No discuto con mujeres

Durante una sesión del Senado boliviano, hace unos días, el senador del partido de gobierno (Movimiento al Socialismo, MAS) Hilarión Padilla se negó a debatir con Andrea Barrientos, jefa de bancada del partido opositor (Comunidad Ciudadana, CC), porque, dijo: “A mí no me gusta discutir con señoras. Yo respeto a mi mamá (…) entonces, no tengo por qué discutir con la hermana (senadora) porque al final es mujer. Yo no voy a pelear”. La aludida rechazó su machismo y anunció su denuncia formal.

Es de “hombres” negarse a debatir, a discutir e, inclusive, a deliberar con una mujer. Es una forma de mandar a callar a quien no es considerada su igual en el ejercicio de exposición de ideas, allí hay desprecio por mucho paternalismo o galanteo que se observe.  Es algo que viene de lejos en la cultura occidental global y de ello habla Mary Beard, catedrática en literatura, que recuerda que ya en ==La Odisea== aparece Telémaco haciendo callar a su madre Penélope porque lo hacía en público y con autoridad.

Si se toma como tal que en el pasado andino el pensamiento estaba regido por la dualidad chacha-warmi (hombre-mujer) en todos los aspectos de la vida, como defiende el MAS, que las mujeres no hablen en público es entonces parte de nuestra cultura patriarcal y que llegó con la colonia. Sería, entonces, parte de la colonización contra la que lucha el MAS y también los movimientos indianistas muy masculinizados.

Este tema es atributo también de otras fuerzas y posturas políticas que, cuanto más a la derecha están, suelen ser más explícitas en su machismo: allí está el fugado y preso exministro Arturo Murillo diciéndole en el oído lo que tiene que decir a la ex presidenta Jeanine Áñez y las tantas expresiones machistas y misóginas de políticos nacionales y regionales.

Beard recuerda que “no solo se trata de excluir a las mujeres del discurso público, sino también de exhibir esta exclusión” y esto porque, dado que la voz de autoridad es masculina, hacer callar a una mujer o simplemente negarse a escucharla es una exhibición de masculinidad machista. Señala que a las mujeres sólo se les es permitido hablar en público en calidad de víctimas y lo hacen para hablar asuntos considerados de mujeres (familia, hijos, maridos, otras mujeres), siendo abominable que toquen temas que implican a toda la sociedad.

Beatriz Pañeda Murcia, en una reseña, recuerda que las mujeres míticas citadas por Beard “inspiraron la concepción de la ==femme fatale== decimonónica, mujer perversa que con sus artes de seducción es capaz de dominar al hombre y conducirlo a la perdición”, mientras que las mujeres que han conseguido hacer valer su voz públicamente, que hasta nuestros días han ocupado puestos de poder, en muchos casos han sido caracterizadas como andróginas, ya que han adoptado las formas de hacer masculinas.

Así, en la cultura machista, a las mujeres que hablan en público se las califica finalmente, o de inicio, de putas o de marimachos o no-mujeres, y son los primeros insultos que a un hombre se le ocurre lanzar cuando no tiene capacidad de hablar o debatir públicamente con una mujer ¿A eso se refiere el senador Padilla, cuando dice que por respeto a su madre no peleará con una mujer? No tiene que pelear, señor, hable, argumente, defienda su posición, muestre que la otra persona no tiene razón y hágalo con respeto y, así, usted quedará muy bien, también su partido y quienes le han votado.

Hay que cambiar ese pensamiento colonial; hay ironía, pero es en serio. El MAS (cuyos militantes aplaudieron chistes y expresiones machistas de su líder, Evo Morales, no sancionaron a quienes con representación pública cometieron actos de violencia machista y de otro tipo) ofrece este tema como motivo continuo para ser atacado desde otras posturas políticas, pese a que también tienen lo suyo. Tanto es así que, de hecho, una de las rémoras que cargan como sello de presentación es el machismo. Ya es hora de hacer algo, podrían comenzar con sancionar a Padilla.

*La autora es periodista


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