La mano de Arduz

Darle la mano a Fernando Arduz no era algo cotidiano, no era un trámite más. Cada vez era algo extraordinario por la admiración; extraordinario por su mano huesuda y fría pero firme, de maestro; extraordinario porque era la mano con la que ha ido bordando acorde a acorde, punteo a punteo, la música tradicional boliviana al mástil de su guitarra y de todas las guitarras, que la ha convertido en nuestra guitarra más internacional; era extraordinario porque era la mano que toda la vida le daba a su esposa para pasear por la calle, lloviera, tronase o hiciese frío.

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En Fernando Arduz había pasión por lo que hacía, y constancia, que al final es el secreto para mantener vivas las pasiones y dar la mano por la calle pasados los 60. Humildad por bandera, corazón de oro y una salud en el alambre; la diabetes fortaleció su disciplina, superó un cáncer y seguro le ha encontrado algo poético a esta última etapa de su vida, porque es lo que hace la gente con sensibilidad especial, y Fernando lo era. Vaya que lo era.

Hace unos diez años, cuando aún era un joven impetuoso periodista busqué por todo el gremio y parte de la familia el celular de Fernando para rascarle un par de declaraciones que acompañaran a una nota de esas que anteceden al Festival Abril en Tarija. Al final solo había que buscarlo en la guía de Cosett, porque no portaba celular – ni portaría hasta muchos años después -. Con su timidez habitual me invitó sin conocerme a su casa para que pudiéramos hablar mejor. Y vaya que hablamos.

Las dos frases de relleno se convirtieron en una entrevista de dos páginas sobre la salud del folklore tarijeño y la influencia que lo argentino estaba teniendo en los nuevos grupos. Fue una charla muy enriquecedora para mí, que no tenía idea apenas de un mundo tan rico y con tantos matices y que Fernando estuvo dispuesto a desgranar con toda la paciencia de los buenos profesores.

Ahí descubrí que lo de la interpretación era la fachada, que tocó con todos los grandes desde Tarija y que hubiera triunfado aún más en La Paz, Santa Cruz o Buenos Aires, pero tal vez no hubiera sido tan feliz, porque lo que de verdad le gustaba, era investigar, en el campo mismo, sobre cómo se hacen las cosas de la música.

La cuestión es que logré transcribir y que me dieran hueco extenso en un tema que no es ciertamente de los más populares de un periódico de papel: le puse un titular puro clickbait que reventó en las incipientes redes de entonces y que era algo así como “Arduz: el folklore argentino está acabando con el tarijeño”. Polémica servida.

Al día siguiente vino a la redacción con toda la humildad y prudencia a pedir si por favor podíamos matizar el título porque él no quería decir exactamente eso y al final tenía muchos amigos argentinos con los que compartía arte. Su preocupación era real. Su respeto por el trabajo ajeno también. Editamos y el episodio quedó ahí. Nunca jamás volvió a mencionarlo.

Arduz con los años solo fue ganando batallas y admiraciones con un legado que se concreta en la admiración de sus alumnos, de sus compañeros, y de sus vecinos, aquellos que lo hemos visto pasear por la calle en día lluvioso de la mano de su esposa y recibir reconocimientos con voz temblorosa, como del que no se la cree.

Se va un ícono de la música y un gran ejemplo para Tarija, por su dedicación y su constancia, por la forma en las que hacía las cosas, concentrado, meticuloso, con determinación, y con muchísimo amor.

Buen viaje profe, fue un gusto conocerte.


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