Actriz vs activista

A partir de la polémica generada por el estreno de la miniserie sobre Ana Bolena de HBO MAX, quisiera poner el foco en la representatividad en el mundo audiovisual de las personas negras. Soy consciente de que el debate en este país se encuentra muy, muy, alejado del de los ingleses y, leyendo lo que se ha dicho en la prensa acerca de esta controversia, recordé el papel que me ofrecieron en una serie de cuyo nombre no quiero acordarme.

La situación se dio así: al colgar el teléfono, tras una conversación amistosa con la directora de casting, Silvia, “la actriz”, sintió pálpitos de alegría. “¡Por fin, una serie de televisión que además habla sobre Guinea Ecuatorial, el país de gran parte de mi familia! ¡Y con un personaje empoderado! Podría inspirarme para construirlo en la tía Remei...” (Remei Sipi Mayo, para las que no sois de la comunidad).

Para una actriz, un personaje en una serie se proyecta como el inicio de la fama. “¡Me verán directoras de casting y quedarán asombradas con mi interpretación! ¡Podré trabajar con otras actrices y actores a las que admiro!” (Que ya está bien de tanto monólogo). “¡Quizá este sea el momento que tanto llevo esperando! Además, ¡han dicho que la serie es feminista y antirracista! ¿Qué más puedo pedir?”.

Entonces, la Silvia “activista” escuchó antirracista y exclamó: “¿Qué? ¿Qué tiene de antirracista contar una ficción sobre un país africano, ya denostado, y aumentar su estigmatización poniendo el foco en un problema que, aunque es real, no se trata con veracidad? ¿Qué tiene de antirracista que haya muchos actores y actrices afrodescendientes cuando cobran menos que los caucásicos? ¿Qué tiene de feminista o antirracista declarar que las madres africanas ‘no se enteran’ porque no quieren que sus hijas trabajen en una serie en la que se muestra violencia sobre las niñas negras?”.

—Si entro podré cambiar las cosas. Podré influir en la dirección.

—No te engañes, no cambiarás nada. No tienes el suficiente poder. Solo eres una actriz.

—¡Exacto! Solo una actriz. Mi trabajo es contar historias.

—Sí, ¿quieres contar cualquier historia?

—Todas las historias son dignas de ser contadas.

—¿Segura? Hay historias que, al ser mal contadas, tienen consecuencias. Esas historias ya están siendo sobreexplotadas. Es una narrativa de hace más de 500 años que le proporciona argumentos a la extrema derecha. ¿Quieres colaborar en eso? ¿Y qué le contarás a tu hija? ¿No te importa lo que ella piense cuando sea mayor?

—Lo que me importa es pagar el alquiler y tener dinero para darle de comer.

—Puedes hacer otros papeles en otros proyectos.

—¿Cuáles? No me llaman para hacer nada más, no hay castings abiertos. ¿Cuántas más posibilidades tendré de salir en una serie? ¿Cuántas probabilidades tengo de que me ofrezcan otro tipo de papel en este país? No quiero trabajar nunca más de camarera. Se me agrió el carácter de recoger las sobras de la gente. ¡Tengo derecho a trabajar en mi profesión! ¡Tengo 45 años! ¿Sabes qué significa eso?

—Que tu lucha te convierte en una referente para las que vienen.

—¡Qué pesada! No, eso significa que estoy en la edad en la que las actrices somos invisibles. Y si a eso le añades que soy negra, gorda…

—Bueno, bueno, para ya, que no estamos en las olimpiadas de las opresiones. ¿Tenemos principios o no tenemos principios?

—Lo que tenemos es hambre de actuar. Para tener principios hay que tener opciones.

—¿Pero tu trabajo no debería aportar beneficios a la sociedad? ¿El arte no es una herramienta de transformación social?

—Tú vives de ideales, yo en el mundo real.

—Y entonces, ¿qué mundo estás construyendo para tu hija? La ficción no es inofensiva, construye imaginarios, alimenta estereotipos.

—Si no lo hago yo, lo hará otra persona.

—No te preocupes, que lo haga otra. Seguro que dentro de poco tienes otra ocasión de participar en un montaje donde salga gente negra pasando penurias, matándose entre ellas o siendo explotadas. ¿No te das cuenta de que no hacen películas en las que las protagonistas sean personas negras empoderadas? ¿De verdad en todo un continente no existen otras realidades? ¿No te das cuenta de que en este país lo que se pretende es seguir demonizando a la negritud desde el audiovisual?

—Bueno, bueno, tampoco creo que esa sea la intención.

—Ok, igual me he puesto un poco hater. Diremos entonces que su presente es nuestro pasado y que a donde nosotras queremos ir ellos aún no lo pueden imaginar.

—Pero esto es una cuestión estructural y yo no puedo hacer nada.

—Ya, pero la estructura está formada por personas. En el feminismo se ve muy claro la necesidad de una buena representación, de visibilizar a las mujeres. ¿Por qué no es tan claro en el antirracismo? Alguien tendrá que comenzar a hacer cambios. -

—¿Y tengo que ser yo? Mira, Conciencia, déjame en paz.

Quizás algún día podamos tener una discusión porque Sally Fenaux Barleycorn (Unburied, Skinhearts) dirija una serie inspirada en la vida de Isabel la Católica en la que le otorgue el papel de reina a la actriz Astrid Jones (Un trozo invisible de este mundo, Aquiles y Pentesilea, El cuaderno de Sara, o Blackbeach). Sin embargo, tenemos tanto trabajo por delante que es descorazonador de imaginar.

¿Cómo se hace para contar una realidad que te duele, que te atraviesa y que no se te lea como victimista?

La violencia que sufrimos diariamente se acumula minando nuestra autoestima y alimenta la idea de que no existe escapatoria de la plantación. Que estamos en la rueda; que las cartas están marcadas y la baraja no es nuestra; que no importa cuántos intentos hagamos de sacar la cabeza. El poder siempre estará ahí para cortárnosla y justificar los motivos. Si no te rebelas, ese será el motivo. Si luchas, entonces es por tu actitud beligerante.

Cuando la injusticia prevalece, ¿solo resta quemar la plantación, asesinar a los amos y huir a las montañas?


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