el día.

Pareciera que viviéramos atrapados entre dos fuegos que se alimentan uno al otro: inmersos en esta época donde el indignacionismo se hace corriente (a)política y se concreta con la cultura de la cancelación que no tolera convivencias ni otredades. Diría Fernández-Savater, “Opinamos todo el rato para no tener que leer, para no tener que escuchar, para no hacer el esfuerzo de pensar, para conjurar preventivamente la posibilidad de transformación”. Mientras se vive alimentando ese otro fuego que es la continua sensación de vivir en medio de pantallas, mensajes, quejas y ruido donde parece que todos estamos cansados de todo(s). ¿Estaremos realmente así? ¿Es nuestro futuro la guerra de todos contra todos? Si la política está destinada a solucionar problemas de la sociedad, ¿qué tipo de política necesitamos hoy?

¿Si no entendemos la hostilidad, la beligerancia, la irritabilidad y la agresividad en la que hoy navegamos a todo nivel, vamos a ser capaces de construir un nuevo acuerdo democrático? La respuesta la apunta con claridad el periodista Lluís Bassets: “No habrá manera de gobernar en democracia en la era de la ansiedad si no conocemos las emociones que nos movilizan”.

*Verónica Rocha Fuentes es comunicadora.


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